Elizabeth cepillaba el cabello de su pequeña hija de cuatro años, ésta sentada sobre su regazo mientras se columpiaban en una silla mecedora. Se sentía orgullosa de que aquella hermosa criatura creció dentro de ella, durante nueve agotadores meses de mareos, antojos incontrolables, pataditas que la sobresaltaban y sus estados sentimentales en los que sólo deseaba llorar. Sin duda, todo valió absolutamente la pena. Tuvo todo lo que quiso; un marido amoroso, una bebé sana −pese a sus temores por alguna complicación−, más ropa de la que podría contener todo su antiguo granero y alimentos dignos de la reina en que se convirtió.
Pero la felicidad nunca dura lo suficiente.
Su pequeña Corny era la única compañía que tenía desde que su marido comenzó a distanciarse de ella. Lloraba en silencio todas las noches, al lado de un hombre al que amaba, pero él ya no sentía lo mismo por ella. Tantos sacrificios, tantas vidas que arrebató, y todo por un príncipe al que no le perduró mucho tiempo su hechizo de amor.
Ella pensaba que talvez, con los años, ya no sería necesario seguir controlando sus sentimientos, y, tarde o temprano, terminaría genuinamente enamorado de ella. Sin embargo, el acontecimiento tan esperado, nunca sucedió y terminó por rendirse. Afortunadamente, a los ojos de la princesita, su marido y ella fingían como si nada hubiera pasado; como si fueran la feliz pareja, como si fueran la familia perfecta. Y Corny se lo creyó.
−Mami− la voz dulce de su hija la sacó de sus pensamientos deprimentes.
−¿Sí, mi capullito?− capullito era el apodo que Elizabeth le dio a su hija, pues sabía que un poder crecía dentro de ella.
−¿En serio tendré un hermano?
Recordar ese hecho, le destrozaba el corazón, pero tuvo que aceptarlo. Su marido, el rey Bruce, se había metido con una de las mucamas del castillo, y como consecuencia, la joven muchacha de 21 años, quedó embarazada.
Cuando Bruce se lo confesó, supo que su relación ya no tenía esperanza, pero estaba casada de por vida y tenía que hacerse a la idea, que ese bebé ilegítimo, tendría el lugar que correspondía por derecho de nacimiento y que sería criado como si fuera suyo. Dejar que la mucama lo cuidara, era una atrocidad, y era esa misma razón por la que separaría al bebé de su madre, para que la reina se encargara de él.
−Bueno, capullito, todavía no podemos saber si será un niño o una niña− aclaró mientras pasaba las cerdas del cepillo por el platinado cabello de Corny −. Pero sí. Tendrás a alguien que te haga compañía.
−¿Y también podré cuidarlo?
−Por supuesto. Tú serás la hermana mayor, y va necesitarte siempre.
La chiquilla aulló y carcajeó de la emoción.
−Si es niña, le pondré mis vestidos, la peinaré y jugaremos a la fiesta del té− proclamó efusiva −. Y si es niño, lo disfrazaré de caballero y lucharemos juntos contra las monstruosas mujeres del agua.
−Sirenas− la corrigió Elizabeth.
−¡Sí!− levantó su mano por encima de su cabeza, sosteniendo una espada imaginaria −. Acabaremos con las sirenas y salvaremos Hornland de sus cantos hacia la muerte.
La pequeña era tan adorable, que una sonrisa se dibujó en los labios de Elizabeth. Acarició los mechones platinos de su cabello y la peinó con un moño pegado a la nuca. Aunque el cariño de su esposo no era real, para ella su capullito fue producto del verdadero amor que le profesaba a Bruce.
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Clan Unicorn
Fantasy[En edición] Primera parte de la Saga "Clanes" Existen cuatro elementos, que mantienen la paz sobre la Tierra. Pero uno de ellos ha desaparecido. Cuando el destino de tres reinos se ve amenazado por una terrible maldad, lo más sensato para sus gober...