Capítulo 3

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NARRA EMMANUEL FOURNIER

Reviví el frio de los bosques del Sarre y, en el interior de mi cabeza, escuché con claridad el estruendo ensordecedor de las bombas al estallar y el eco de los disparos a mi alrededor. Me hundí entre las sábanas como cuando reptaba entre las hojas, rasgándome la cara y cubriéndome de barro, para que los alemanes no me encontraran. Era todo una alucinación, pero las balas que pasaban a mi lado, casi rozándome, y las bombas que explotaban a escasos metros destrozaban como cuando estaba en el campo de batalla.

Desperté, sudoroso y convulso. No sabía qué hora era, pero quería gritar a pleno pulmón. Sin embargo, solo pude emitir un quejido lastimero que se me quedó dentro y me perforó las entrañas.

Tosí violentamente, tapándome la boca con las manos para no manchar y miré a mi alrededor. Mis manos estaban rojas de sangre. Me dolía mucho el pecho y sentía un mareo que no me permitía pensar con claridad. El ambiente de la habitación estaba cargado, todo a mi alrededor apestaba a sudor y enfermedad.

Malgastando la poca fuerza que tenía, golpeé la cama, estampando la forma de mi puño en el colchón. Sequé la sangre fresca de mis manos con un trapo que las enfermeras me habían dejado. Traté de dormirme de nuevo en busca de tranquilidad, de una pizca irreal de normalidad. Pero cada vez que cerraba los ojos no sentía paz sino todo lo contrario.

Con esfuerzo, logré levantarme de la cama y caminé hasta el porche trasero. Mi cabeza giraba descontroladamente a cada paso que daba, y las articulaciones me dolían, resentidas por la falta de ejercicio. Tenía veinte años y estaba peor que un anciano. Sin embargo, me sobrepuse. Si había algo que necesitaba sobre todo lo demás, era tomar el aire.

Me quedé en silencio, observando la luna, y pocos minutos después, noté cómo las gotas de sudor que me bajaban por la espalda se congelaban lentamente por el frío invernal. Alguien colocó un abrigo sobre mis hombros. Me giré, era Céline. Al verme, vi que no conseguía disimular el horror en su rostro. Todavía era muy joven y le había impactado verme en aquel estado. Había perdido mucho peso en las últimas semanas y probablemente tenía la apariencia de un salvaje. Sin embargo, poco después sonrió como solo ella sabía.

Se sentó a mi lado y perdió su mirada castaña en algún lugar del horizonte, difuso por la oscuridad y por la niebla grisácea.

No me había fijado hasta entonces, pero mi hermana ya no era esa niña de largas trenzas rubias y sonrisa alegre que había dejado atrás en septiembre de 1939. Al descubrirlo, sonreí a medias. Era la primera vez que sentía algo de alegría en meses y tampoco me extrañaba, cada vez se parecía más a Madre, y Madre era una mujer excepcional.

-Imagino que sabrás qué noche es hoy... -En su voz había cariño, pero se percibía un deje de tristeza.

-Año nuevo. -Estuve a punto de añadir un "no soy tan idiota" pero me contuve. Me había aislado lo suficiente como para que pudieran pensar que realmente había perdido el contacto con la realidad.

Me sentí mal, sabía que me quería y se esforzaba por mí, y yo se lo pagaba recluyéndome cada vez más en mí mismo.

-¿Te apetece... pedir un deseo? -era de noche, pero pude percibir el rubor de sus mejillas. Parecía que le avergonzaba proponerme algo así- Es lo que se hace en estas fechas, para que el año sea próspero. -Se abrazó a sus rodillas y me miró, expectante.

Permanecí en silencio perdiéndome en su rostro, parecido al mío, pero todavía aniñado y de rasgos más dulces. Le respondería, no creía que pudiera recuperarme jamás, pero desear era gratis.

-Deseo... Recuperarme de toda esta mierda -respondí poco convencido- Y que todo pueda volver a la normalidad.

Tomó mi mano. Su apretón se sentía seguro, su mano de pronto era más fuerte que la mía, pálida y huesuda.

-Yo deseo que la guerra acabe pronto, y que Jean vuelva, y que todos, todos, todos podamos ser felices.

Sonreí de nuevo al escuchar sus palabras. Ella suspiró, sin saber qué más decir, y el silencio volvió a reinar entre nosotros. Probablemente ambos estuviéramos acordándonos de Jean. Jean era nuestro hermano mayor, también lo habían llamado a filas y no le habíamos visto desde entonces. Ni siquiera sabíamos cuando acabaría su servicio. Solté su mano y me incorporé con pesadez, sentía que ya había tenido demasiado contacto. Quería volver a la seguridad de mi habitación cerrada, pero al sentir sus ojos sobre mi nuca me giré.

-Muchas gracias, Céline. -Suspiré, con voz temblorosa.

Ella asintió y se levantó también. Sin hablar, la acompañé a la puerta principal.

-Adiós, Ce -era la primera vez en meses que usaba ese apodo.

-Hasta otra, hermanito. ¡Seguiré visitándote una y otra vez hasta que te recuperes! -Me quiso abrazar pero la detuve a tiempo, no quería contagiarla.

Salió del hospital y yo me quedé contemplando la calle a través del cristal hasta que ella se perdió entre la niebla. Regresé a mi habitación, el dolor no me parecía tan terrible como hacía un rato. Arrojé las sábanas al suelo y me tumbé en el colchón descubierto, esa noche no tendría pesadillas.

NARRA CÉLINE FOURNIER

Mi hermano soltó mi mano y se levantó con pesadez. Le seguí con la mirada mientras se dirigía hacia la puerta del pasillo. Pensaba que se marcharía sin decir nada. Se había convertido en una especie de fantasma que vagaba por la vida haciendo mucho ruido y sin pronunciar palabra, pero en el último momento, cuando estaba a punto de cruzar el umbral y entrar, se giró para mirarme una última vez.

-Muchas gracias, Céline. -Su rostro estaba serio, pero en su voz podía notar algo parecido al afecto.

Sonreí como una mientras él me acompañaba a la salida, agradecida a Dios o a quien fuera de haber finalmente decidido visitarle. Había sido testigo de algo que jamás llegué a pensar que volvería a suceder. Había escuchado sentimiento en la voz de mi hermano, y había visto su sonrisa una vez más.

Me quedé un rato más en el porche del hospital, hipnotizada por la etérea niebla iluminada por la luz de la luna, y poco después una estrella fugaz rasgó el cielo oscuro con su luz. Repetí mi deseo rápidamente y me puse en camino hacia el hotel, con la esperanza de que algo bueno podía llegar a suceder en este año que empezaba.



El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now