No están vivos.
Están muertos.
Muy muertos.
Son muertos vivientes, bebés caníbales. Bebés que, sorprendentemente, son capaces de gatear muy, muy rápido. Alimañas, son alimañas. Monstruos que nos devorarán. A mí... y a Rachel. A ella... No... no puedo permitir que nada le pase. No, la defenderé con mi propia vida. Es mi culpa... todo esto lo he provocado yo, yo he sido la que ha dejado salir todos esos sentimientos que tanto me costó encerrar en un caparazón. Claro que seguía queriéndola, claro que pensaba en ella todos los días, pero se volvió más fácil, más llevadero, seguí con mi vida, alegrándome de que ella fuera feliz y estuviera viva, con eso me conformaba, eso me hacía salir adelante, luchar, ser una buena líder. Ella es la que me ha tenido centrada en todo mi camino, la que ha hecho que llegue a ser la presidenta de una gran nación. Todo gracias a ella, y ahora estoy a punto de perderla... para siempre...
- ¡Mary!- me grita Rachel, tensando su ballesta-. ¡Atenta! ¿Estás preparada?
- Nací preparada- le sonrío de lado mientras me centro en la lucha que nos espera.
Preparo el nunchaku y los shurikens. Lista, lista para defender a Rachel.
Los bebés no tardan en despertarse de su trance y dirigir su atención hacia nosotras. Pronto, nos vemos rodeadas. Y, mientras gatean como si de unos gatos se tratasen, Rachel y yo preparamos nuestras defensas.
- ¡A por ellos!- grito y Rachel comienza a disparar.
Acierta todas y cada una de sus flechas, su puntería y su concentración han ido mejorando a lo largo de los años hasta el punto de convertirse en una excelente tiradora, la mejor de todas.
Yo, por mi parte, empiezo a lanzar mis estrellas ninjas desde debajo de mis mangas, deshaciéndome de algunos bebés. Cuando empiezan a acercarse demasiado, lucho con mis nunchakus. Los hago girar a la velocidad del viento, tan rápido que se oyen sisear, entre el crujido del cráneo de los bebés. La atmósfera de la gran sala es aterradora. Bebés más grandes de lo habitual intentando devorarnos, emitiendo unos gruñidos propios de un bebé moribundo, enfermo. Una auténtica locura. Quien haya hecho todo esto está enfermo. Los Tres Grandes, ellos tienen que ser los culpables de este tormento.
- ¡Son demasiados!- grita Rachel, viéndose rodeada de esos seres, sin darle tiempo a disparar.
Entonces mi visión empieza a nublarse. No soy capaz de concentrarme. Solo la veo a ella, rodeada, los bebés abalanzándose sobre ella, en peligro, en peligro de muerte. Rachel... la que me cambió por completo, la que hizo que mi vida fuera por el buen camino, la que logró que pudiera querer a mi hermano, Liam, ya que ha sido capaz de cuidarla, de quererla, de protegerla, de pensar siempre en lo mejor para ella, y todo aquel que sea capaz de hacer eso se merece mi cariño. Ella, que, en secreto, siempre ha sido mi todo. Y no voy a dejar que muera. Hoy no.
Con un grito de furia, me lanzo hacia donde está ella, pisando a un bebé por el camino y aplastándole los sesos. Aparto a algunos monstruitos con mis nunchakus hasta que, de repente, ya no los tengo en mis manos. Me lo han arrancado de los dedos y han desaparecido entre la multitud de bebés.
Rachel grita. Grita porque no puede hacer nada más que patalear y alejar a los bebés. Compruebo mis shurikens, no me queda ninguno. Entonces empiezo a dar patadas y manotazos. Los aparto de Rachel. Uno y luego otro. Me rodean, se centran en mí. Bien, es un progreso. Y, poco a poco, se apartan de Rachel, yo soy la más peligrosa ahora, me quieren muerta. Pero no lo voy a permitir porque, si muero, volverán a por Rachel.
- ¡Mary!- grita esta-. ¡Mary, no!
- ¡Aléjate!- le grito-. ¡Ayúdame desde lejos pero no te acerques!
Tras unos instantes de vacilación, me hace caso.
Rabia, rabia e impotencia. Es lo único que noto. Quiero quedarme en este mundo, quiero seguir más tiempo. Por Rachel, por ella. Quiero vivir hasta que dé su último aliento por su propia cuenta y no por los muertos vivientes, entonces podré descansar en paz. Quiero seguir, un poco más, un poco más.
- ¡Mary, ya! ¡Para!- me grita Rachel y dejo de revolverme como una loca cuando noto sus brazos alrededor de mí.
La miro, sus ojos de ambos colores, azul y verde, observándome con un destello de luz.
- ¡Lo hemos logrado!- me dice sonriendo ampliamente y abrazándome-. ¡Lo has logrado!
Entonces me doy cuenta de que hace ya un rato que acabé con todos los bebés monstruos, con la ayuda de Rachel. Están todos muertos, hemos ganado, y sigo viva, viva para poder caminar al lado de Rachel.
- Vamos, tenemos que encontrar a los demás- me dice esta, con su hermosa sonrisa.
Asiento con la cabeza, aún confundida y algo mareada. Sigo a la chica. A la joven Rachel. Con ese color de pelo turquesa, con su larga melena, con su traje de cuero azul, con su carcaj lleno de flechas. Y entonces se gira, con su melena ondeando al viento. Su rostro, su rostro feliz, joven y hermoso es lo único que ocupa mi mente. Su mirada tan profunda y llena de misterio, de fuerza, de poder, me inunda hasta los lugares más recónditos de mi alma.
Pero de repente su expresión cambia, ya no está tan contenta, ya no es tan joven, su rostro muestra algunas arrugas de la edad y marcas de todo lo que ha vivido. Su pelo ya no es tan azul, es un azul demacrado, tirando a verde. Parece preocupada, asustada, aterrada.
Y viene corriendo hacia mí.
Llega justo antes de caer al suelo, me agarra entre sus brazos. Apenas puedo escuchar lo que dice. Está observando mis heridas, los mordiscos de los bebés monstruos.
- Esta sangre... creía que no era tuya- me dice, casi sin voz-. No, no, no...
La miro con una gran sonrisa, una sonrisa dulce, una sonrisa de despedida.
- Rachel...- apoyo una mano en su mejilla, acariciándola-. Rachel... hay tantas cosas que no te he dicho, tantas cosas que quiero decirte, tantos sentimientos que no soy capaz de expresar...
- Shhh- me dice ella, silenciándome con un dedo en mis labios-. Lo sé, Mary, lo sé todo.
Rachel me mira con una profunda tristeza en sus ojos, con un par de lágrimas rodándole por sus mejillas. Se acerca hasta mí y me besa. Me besa como si fuera el último beso. Y, de hecho, lo es. Y disfruto del beso. Disfruto de ella, acallando mi razón, que me dice que voy a morir y tendré que estar sin ella, dejarla sola. Pero nada me preocupa, no si ella está conmigo, no si ella se queda hasta el final, no si ya no hay nada que pueda hacerle daño. Es el paraíso. Y me dejo llevar.
- Te quiero...- me susurra Rachel, separando sus labios de los míos, derramando sus lágrimas sobre mí-. Te amo, Mary Fire.
- Te...- intento decirle pero mis palabras parecen no querer salir, una angustia insoportable invade todo mi cuerpo, una lucha interior, un veneno que intenta hacerse con mi cuerpo, pero hago todo el esfuerzo posible por dejar salir una última palabra-... amo.
Y, luego de eso, nada.
Gritar.
Mi cuerpo me pide gritar.
Y grito.
Grito hasta morir.
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Apocalipsis Zeta - Parte 7: La última amenaza
Science-FictionEl mundo está revolucionado. Surgen buenas noticias pero lo malo no tarda en llegar. Nunca ha sido tan difícil sobrevivir, nunca ha sido tan difícil derrotar a un muerto viviente. Pero la esperanza no se pierde y lucharán con todo por acabar con los...