Capítulo 36

3.7K 259 11
                                    

Stuart observó el boleto de tren que había comprado, viendo la fecha en la que viajaría, 27 de septiembre a las 9 de la mañana, el mismo día en que, según se había enterado, Noodle se casaba con Kipling.

Suspiró guardando el boleto, aún faltaban dos semanas para el peor día de su vida y ya estaba resignado ante la idea de perder a la mujer que amaba.

Necesitaba irse y olvidar todo lo que le causaba dolor, aunque el proceso fuese una mismísima tortura. Pensó en Southampton y en el barco en el que se subiría después de ir a Manchester a despedirse de sus amigos, dispuesto a buscar por toda América a su tío Norm si eso significaba aliviar el tormento que el mal de amor significaba para él.

Buscó una pequeña bolsa con unas cuantas libras que le servirían para vivir unos cuantos días en América antes encontrar un trabajo y labrarse un futuro sin Noodle en él, estando seguro de que jamás amaría con la misma intensidad a ninguna otra, porque el recuerdo de ella siempre opacaría a cualquier mujer que conociera después.

Echaría de menos su cuarto en la casa parroquial, al padre Collins, a Murdoc y Marie, hasta a Russel y a su tía abuela, pero quien se quedaría con su corazón sin apreciarlo de verdad sería Noodle, porque a ella la extrañaría hasta el día en que muriese.

Volvió a suspirar, el remedio de su mal era peor que la enfermedad: Se iría y jamás regresaría a Wolfshire, no mientras viviese.

_______________________

Noodle cerró el libro que intentaba leer, gruñendo en voz baja, tapándose los ojos con las manos, las lágrimas volviendo a acumularse detrás de sus párpados, enfadada y triste por no poder ver a Stuart.

Había tratado de hablar con él durante una semana, sin embargo, cada vez que lo buscaba en la casa parroquial él no se encontraba, acabando poco a poco con sus esperanzas de estar juntos de nuevo.

El padre Collins había tratado de hablar con ella, pero siempre lograba esquivarlo con la escusa de la escuela y las clases, encerrándose para evitar contacto no deseado, incluido su propio prometido.

La simple idea de pasar el resto de su vida junto con un hombre que no amaba le amargó la boca, recordando lo bien que se había sentido estar con su Toochi en la cueva, todo su cuerpo sabiendo que Kipling jamás lograría darle emociones tan intensas como Pot.

Unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos, levantándose de su sofá para ver de quien se trataba, llevándose una sorpresa al ver a la persona delante de ella.

La señora Litchfield la miró con sus ojos severos, preguntándose que había visto su sobrino en esa mujercita japonesa para abandonar todo por lo que ella había luchado.

- ¿Quiere pasar, señora Litchfield?

- No es una visita de cortesía, Noodle, usted sabe muy bien porqué estoy aquí. – No esperó que la joven se hiciese a un lado, empujándola para pasar a la casa.

- No sé que lo que espera, señora, pero yo...

- Creí que había sido muy clara con usted acerca de Stuart. – Noodle tragó grueso, odiando el tono mandón que la anciana estaba usando. – Mi pequeño siempre ha sido muy cercano a la iglesia y hasta se ordenó sacerdote.

- Lo sé. – Murmuró simplemente la maestra.

- Pero usted llegó y lo engatusó, creí que después de que se separaran mi sobrino volvería a la normalidad, pero no, se fue por dos meses y cuando vuelve, me da la noticia que renunció a sus votos por amor.

- Yo hice lo que debía hacer, me comprometí por culpa de sus presiones, señora.

- Eso no es suficiente, sabe que puedo destruirla si se me antoja y ahora usted es una molestia para mí.

- Si lo que pretende es que me aleje de Stuart hasta el punto de no verlo nuevamente, lo lamento, pero mi respuesta es no.

- Ya intervino demasiado en la vida de mi pequeño sobrino como para que siga molestándolo.

- Lo amo y no quiero estar lejos de él, no ahora que es libre y que yo aún no me he casado.

- ¿Lo ama? ¿Y sabe lo que es el amor acaso? – Noodle retrocedió, apretando los puños, esa mujer lograba sacarla de quicio sin proponérselo.

- ¿Acaso lo sabe usted? – Contraatacó, Litchfield sonriendo suavemente.

- ¿Qué si lo sé? He amado tanto tiempo en silencio que sé cuanto duele, sé lo que es preocuparse por esa persona, sufrir por no ser correspondida, el desear un beso que jamás llegará, una caricia fantasma, algo de parte de quien amo, pero se que eso es imposible, así que solo puedo cuidarlo desde lejos.

- Si sabe lo que se siente no estar con la persona amada ¿por qué insiste en separarme de Stuart? Antes era comprensible, pero él es libre, así que no veo el...

- ¡No quiero que él sufra! ¿Qué no lo entiendes? Stuart estaba a salvo de este sufrimiento, de este dolor hasta que te conoció y no quiero...

- ¡Basta! No se da cuenta que usted lo hace sufrir, yo lo amo y ya perdoné el que me dejase, entendí sus razones y quiero estar con él, quiero que mis hijos sean suyos, envejecer con él, incluso pelear con él cuando tengamos problemas, porque sé que cualquier cosa la podremos resolver juntos. – Dijo Noodle, procurando convencer a la vieja mujer. – Nosotros no tenemos la culpa de que usted sea infeliz.

- Mocosa...- Litchfield trató de decir otra cosa, sin embargo, se arrepintió, dándose la vuelta sin terminar la discusión con la maestra, saliendo del hogar de la joven, dejándola con cientos de preguntas sin responder.

__________________

La estación que tanto orgullo le tenía que dar parecía otro objeto más dentro del pueblo, Russel preguntándose porqué se sentía tan vacío por dentro.

Recordó la última vez que había hablado con Paula, ella siendo cortante con él cuando siempre había sido amable con su persona antes. Sabía que su actitud podía deberse por haberse burlado de su sueño de la cafetería, pero había sido hacía mucho tiempo y ella ya debería haberlo olvidado.

Frunció el ceño, mostrándose celoso ante la idea de que Paula quisiese a otro hombre que no fuese él, pensando quien podría ser el interés amoroso de la mujer que quería para sí mismo. Era imposible que fuese Murdoc, no después de su boda sorpresa con la monja más joven de la parroquia, quien había renunciado a su hábito y votos por amor al tabernero, tampoco entraba en la lista Stuart, su amigo, quien aún no le perdonaba haberse inmiscuido en su relación con Noodle y menos ahora que él era libre para estar con ella sin que la joven tuviese libertad para ser su pareja.

Nombró en voz alta a cada hombre del pueblo, resguardado por la seguridad de su oficina, llegando a un último nombre: John Kipling, no obstante, rio de buen grado, era imposible que el ingeniero fuese el objeto de afecto de Paula, en especial pensando que estaba comprometido y que se casaría en dos semanas.

Ella debía seguir enfadada con él, pero Russel hablaría con la mujer por la que sentía atraído para solucionar el problema y, de paso, proponerle matrimonio, porque la quería para él.

No sabía que el destino se encargaría de enseñarle la verdad de un modo un poco brusco.

PriestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora