Capítulo 10

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Miré por la ventana, el sol se estaba poniendo y teñía el lago de un hermoso color dorado. Pronto pasarían a recogerme.

-Manu -llamé la atención de mi hermano, que, como de costumbre, estaba absorto en su lectura.

Levantó la mirada y reparé en que llevaba su característico cigarrillo entre los labios. Al ver que lo miraba fijamente, lo tomó entre sus dedos como siempre había visto a los hombres en el bar hacerlo.

-Ce... Tengo que tener cuidado, hoy he estado a punto de encenderlo.

Nos quedamos en silencio durante unos segundos. Últimamente pasaba a menudo, aunque ya no resultaba tan incómodo como al principio.

-Quería ofrecerte venir con Pierre y conmigo a la playa esta noche -esbocé una sonrisa que desapareció al ver como el gesto de Emmanuel se torcía.

-Céline -rara vez utilizaba mi nombre completo- ¿Estás tonta? ¿Cómo puedes preguntar algo así tan alegremente con el carapatata rondando por la casa? Te recuerdo que hay un toque de queda, y sabes que son capaces de cargarse a quienes se lo salten.- Crucé mi mirada con la suya, tenía el ceño fruncido y clavaba sus ojos marrones en mí de manera acusadora. Se la sostuve y él suavizó el gesto-. No quiero que me atrapen ahora y que todo lo que he pasado haya sido en vano. Piensa en madre, ¿podría soportar que desapareciéramos?

-Yo voy a salir -me limité a responder. No quería tener miedo, me negaba a que esa gente condicionase mi existencia entera. No me pasaría nada, madre no tenía por qué preocuparse.

Emmanuel se quedó mirándome con una expresión indescifrable, parecida a la que tenía cuando estaba en el hospital. Se volvió a llevar el cigarrillo a la boca y se encogió de hombros.

-Allá tú... -murmuró con un tono de voz plano, y volvió a sumergirse en su libro.

Cenamos en silencio, evitándonos aunque estuviéramos uno en frente del otro. Cuando Holzmann todavía no había llegado y madre no estaba en casa, solía poner swing para tratar de disipar esa tensa y asquerosa atmósfera que mi hermano creaba, pero con el enemigo en casa era imposible.

Terminamos de comer a la vez y cuando iba a subir a mi habitación a prepararme, su mano me detuvo.

-Ten cuidado, por favor -murmuró con un hilo de voz, y desapareció antes de que pudiera decir nada.

Me vestí y traté de leer mientras esperaba a mi amigo, pero me costaba concentrarme. Miré por la ventana durante largo rato, esperando a mi amigo y replanteándome si realmente era una buena idea ser una "rebelde". Finalmente, Pierre apareció de entre los árboles, pedaleando a toda velocidad y decidí que yo también quería.

Crucé el pasillo y bajé la escalera con el máximo sigilo, confiada de que Holzmann no me escucharía, pero cuando estaba cerca de la puerta principal una voz me detuvo.

-¿Dónde vas? -ahí estaba él. Comenzaba a pensar que a diferencia del resto de nacionalsocialistas estúpidos, tenía algún tipo de súper poder.

-A ninguna parte.. -logré pronunciar con un hilo de voz. Me encaminé vacilante hacia las escaleras pero él me cortó el paso.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo, y aunque no lo hicieron con la misma mirada de depredador, fría y agresiva, que utilizaban los de su especie cuando nos miraban, un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Me erguí orgullosa, tratando de recomponerme, no le daría el placer de verme nerviosa. Volvió a centrar su mirada en mi cara y sonrió con ternura.

-¿Así vestida? -la ropa me delataba, pues llevaba solamente un cárdigan sobre el traje de baño.

Fruncí el ceño y me quedé mirándole fijamente en silencio, él ladeó ligeramente la cabeza. Sentí su mano recorrer mi brazo con delicadeza. A través de la gruesa chaqueta, el contacto era casi imperceptible, pero suficiente como para desatar una tormenta en mi interior. Tensé mi cuerpo, alarmada, y él dejó caer su brazo bruscamente. Bajó la cabeza y se mordió el labio.

El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now