Capítulo 11

11.3K 513 26
                                    

El padre Collins no siempre había sido viejo,alguna vez había sido un niño bromista y feliz que se convirtió en un adolescente igual de alegre que un día decidió irse a un convento lejos, en Manchester, para convertirse en un sacerdote franciscano. Un hombre que sabía lo que era el amor y el profundo dolor que producía, un anciano que muchas veces se arrepentía de las decisiones que había tomado, que echaba de menos lo que podría haber tenido de tan solo haber tenido fuerza de voluntad. Y también era un ser humano que muchas veces temía de que el muchachito que consideraba su hijo cometiese los mismos errores que él.

La señora Litchfield alguna vez fue una pequeña mocosa más parecida a un niño que a una niña, una marimacho que no se había desarrollado cuando su mejor amigo y amor secreto se había marchado del pueblo, una hermosa mujer casada con un animal que abusaba de ella, una madre doliente que enterró a sus hijos, una viuda tranquila, la protectora de su pequeño sobrino huérfano, el niño de quien, en secreto, se sentía madre, pensando en que su antiguo amor era el padre, sonriendo ante la idea cuando nadie la veía, en la seguridad de su casita cercana a la parroquia del pueblo. No le gustaba la idea de ver a su pequeño Stuart tan cerca de la maestra del pueblo, algo no la dejaba tranquila, no terminaba de encajar la relación de esa mujer y su niño, casi como si le recordara su relación con... meneó fuertemente la cabeza, la vejez le traía ideas descabelladas que eran demasiado absurdas para ser verdaderas.

___________________

Marie estornudó por tercera vez, su nariz fuertemente congestionada, limpiándose con un pañuelo.

Tosió un poco, una mano desconocida tocando su frente, sobresaltándola.

- Parece que tienes fiebre, corderito. – Murmuró Murdoc, separando la mano de la suave piel.

- Señor Niccals, que gusto verlo. – Respondió con voz gangosa, sonando graciosa.

- Dime Murdoc, pequeña. – Ella asintió, un poco incómoda. - ¿Estás enferma?

- Siempre me pasa en primavera y verano, no me gusta el calor, me provoca una gripe espantosa.

- Entonces eres una chica invernal.

- Si, me gusta mantenerme caliente, no asarme de calor. – El hombre sonrió, ella no sabía lo que decía o lo estaba provocando, su mirada inocente lo decantó por la primera opción. - ¿Qué es lo que necesita?

- ¿Me darás las clases?

- ¿En verdad desea que lo ayude? – Él asintió. – Siendo así, lo haré, lo ayudaré. – Le tendió la mano para sellar el trato, Murdoc teniendo el presentimiento de que muy pronto tocaría algo más que su mano.

___________________

Paula suspiró cargando la pesada canasta con el pesado y la carne que había comprado para preparar la comida en la taberna, deteniendo su caminar para tomar aliento y secar un poco de sudor, segura de que Murdoc la trataba como un animal de carga.

- ¿Necesita ayuda? – Abrió grande los ojos, la voz profunda del alcalde del pueblo sacándola de su ensimismamiento.

- Oh, no se preocupe, señor Hobbs, yo puedo sola. – Él negó, alcanzando el asa de la canasta, levantándola sin ningún esfuerzo.

- Murdoc jamás fue un caballero, pero no pensé que la dejaría hacer las compras sola, señora Paula. – Ella apretó los labios, no importaba lo que hiciera, ella tenía una reputación en el pueblo, a pesar de haber dejado de ser la amante del tabernero hacia varios años ya, el peso de sus acciones no la dejaba en paz.

- Supongo que tiene razón. – Russel rio con ganas, ella estremeciéndose al escuchar su risa.

El alcalde la acompañó hasta la puerta de la cocina de la taberna, dejando la canasta en el suelo, despidiéndose de la mujer con un gesto, abandonando el lugar sin perder el tiempo, Paula solo sonriendo por su amabilidad. Hacia mucho tiempo que había comprendido que estaba enamorada del hombre más importante del pueblo, sin embargo, también había entendido en enorme abismo que los separaba, él era viudo, padre de dos niñas y una figura prominente que no se enredaría con una mujer que, todos pensaban, era casi una prostituta. Suspiró nuevamente, concentrándose en preparar un buen puchero para su clientela.

__________________

La maestra cerró los ojos, aguantando un pequeño mareo, un fuerte dolor de cabeza carcomiéndole el cráneo, todo aumentado por el ruido de los niños y los sonidos de martillazos provenientes de afuera, Stuart y Higgins reparando un muro, el fraile manteniendo cierta distancia con Noodle, como si temiera repetir lo sucedido en la sacristía.

Un movimiento brusco provocó que se cayera, sus ojos esforzándose por mantenerse abiertos, comprendiendo que estaba cerca de un desmayo, sus sentidos dejando de responder, el barullo de los niños lo último que sus oídos escucharon.

No supo cuanto tiempo estuvo fuera de combate, un paño frío en su frente sacándola de su sopor.

- Creí que seguiría dormida. – La voz desafinada de Stuart sonó preocupada, ella reconociendo la suavidad del colchón de su cama.

- ¿Cómo...?

- Le pedí a Higgins que despachara a los niños, yo la traje, me preocupó el que se desmayara.

- No debió preocuparse. - Intentó incorporase, Stuart deteniéndola, empujándola para que volviese a su posición original, apoyando la frente contra la suya.

- No sabe como me sentí cuando la vi tirada en el suelo. – Masculló, acomodándose a su lado. – Debe cuidar mejor de usted. – Pasó un brazo por sobre sus hombros, atrayéndola a su pecho, dejando que Noodle se acurrucara allí.

- Sé que debo hacerlo, solo que a veces puedo ser realmente olvidadiza con eso. – Sus pequeñas manos se apretaron contra la camisa que usaba el fraile, apreciando el que no estuviese usando hábito.

- Noodle. – Sostuvo el rostro de ella con una mano, mirándola detenidamente. – Noodle. – Musitó, acercándose para robar un delicado beso, él comprendiendo que no era el momento adecuado para un arrebato de pasión.

Los arropó con las frescas sábanas, cerrando los ojos, oliendo el cabello femenino, durmiéndose casi de inmediato. Noodle sonrió, mordiéndose el labio, siguiendo el ejemplo del hombre, reconociendo que el sentimiento que él le provocaba estaba creciendo sin que ella pudiese controlarlo.

Y en verdad, no quería hacerlo.

PriestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora