-No creo que sea de la incumbencia de nadie qué estábamos haciendo -continuó, adentrándose en la estancia- pero estaba con ella y puedo corroborar que no tiene la culpa de lo sucedido.
Los soldados desviaron su atención hacia él, le miraban con las cejas arqueadas, pero nadie dijo nada. Él se acercó a mí.
-Dejadla en paz, es obvio que a Hirsch le disparó un tirador experimentado. Si queréis un chivo expiatorio, buscadlo en los judíos.
Soltó las cuerdas y me tendió la mano. Yo se la tomé, aunque podía levantarme sola y su comentario sobre los judíos había sido la manera perfecta de arruinar el momento. Al levantarme, mi mirada se cruzó con la suya, afligida, y yo aproveché para decirle sin palabras lo disgustada que estaba. Creí verle entreabrir la boca como si fuera a decir algo, pero retiré la vista y me dirigí a paso ligero hasta la puerta.
Fuera me esperaban mi madre, mi hermano y Richard, sentados en las escaleras de la entrada dándome la espalda. Sentí cómo se acumulaban las lágrimas en las comisuras de mis ojos al ver que estaban allí, preocupándose por mí.
-Estoy fuera -logré decir con la voz rota.
Al escucharme, los tres se giraron rápidamente. Durante unos segundos, me miraron como si hubieran visto un fantasma, pero después, Madre rompió a llorar y mi hermano y mi amigo sonrieron.
-Pensaba que te perdería -sollozó mi madre, enterrando su cabeza en mi hombro. Me apretó fuerte contra sí y comencé a llorar yo también-. Emmanuel ha venido a la parroquia muy alterado y llevamos todo el día esperando noticias.
Me soltó y mi hermano se apresuró a estrujarme también.
-No nos han querido decir nada, pero hubiéramos preguntado tantas veces como hubiera hecho falta.
Richard observaba la escena de cerca, con la cabeza ladeada y una media sonrisa. Cuando mi hermano me soltó, se acercó.
-Me alegra que estés bien.
-Me alegra que me hayas esperado con mi familia.
Él bajó la cabeza y rio nervioso.
-Parece ser que siento una atracción irremediable por ayudar a tu familia -me miró directamente a la cara por primera vez en tiempo, pero no pude leer su expresión.
Mi hermano nos interrumpió.
-Vamos a casa -me tomó del brazo- creo que lo mejor ahora será descansar. Ven tu también a tomar algo si quieres, Richard.
Asentí, sin quitarle la vista de encima a mi amigo.
-No os preocupéis -se encogió de hombros-. Me basta con saber que estás bien, tenemos que quedar tú y yo algún día.
-Muchas gracias, de verdad, ya hablaremos sobre quedar -él asintió, sonriente, y se marchó.
-Es un poco... extraño -rió mi hermano cuando perdimos a Richard de vista.
-Es un buen chico -comentó mi madre-. Conozco su situación y lo está pasando mal, pero aún así lo sobrelleva con calma.
Por el camino, nos detuvimos a comprar un conejo para asar y cuando llegamos a casa, Madre gastó el poco azúcar que nos quedaba en hacer un Kugelhopf, mi bizcocho favorito, y pusimos música swing. Franz no tenía por qué escucharla si regresaba a las diez.
Busqué algo que leer para que el tiempo pasara más rápido y me sorprendió encontrar un ejemplar en francés de Signal, la revista que Richard me había enseñado el día que nos conocimos.
-¡¿Qué demonios es esto y por qué está aquí!? -pregunté, sosteniéndola en alto.
Lo primero que pasó por mi mente era que Holzmann la hubiera traído en un intento fallido de "domar" a mi familia, pero mi madre no tardó en desmentirlo.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...