Capítulo 26

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Con los movimientos de las parejas a su alrededor, Corny analizó cada paso para memorizarlo y aprender el tradicional baile que ejecutaban los dragon. No fue demasiada ciencia. Tacón, punta, vuelta, revoloteo de vestido, aplauso y vuelve al principio con otro tacón. Todos eran expertos a sus ojos, y se aterró tener que bailar en algún momento. Todavía no se sentía lo suficientemente lista para mover sus pies harmoniosamente con el ritmo de la orquesta.

Risas, aplausos, taconeos y la música, eran todo lo que existía en aquella fiesta. Se abrazó a sí misma, buscando un poco de calidez de sus dedos, pero una oleada de soledad inundó sus pensamientos. Deseaba estar ahí con Will, imaginando que él la tomaba de la cintura y la guiaba en el baile, con los pasos que todos en Hornland reconocían, una danza llamada "Dulce estrella", que era el más popular para las celebraciones nocturnas y darles las gracias a las estrellas por brillar para el reino una vez más.

Resopló cuando la melancolía le entornó los parpados. Por muy lindo que fuera tener a Will a su lado, sabía muy bien que era una imposibilidad, y no por el hecho de que su prometido se encontrara lejos, sino porque él era uno de esos hombres que les gusta acatar las reglas. Fue así cómo logró que el rey unicorn le permitiera cortejar a su hija; por medio de protocolos estrictos y un historial honorable como uno de los mejores soldados del reino.

Francamente, Corny habría preferido hacer algo por fuera de las reglas. Siempre le atrajo la idea de un romance secreto con Will cuando aun era un soldado; que la llevara a una cena romántica secreta en el bosque o cabalgar siguiendo el camino que iluminaba la luna. Pero no pudo hacerlo. Will era demasiado correcto y ella demasiado tímida para hacer algo por el estilo. A veces, cerraba sus ojos, y se lo imaginaba siendo un soldado rebelde, dispuesto a entrar hasta su ventana y pedirle que huyeran juntos a donde sea que los llevara el viento, pero Will era Will. El partido perfecto a los ojos de su padre, y ella no se quejaba, sólo deseaba que su romance tuviera una pizca de sabor.

Cuando su estómago rugió, Corny rodeó la pista de baile, taconeando cautelosamente para no tropezar y se acercó a la barra de los aperitivos. Arrugó la nariz cuando vio la variedad de alimentos que se extendían por toda la barra. Una infinidad de bocadillos constituidos por carnes de diferentes animales y sus derivados, como; huevo, quesos y postres a base de leche. Los derivados podía tolerarlos, ya que a los unicorn les gustaban los postres, pero detestaba todo aquello que implicaba matar a una criatura inocente. Sintió nauseas por un segundo, y respiró profundamente por la boca para evitar que el olor a carne invadiera sus fosas nasales. Frotó su estómago suavemente.

Una vez que el malestar se esfumó, entornó los ojos sólo para enfocar la charola donde reposaban cubitos de queso con unos palillos de madera para tomarlos. Corny deseaba probar bocado y que su estómago dejara de molestarla, así que estiró el brazo y se llevó tres cubitos de queso a la boca. Tenían un sabor exquisito que le estremeció por un momento. Sus músculos se relajaron y dio un vistazo a sus laterales para asegurarse de que nadie la estaba observando.

Como nadie de los presentes prestaba caso a la charola de queso, Corny comió si culpa. Los demás podían comer cuanta carne quisieran, pero ella estaba dispuesta a mantener el juramento de los unicorn y no comer carne, aunque le cueste la vida. No pasó mucho tiempo para que ella sola se terminara con todo el queso, y cuando los sirvientes de los marqueses Ash, se percataron de la charola vacía, no tardaron en volver a llenarla y una vez más, Corny comió. Habría preferido atragantarse con comida vegetariana, pero para su mala suerte, las ensaladas iban acompañadas con algún filete por encima o en pequeños sándwiches de carne con jitomate y lechuga.

No creyó correcto seguir comiendo queso, así que, una vez que estuvo satisfecha, pidió a uno de los sirvientes encargados de las bebidas, que le sirviera una copa de vino blanco. Con la punta de sus dedos enfundados por los guantes, acarició el contorno de las orillas de la copa de cristal y se la llevó a los labios, bebiéndose el líquido de un solo trago. Jamás había tomado vino de esa manera tan descuidada e impropia para una princesa, pero una vez que el calor comenzó abochornarle el cuello, dejó de preocuparse por los modales. Hoy simplemente era una campesina que fue a una fiesta para divertirse. Nadie sabía que en realidad era una princesa y, por lo tanto, nadie la juzgaría.

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