CIUDAD SUICIDA

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{ABADÓN}

"Es el mal. Viene a por todos vosotros. Viene a por ti."
- ¿Qué creéis que es?- pregunta Mar de nuevo.
- Una montaña de muertos, ¿es que no lo ves?- dice Annie.
- ¿Abadón?- me llama Blas y dejo de mirar hacia todos lados como una presa buscando a su víctima-. ¿Estás bien?
- No- murmuro muy bajo-. Seguid moviéndoos. Esto no es seguro. Es reciente. No estamos solos.
Y sin quererlo, asusto a mi equipo.
Annie, Blas, Mar y yo nos movemos con pasos silenciosos, alejándonos de aquella montaña de muerte y putrefacción.
- Esto solo puede haber sido obra de humanos, no es tan malo, ¿no?- pregunta Mar.
- Oh, ya te digo yo a ti que sí- murmura Annie y señala algo-. Peor que los muertos.
Cadáveres colgados por toda la ciudad, desde los tejados, las cornisas, los árboles.
Es la puta cuidad del puto suicidio.

Retrocedo algo sorprendido ante lo que veo y piso algo.
Un cartel caído. Le doy la vuelta y lo que veo me deja sorprendido.
- Chicos, creo que no estamos en California- les digo.
- ¡Imposible! ¡Conozco el clima, juraría que estamos aquí!- dice Annie-. Además, hemos seguido las indicaciones.
- Sí, estamos en el estado de California. Pero no en la ciudad. Esto es Lancaster- les digo mostrándoles el cartel-. Alguien ha saboteado las señales de las carreteras. Alguien quería que llegáramos hasta aquí.
- Pero...- dice Blas, confuso-. ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene?
- No lo sé- le respondo-. Pero vayámonos de aquí cagando leches. California debería estar a una hora en coche de aquí, y a un día andando.
- Más nos vale que encontremos un vehículo- dice Mar.
- Difícil. Desde que hemos entrado no hemos visto ninguno que nos sirva, tendremos que salir de aquí a pie y luego ya nos las apañaremos- sugiero.
Los demás asienten y nos ponemos en marcha.

Las carreteras están vacías. Los únicos muertos que hay son los que adornan las calles desde lugares altos. Da escalofrío. Hay que estar aburrido para ponerse a colgar a los zombis, o a las personas...
Cada vez caminamos más deprisa, escondidos y alertas a cualquier cosa, deseando salir de esta ciudad de mierda.
Hasta que nos vemos obligados a parar.
Escucho ruido y paro a mis compañeros con un gesto, justo antes de girar por la esquina de una calle.
Me asomo y veo a tres tíos completamente armados, vigilando una de las posibles salidas de Lancaster. Detrás de ellos, tres furgones grandes bloquean la salida.
- ¡Mierda!- exclama Annie-. Estábamos tan cerca...
- ¿Qué hacemos ahora?- pregunta Blas.
- Puede que sean amigables...- sugiere Mar.
- No, ni de coña. Ningún loco que cuelga muertos puede ser buena persona- les digo.
- Ya no existen buenas o malas personas, solo supervivientes- aclara Annie.
- Lo que digas, no estoy aquí para discutir cuestiones moralistas, ya sabéis a que me refiero- les digo-. Buscaremos otra salida. No me fio de esos tipos.
Tras ponernos de acuerdo, cambiamos de rumbo, esta vez con aún más cuidado que antes.
Temerosos, con el corazón en la garganta. Si están protegiendo la salida, será por algo, no quieren que entren ni salga nadie. ¿Entonces por qué nos han dejado entrar? ¿Y si todo esto es reciente? ¿Habrá más gente? ¿Qué estarán planeando?
Miles de preguntas pasan por mi mente mientras buscamos una salida.
Y justo al girar la calle volvemos a oír voces, voces que provienen de otra calle.
- Lo más seguro es que salgamos por donde hemos venido- les digo-. Démonos prisa.

Esquivamos las voces, nos escondemos en una casucha cuando un par de personas estaban a punto de pasar por la misma calle y descubrirnos.
Esperamos en silencio y expectantes a que desaparezcan. Luego seguimos hasta el principio.
O el final.
El lugar por dónde habíamos entrado ya no está despejado. Un puñado de gente armada lo protege. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que han amurallado la ciudad con sus camiones gigantes, de que estamos encerrados.
- Tranquilos- les susurro al verlos tan intranquilos e inseguros-. Aún podemos pasar sobre alguna camioneta, el sitio entero no está vigilado, mantened la calma y no hagáis ruido.
- Esto cada vez me da peor espina- susurra Mar.
- Estad atentos y no perdáis la cabeza bajo ningún concepto- susurro moviéndome con cuidado.
- Jamás debí haber aceptado venir- se queja Blas-. Con lo bien que estaba yo con mis petas.
- Además, ni que Alex nos echara de menos- dice Annie.
- Ya no podemos dar marcha atrás, así que callaos la puta boca- les digo duramente y me paro en seco.
En la otra calle hay gente.
- Volved- murmuro.
Damos marcha atrás, por donde hemos venido.
Nos vemos envueltos en un laberinto de calles y callejones que no sabemos a dónde llega.
Esquivando las voces, procurando que no nos descubran.
Están por doquier.
Cada vez hay más.
Cuando creemos que vamos por buen camino, oímos algo y nos vemos obligados a retroceder, a cambiar el rumbo.
Y llega un momento que ya no sé hacia dónde voy.
Y todos los demás me siguen, esperando que les muestre la salida.
No es hasta que volvemos a llegar a la misma plaza llena de zombis que me doy cuenta de que no hay salida.
De que estamos acorralados.
De que nos han estado aprisionando poco a poco.
De que sabían donde estábamos desde el primer segundo que llegamos a Lancaster.
Un grupo de personas empiezan a aparecer por todas las direcciones, rodeándonos y apuntándonos con sus armas.
Dejamos caer nuestras armas y alzamos las manos, asustados, dándonos cuenta de que no podemos hacer nada, ellos son muchos más.
Y de repente, algo se mueve sobre la cima de la montaña de zombis.
Algo que ha estado ahí desde que llegamos, pero que no hemos querido advertir.
Es una mujer.
Nos mira con una sonrisa de oreja a oreja.
Como dándonos la bienvenida.
Alza un megáfono y se lo lleva a la boca.
- Vaya, vaya. Tenemos invitados. ¡Bienvenidos a la Dictadura Santa De Mis Cojones!

Apocalipsis Zeta - Parte 7: La última amenazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora