Capítulo 18

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Stuart miró a Noodle con los ojos abiertos al máximo, la joven maestra sonrojada, la bata mostrando sus piernas, su cabello suelto cayendo por sobre sus hombros, el perfume que la mujer usaba llenando el aire de la habitación.
- Tú… ¿Tú eres mi regalo?
- Sí. – Dijo bajo, su mirada avergonzada clavada en el piso, tal vez él quería otra cosa.
- ¿Sin arrebatos de pasión? – Se le acercó, sus dedos yendo al nudo del cinturón de la bata. - ¿Tan lento como para reconocer nuestros cuerpos antes de unirnos?
- Stuart… - Suspiró, su bata cayendo al suelo, revelando la camisola semi transparente que estaba usando como única prenda.
- Puedo ver todo. – Los pequeños pezones rosados eran visibles a través de la delgada tela, la unión de sus piernas sin cobertura, un leve brillo allí llamando la atención del hombre. – Noodle, eres el mejor regalo que me han dado en la vida. - La levantó en brazos, ella rodeando su cintura con las piernas.
Con cuidado la depositó en el sofá de la sala, seguro que no aguantaría hasta el cuarto de la mujer, todo su cuerpo suplicando por tomarla ya. La empujó, recostándola en el amplio mueble, subiendo la camisola para enrollarla por sobre sus caderas, revelando el húmedo lugar donde él quería estar.
Recordó que deseaba recorrerla completamente, el jodido sofá haciéndosele demasiado pequeño para todo lo que quería hacerle, cambiando de idea y arrastrándose hasta la suave alfombra de lana que decoraba el piso frente a la chimenea, ella gimiendo ante el contacto de su piel con la lana.
Le tomó las piernas, sus labios recorriendo el pie derecho de ella, bajando por la pantorrilla hasta la parte posterior de la rodilla, escuchando su risa seguida por jadeos cuando pasó la lengua repetidas veces allí. Besó su muslo, su boca dirigiéndose al punto de placer de ella, esquivándolo para repetir sus caricias en su pierna izquierda.
Noodle se arqueó cuando sintió un soplido sobre su carne caliente, Stuart burlándose, volviendo a alejarse, levantándose para quitar el hábito y su ropa interior, volviendo a su posición, acurrucando la cabeza en el cuello de ella, besando y mordiendo la piel de allí, llegando a su oreja, lamiéndola y susurrando todas las cosas sucias que deseaba hacer con ella.
Quitó la camisola, deleitándose con los suaves gemidos de ella cuando apretó sus pechos con ambas manos, amasándolos como un gatito antes de acostarse, la boca mordisqueando su garganta, las piernas femeninas fuertemente abrazadas a las caderas masculinas, frotando su humedad contra la dureza de él.
- Necesito probarte. – Gruñó, frotando su cuerpo con el suyo, deslizándose hasta que sus labios tocaron su entrada, los ojos negros cerrados, controlándose, temía que su deseo se desbordara y la tomará bruscamente, lastimándola.
Pasó su lengua, sus suspiros de placer como aliciente para continuar, acariciándola con ternura, evocando todos los sentimientos que ella le provocaba, sumando sus dedos a lo que hacía, sintiendo como se estremecía, un largo gemido y más humedad pagándole el servicio que acababa de darle.
Bebió allí, concentrado hasta que Noodle jaló sus cabellos, tirando de él para  besarlo con pasión, empujándolo para dejarlo de espalda, ella subiéndose sobre su delgado cuerpo.
- Mi turno. – Dijo, su boca dirigiéndose al cuello de él, saboreando su piel, mordiendo un punto seguro que sabía, no sería delatado por el hábito.
- Noodz…
- ¿Noodz?
- Perdón, yo… - Intentó separarse, avergonzado por como la había llamado.
- Me gusta, nadie me había llamado así desde niña. – Le sonrió, levantándose, sentándose sobre las caderas masculinas.
- ¿Qué harás?
- Planeaba degustarte, pero mi cuerpo quiere otra cosa. – Se levantó, gimiendo cuando se encontró con la punta de su erección, deslizándola  dentro de ella.
Stuart se quedó quieto, ella buscando apoyo en su pecho, comenzando a moverse sobre él, asegurándose al sentirlo llegar más profundo en su interior. Llevó sus grandes manos huesudas a las caderas de la maestra, ayudándoles a moverse sobre él, aumentando el ritmo de sus movimientos, su propio cuerpo empujando para encontrarse con ella, jadeando cuando ella se alzó, clavándole las uñas en los brazos, siendo más rápida y dura en sus acciones, cada músculo temblándole, anunciando un final que llegó de golpe, arrastrando al hombre bajo ella a su propio orgasmo.
Se dejó caer lánguida sobre Stuart, la respiración acelerada de ambos como único sonido en toda la casa. Alzó la cabeza, buscando los delgados labios del fraile, besándolo con amor, él correspondiendo de la misma forma.
- Este si que fue un buen regalo. – Comentó, acariciándole un brazo.
- ¿Te gustó?
- Mucho. – Murmuró, volviendo a besarla. - ¿La comida en la mesa es para nosotros?
- Sí.
- Qué bueno, porque muero de hambre. – Ella intentó levantarse para ir a buscar algo de comer, siendo detenida por sus flacos aunque fuertes brazos. – Creo que mi hambre no se saciara con comida. – Le dio una mirada lasciva, acostándola en la alfombra antes de tocar su boca.
- ¿No?
- Después saciaré mi estómago, ahora tengo que tenerte otra vez. – Ella sólo sonrió, dejándose llevar de nuevo.
_______________
- ¿Dónde está Stuart? – Preguntó la señora Litchfield, el padre Collins frunciendo el ceño.
- Salió a caminar.
- ¿Sólo?
- Claro, ya no es un niño.
- No me gusta esto, no me gusta que sea tan cercano a esa maestra, no me gusta que aún sea amigo de ese hombrecillo desagradable.
- Verónica. – La llamó, sólo usaba su nombre cuando estaba enfadado con ella. – Ya hizo lo que querías, es un sacerdote a pesar de que me negué varias veces a que lo fuera, Stuart no tiene vocación para serlo.
- ¡Mientes! – Exclamó. – Él siempre ha querido serlo, Frederick.
- Es porque le metiste la idea en la cabeza.
- ¡No es así!
- ¡Si el muchacho es infeliz será tu culpa! – Agradeció internamente el que estuviese solos en la casa parroquial, sino las hermanas estarían asustadas y Stuart se sentiría confundido. – El no tiene la culpa de todo lo que pasó, es un muchacho diferente y tiene derecho de enamorarse y ser feliz.
- Es un sacerdote y no dejaré que nada ni nadie se interponga en su camino. – Terminó, saliendo furiosa de la casa, dejando al viejo párroco sólo.
Si ella estaba en contra, él haría todo lo posible para que Stuart fuese feliz.

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