Capítulo 35

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Desperté con un dolor de cabeza terrible. Todo dio vueltas a mi alrededor al incorporarme, y al dirigirme a la cocina, sentí una desagradable sensación de pesadez en el estómago. Me forcé a desayunar, prefería ir a trabajar bien alimentada. No obstante, tan pronto como di el último trago a mi café, me entraron unas ganas terribles de vomitar. Pensé en llamar a Madame Delphine y decirle que me encontraba indispuesta, pero preferí forzarme a ir a la tienda, había faltado tantos días que temía perder mi trabajo si seguía a ese ritmo. Tomé una Aspirina y cogí la bicicleta, confiando en que aquello me aliviaría.

El camino hasta la tienda fue aterrador. Sentía frío y calor a la vez y no podía centrar la vista en el camino, por lo que tuve que bajarme de la bici y continuar a pie.

-¡Señorita Fournier! ¡Tiene usted un aspecto terrible! -exclamó Madame Delphine nada más entré en la tienda, sin darme tiempo ni a saludar-. Váyase a casa a descansar, por favor.

-Me encuentro perfectamente -mentí.

-¡No lo creo! -cuando Delphine se ponía seria, se convertía en una persona verdaderamente imponente-. Vaya a casa, por favor, no puede estar en la tienda con ese aspecto de cadáver viviente.

Miré mi reflejo en el cristal del escaparate. No creía tener tan mal aspecto como ella decía, pero agradecí que me permitiese tomarme el día libre. Tal y como me encontraba, donde mejor estaría era en la cama.

-Gracias, Madame... -sentí cómo el rubor calentaba mis mejillas.

-Aún así, señorita -dijo ella severamente, antes de que saliera del local. Temí lo peor- usted y yo tenemos que hablar seriamente de sus ausencias. Cuando se recupere le espera una charla larga y tendida conmigo.

-Por supuesto, Madame... -murmuré mortificada, y procedí a desaparecer tan rápido como pude.

Cogí mi bicicleta, que había candado a una farola cercana, y comencé a notar cómo mi ropa se empapaba de sudor. El dolor de cabeza se había atenuado, la Aspirina estaba haciendo su efecto, pero sería desagradable caminar los dos kilómetros que me separaban de mi casa con semejante calor. Sin embargo, al enfilar la calle de la playa, me topé con algo que hizo que el calor se convirtiera en la menor de mis preocupaciones en aquel momento.

Hirsch y Müller iban vestidos con el uniforme negro de las SS y la esvástica en el brazo, se dirigían a un automóvil que les esperaba a escasos metros de ellos, por detrás, Océane les seguía como podía con una enorme maleta en cada mano.

-¡Océane! -me atreví a gritarle desde donde estaba- ¿Qué haces?

Ella se giró para mirarme y reparé en que se veía radiante. Nunca la había visto tan feliz.

-¡Me voy con ellos! -exclamó entusiasmada.

Hirsch y Adolf se giraron también. En el rostro del primero había una expresión triunfal, el segundo parecía preocupado.

-¿¡Te has vuelto loca, Océane Brun!? -no podía permitir que un cerdo como Hirsch se llevara con él a una niña tan inocente. Solo Dios sabía qué sería capaz de hacerle.

-Océane Hirsch -su sonrisa se agrandó al pronunciar aquel apellido.

-¡¡Claro que no!! -grité furiosa.

Hirsch estalló en carcajadas y al ver que me tensaba, Adolf corrió hasta colocarse a mi lado.

-Enséñale a la asesina lo que te pertenece, cariño -pronunció Hirsch. Había auténtico veneno en sus palabras.

Océane levantó su mano y yo descubrí, con horror, que un vistoso anillo con un enorme zafiro azul y decenas de zafiros transparentes que relucían al sol simulando ser diamantes.

