Capítulo 3. Una segunda señal

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Capítulo III. Una segunda señal.

Las semanas y los días de clase transcurrieron con absoluta normalidad y casi monotonía, a excepción de que, para Katsa, cada día con Logan y Melinda, era único, inigualable e irrepetible. Aquello, junto a sus padres, era lo que le hacía los días divertidos.

Al encontrarse en el duodécimo grado, el segundo día de clase, su tutora, cuando tuvieron clase con ella, lo primero que hizo, fue meterles prisa, es decir, hacerles saber que en cuanto acabaran, si no lo habían hecho ya, debían decidir qué prueba hacer para entrar en la Universidad, si querían continuar estudiando, y elegir la mejor Universidad. En todas las pruebas se examinaba la capacidad de aprendizaje futura del estudiante.

En aquel momento, ya se encontraban a primeros del mes de noviembre de ese año, por lo que, en unas semanas, Katsa tendría un encuentro cara a cara con sus primeros exámenes globales. No estaba temerosa, pues ella era estudiosa y, si iba llevando bien el curso y las asignaturas, como estaba siendo su caso, los globales únicamente le servirían para subir su nota, puesto que contaban un sesenta por cierto de esta.

Los días habían transcurrido rápidamente para Katsa, pues, hacía tan solo unos días, se encontraba en su habitación tumbada en la cama y entusiasmada porque llegara el primer día de Instituto y poder ver a Logan y Melinda. Pero estaba claro que aquello había sido hacía más de unos días.

Katsa, Logan y Melinda iban a la misma clase, incluso a la optativa. A Melinda no le gustaban mucho los idiomas, pero a Logan y a Katsa les fascinaban, sin embargo, teniendo una nueva optativa como era la asignatura de psicología, ambos decidieron escogerla y cambiar un poco, y lo cierto era que las clases de psicología se les hacían a ambos muy amenas y disfrutaban teniendo que preparar trabajos y exposiciones, salvo cuando llegaba el momento de hablar delante de toda la clase, lo cual a Katsa, pese a que lo hiciera muy bien, le ponía bastante nerviosa y, hasta que cogía confianza al hablar en público, se le trababan las palabras.

Aquel primer día del mes de noviembre, siendo viernes, Katsa se encontraba en su estudio, realizando unos ejercicios que se había descargado de Internet para fortalecer lumbares, con música motivadora de fondo.

Lo cierto era que, pese a que tocara varios instrumentos de música clásica, siendo el piano uno de sus favoritos y con el que más sentía, le gustaba la música de todo tipo, ya que no tenía nada que ver el que tocara ciertos instrumentos para que le gustara cierta música o no. Escuchaba de todo tipo y a todas horas, a excepción de flamenco, reggaetón y reggae, pues no le llamaban mucho la atención. Aunque respetaba a quienes la escuchaban, así como no se negaba a escuchar alguna canción de cualquiera de esos géneros cuando alguien le recomendaba alguna.

Mientras hacía ejercicio, no solía estar pensando en nada, únicamente permanecía contando mentalmente y haciendo un gasto de energía considerable, sin embargo, en aquella ocasión, sí que se encontraba pensando, pensando en lo rápido que habían pasado los días, los cuales se le habían hecho muy cortos.

No sabía a qué podía deberse, ya que, incluso cuando se estaba divirtiendo, los días no se le pasaban tan rápido, pero, en aquella ocasión, fue lo que le ocurrió. Para ella, hacía unos días que se encontraba en el primer día de clase, y, en aquel momento, se encontraba a unas semanas de los primeros exámenes globales del curso.

Siguiendo con sus ejercicios, vio cómo la puerta se abría y, su madre, haciéndole un gesto para que apagara o aflojara la música, entraba por ella.

–¿Estaba muy fuerte? –le preguntó Katsa incorporándose en la colchoneta y apagando la música.

–No, no, cielo –Comenzó a decirle la madre con voz dulce–, es solo que venía a preguntarte si querías venir conmigo al Centro Comercial.

La chica del Dragón [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora