Capítulo 2

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Corny estaba consciente de que por muy pronto que haya mandado su carta expresando su preocupación, la respuesta no llegaría igual de rápido. La espera se la comía viva. Caminaba de un lado al otro en su alcoba, sin importarle que se estuviera perdiendo de la fiesta que celebraba su pueblo. «¿Cómo podría disfrutar de una celebración con tal situación?», se preguntó mientras sus pasos resonaban con un ligero eco que se disolvía en el silencio. Su única compañía, era Lizzy. No sólo era su ama de llaves; al morir la madre de Corny, Lizzy se convirtió en la niñera de ambas princesas y con su buen corazón, las convirtió en unas chicas ejemplares, ya que el rey no tenía tiempo para eso.

Lizzy observaba a la princesa desde la silla que estaba junto a la ventana, tratando de adivinar por qué la princesa estaba tan angustiada y ansiosa. No lo entendía. Se veía tan feliz durante el campaneo ceremonial. También le extrañaba que no bajara al banquete para acompañar al rey y a todos los invitados; desde la clase baja, hasta la clase alta. Tanto el Rey, como las princesas; eran igualitarias con su pueblo.

Como en todos los reinos, los gobernantes se preocupaban de darles la mejor vida a su gente, aunque eso resultara un desafío muy grande, se hacía lo que estaba en sus manos para prosperar. Corny no podía soportarlo; dejar que la oscuridad llegara a un reino tan esperanzado era inaudito. Sólo podía pensar en el bienestar de su gente. Los leviatán eran criaturas de terror, porque tenían el poder de manipular las emociones para hundir a sus víctimas en el temor y la desesperación, y una vez que los tiene totalmente vulnerables, se alimentaban de su vida.

−Princesa Corny, debería sentarse− sugirió Lizzy −. Se le ve muy afectada.

Corny se mordisqueaba las uñas.

−Oh, nana, por favor no sigas el protocolo ahora. Estoy muy estresada y mantener la sangre circulando me ayudará a pensar mejor− pidió la joven princesa.

−De acuerdo, Corny, pero necesito saber lo que te sucede para saber cómo ayudarte.

La princesa miró a su nana, considerando la posibilidad de contarle todo, por la estrecha confianza que ambas compartían junto a Bloom. Analizó sus facciones, propias de una mujer de treinta y cinco años, miró sus ojos preocupados, su ropa de servicio y su cabello rubio cenizo. Los unicorn en su mayoría tenían el cabello claro debido a sus ancestros, y tener esa cierta similitud, los mantenía unidos de alguna manera. En familia.

Corny suspiró y se sentó en la orilla de su cama.

−Nana, estoy preocupada por el reino− admitió.

−¿Qué es lo que te preocupa, capullito?

La princesa perdió su mirada en el techo mientras respiraba profundamente. No quería arriesgarse a esparcir el pánico si le contaba a Lizzy las noticias que le dio el hechicero Dorman, pero también ansiaba desahogarse. No siempre podía ser la princesa perfecta que su padre esperaba, deseaba ser una adolescente normal, pero también le enorgullecía ser parte importante de Hornland.

Se abrazó a sí misma y se frotó los brazos, buscando el calor en ella misma. Sus ojos grises buscaron una respuesta en las paredes, pero no la encontraron. Recordar el aspecto de aquella orquídea le causó un escalofrío en la nuca, porque imaginó a su pueblo en las mismas condiciones, y no era agradable.

Volvió su mirada, tan pálida como su cabello y apretó un poco los labios antes de hablar.

−Es que..., ¿qué tal si no estoy lista para esta responsabilidad?

Lizzy puso su mano en la boca, reprimiendo una risilla.

−Oh, corazón, te has preparado toda tu vida− la consoló con un extraño tono agridulce en la voz −. Serás una maravillosa reina. Justa y generosa.

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