-Nos casamos ayer -Hirsch colocó su mano en mi brazo y yo me estremecí del asco que su tacto me hacía sentir. Sus ojos fríos se toparon con los míos, pero no pude sostenerle la mirada y bajé la cabeza derrotada-. He ganado. Y tú pierdes, asesina.

-¡No puedo creer que conviertas un asunto tan grave como este en una competición! -grité, aquel comentario realmente demostraba quién era ese monstruo en realidad-. Y tú -me dirigí a Adolf-. Pensaba que no estabas de acuerdo con esto, pero veo que también eres basura.

Müller me agarró y me arrastró hacia el otro lado de la calle. Hirsch hizo amago de seguirnos, pero Adolf le detuvo con un gesto de mano.

-¿De verdad crees que estoy de acuerdo con esto, Fournier? -esperó mi respuesta, pero yo no sabía qué decir-. Por supuesto que no -continuó ante mi silencio-. Pero era esto o nada. Su familia la repudió cuando comenzaron las nauseas y los vómitos y ahora mismo no tiene a nadie más que a Helmut. ¿O acaso prefieres que se quede sola en sus condiciones?

Se me saltaron las lágrimas y las rodillas comenzaron a temblarme.

-Quieres decir que Océane está... -ni siquiera tuve que terminar de pronunciar la frase para que él asintiera serio.

Al recibir esa noticia, me sentí como si alguien me hubiera pegado un puñetazo en el estómago. Mi visión se distorsionó y sentí que el aire no llegaba a mis pulmones. Lo último que vi antes de perder el conocimiento, fue a Adolf precipitándose asustado hacia mí.

-¡Gracias al cielo! -exclamó al ver que abría lentamente los ojos. Se dirigió a Hirsch-. La acompañaré a su casa, esperadme, por favor.

Esperó a que me recompusiera y me ayudó a incorporarme. Después, me ayudó a sentarme sobre la parrilla de mi bicicleta.

-Agárrate a mí.

Rodeé su cintura con mis brazos y apoyé mi cabeza en su espalda. Al tener que arrastrar el peso de los dos, pedaleaba despacio. A mí me dolía de nuevo la cabeza, tanto que apenas podía mantener la conciencia y me debatía dolorosamente entre la vigilia y el sueño. No podía pensar con claridad, pero aún así me sentía enfadada y culpable por el destino de Océane. También me sentía estúpida, aquello no era asunto mío. Yo ya tenía mis problemas, que no eran pocos, pero siempre parecía estar involucrándome en los de los demás, y acababa sufriendo doblemente.

-Hemos llegado -susurró Adolf. Yo estaba tan mareada que ni me había dado cuenta de que la bicicleta se había detenido.

Me ayudó de nuevo a incorporarme y a caminar hacia la puerta principal. Al llegar, me abrazó.

-Ha sido un placer, Céline Fournier. Compondré algo en tu honor algún día, y espero que puedas escucharlo.

-Cui-da d... de ella p... por favor -me dolía todo el cuerpo pero hice un enorme esfuerzo en levantar el dedo meñique. Él lo entrelazó con el suyo.

-Te lo prometo.

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Hola!

Ya estoy de vuelta. He tardado mucho en actualizar, pero como bastantes sabréis, estaba de exámenes y no he tenido tiempo de escribir nada hasta ahora. Ahora estoy más libre y espero poder dedicarle un rato cada día. Estimo que Franz tendrá unos 40 capítulos, por lo que estamos ya en la recta final. 

Las sub-tramas se irán cerrando poco a poco a lo largo de estos próximos capítulos hasta llegar al final definitivo. Al fin he dado un final a la historia de Hirsch y Océane, y aunque no es el que todxs hubiéramos querido, desafortunadamente, aquella fue una época de grandes injusticias.

No me gusta incluir un elenco de actores para mis personajes porque prefiero que cada lector los imagine como quiera. Sin embargo, he empezado a ver gossip girl (muy entretenida, de momento) y he de decir que Hirsch me recuerda mucho a Chuck Bass, qué os parece?

Un abrazo, 

Sid.


El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now