Capítulo 2. Señales confusas

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Capítulo II. Señales confusas

Diecisiete años después...

Aquel día en Vitmena, al igual que en cualquier ciudad cercana, todo el mundo, padres, niños y adolescentes, se preparaban para lo mismo, para el mismo día, el día en el que se daban por terminadas las vacaciones de verano y comenzaban de nuevo las clases.

Cualquier adolescente, teniendo tan cerca esa fecha, estaría quejándose por tener que volver a clase, por tener que volver a levantarse temprano y pasar las tardes haciendo ejercicios, trabajos y/o estudiando. Pero Katsa no era una adolescente cualquier. En ninguno de sus aspectos.

Diecisiete años atrás, Katsa nació en el Hospital General de la ciudad, sabiendo que, cuando lo hizo y pasó un mes de su vida, todo el mundo se quedaba maravillado con ella. No solo porque aun de bebé hubiera tenido una belleza inigualable, acompañada de una dulzura e inocencia natural, sino porque, una peculiaridad que tenía era una marca en su muñeca, una marca que, aunque ella no lo supiera, había sentenciado su destino.

Aquel día, Katsa estaba ansiosa porque ese día pasara y llegara el siguiente, el día en que volvería al Instituto y, por ende, volvería a ver a sus mejores amigos: Melinda y Logan. A él lo había visto algunos días, puesto que además era su vecino, pero él y sus padres se fueron de vacaciones el mes de julio y Katsa y sus padres en el mes de agosto, por que no pudieron estar juntos por mucho tiempo.

Logan y ella se habían criado prácticamente juntos, pues, antes de que ellos mismos nacieran en sus respectivos días, sus padres ya eran vecinos y se conocían, aunque fuera poco. Aquello fue creciendo gracias a sus hijos, pues decidieron salir juntas para que los niños se conocieran, fomentando su amistad y haciendo que, entre los niños, naciera un fuerte lazo de amistad incondicional.

En aquel instante, Katsa se encontraba en su habitación, un espacio amplio y completamente personalizado por ella misma -claro que con el dinero y ayuda de sus padres-, leyendo un libro sentada en su silla de escritorio de color negro y frente a este.

Para Katsa, lo más importante en la vida, destacando claramente sus padres y amigos, eran la lectura, la música y el deporte. No los tenía como si fueran sus dioses ni nada parecido, simplemente era lo que más le gustaba hacer, con aquello que se sentía ella misma, con aquello que se sentía plena. Siempre destacaba en ello por sus múltiples esfuerzos.

–Me he supuesto que estarías leyendo al llamarte veinte mil veces y no contestarme ninguna de ellas. –Escuchó decir de repente a una voz masculina.

–Papá, me has asustado –dijo Katsa riendo un poco y girando la silla hacia él.

–Me alegra que leas tanto, hija –comenzó a decirle sentándose en la cama, quedando de cara a ella–, pero, el día menos pensado, te vas a ver absorbida por los libros –Hizo una mueca.

–Simplemente leyendo me veo absorbida por ellos –le dijo Katsa señalándolo con el dedo índice y riendo un poco–. ¿Para qué me llamabas? –le preguntó girándose y poniendo por donde se había quedado el pequeño cordel de color cobrizo que estaba sujeto al libro.

–Me tengo que ir a trabajar y tu madre hoy está como loca queriéndolo limpiar y colocar todo. –Alzó las cejas.

–Sabes que no puedo hacer nada para que deje de hacerlo –le dijo Katsa con un tono de disculpa, girándose de nuevo hacia él.

–Lo sé –Se levantó de la cama –, pero al menos podrías bajar con ella y ayudarla para que no se termine haciendo daño –le dijo con voz suave y agachándose un poco frente a ella.

–Enseguida bajo –le dijo Katsa sonriendo dulcemente.

–Gracias, cariño –respondió el padre dándole un beso en la frente–. Hasta esta noche. –Se despidió de ella.

La chica del Dragón [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora