Capítulo 38

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«¡Corny!», gritaba Pearl desde el encierro de sus pensamientos. El miedo estaba a flor de piel, generando que los latidos de su corazón se aceleraran progresivamente ante la desesperación. La torturaban las emociones de Corny; cada golpe que le plantaba aquella mujer con un objeto demasiado pesado y con lo que estaba segura, podría matar a su portadora.

El dolor de Corny, ahora era su dolor, al igual que todos sus miedos taladrando el interior se su cabeza. Tenía que ayudarla, debía salir de los establos y enfrentarse a la maldita mujer que conspiraba para asesinar a la princesa unicorn. Levantándose de sus patas traseras, Pearl golpeó con sus fuertes pesuñas la madera de su cubículo en los establos reales. Apenas y logró astillar la madera, pero no se rindió, pues recibía motivación cada vez que percibía la energía de la princesa disminuyendo mortalmente.

Sobre todo, le temía a la idea de correr la misma suerte que el guardián de la reina Elizabeth; Ónix. Para desgracia de cualquier especie de guardián, al perder a sus portadores, la conexión que tienen con ellos se pierde súbitamente, generando un daño irreversible en sus mentes, al punto que, con el paso del tiempo, los guardianes van de las alucinaciones a la demencia; perdiendo la noción del tiempo, espacio, memoria, y las peores situaciones, pierden la voluntad de sus extremidades. En un estado de muertos en vida.

Aunque la posibilidad de caer en la locura era una de sus principales preocupaciones, lo más importante en ese momento era la vida de su portadora. Relinchó a todo pulmón, rogando la ayuda de los demás corceles que descansaban en sus respectivos cubículos en los establos, o del mismo grifo guardián del príncipe Petter, pero no recibió respuesta. Ellos no podían entender la razón de sus actitudes, ya que no escuchaban claramente las emociones pulsantes de la princesa Corny.

Su brusca respiración fue escuchada por todo el lugar y una oleada de furia circuló por todo su cuerpo. Retrocedió algunos pasos, mientras sus pesuñas resonaban en el heno esparcido por el suelo y se detuvo cuando su trasero tocó con el muro a sus espaldas. Frunció el ceño y apretó su alargada mandíbula llena de determinación. Saldría porque saldría. Rascó el suelo con una pesuña e inclinó la cabeza, exponiendo la punta de su cuerno hacia la puerta de madera.

Su pecho subió y bajó. «Ya voy, Corny. Resiste por favor». Tomando el impulso suficiente de sus patas traseras, se arrojó golpeando con fuerza la puerta de madera y con un estrépito quejido del cerrojo, Pearl logró derribar la puerta. Sacudió su cabeza para sacudirse el polvo y sus sentidos auditivos se activaron cuando en un instante aparecieron el príncipe Petter y la princesa Holy por las grandes puertas que conectaba el castillo con los establos reales.

Soltando un resuello, sus ojos se encontraron rencorosamente con los ojos de Holy. Después de que la princesa la atara con las telas de su propio vestido, llegó a la conclusión de que ella jamás le agradaría. Pero debía dejar eso de lado por ahora, y poner en prioridad advertirles sobre el peligro que estaba corriendo la princesa Corny.

–Tumbó la puerta– Holy miró el tablón de madera que antes encerraba a Pearl y luego volvió su mirada a ella.

«¡Ayudenme! ¡Corny está en peligro!», imploró Pearl entre relinchidos alterados y brincando varias veces de sus pesuñas delanteras.

–Wow, wow, tranquila– se acercó Petter, tomando las riendas de Pearl y tratando de tranquilizarla –. Shhhh. Todo está bien.

«¡No! ¡No está bien! ¡Están a punto de matar a Corny!», replicó ella, aunque sabía perfectamente que él no le podía entender y jaloneo su alargado hocico para que sus riendas se liberaran de las manos del príncipe y se pudiera encargar ella misma de rescatar a Corny, pero éste no la soltaba. «¡Déjame ir!».

–Esto no está bien, Petter– indicó Holy desde su espalda –. Algo anda mal.

–Por supuesto que algo anda mal, pero no podemos averiguarlo si la unicornio de Corny no se tranquiliza.

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