Capítulo 33

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Llegamos a Gérardmer de madrugada. Dormí durante casi todo el trayecto, pero en un momento de duermevela, me pareció escuchar un susurro de Franz, casi imperceptible, como si se hablase a sí mismo.

-¿Sabes? Creo que te quiero, Céline Fournier. Hoy me has hecho muy feliz.

Entreabrí los ojos para verlo, miraba atento a la carretera. Me giré en el asiento para que no viera la sonrisa estúpida que se me había quedado después de escuchar aquello. Quise responder, pero me pareció más adecuado fingir que estaba dormida.

-Ha sido un buen día -le dije a Franz, antes de que entrara en su habitación-. Era la primera vez que salía de Francia, y he de admitir que he disfrutado mucho.

Él sonrió como solo él sabía hacerlo y me resultó tan irresistible que quise besarlo. Pero, al recordar que estábamos en mi casa, donde no éramos "Céline y Franz" sino "la niña y el alemán", me tuve que contener.

-Me alegro, yo también. Tu compañía es inestimable -respondió tímidamente-. Buenas noches.

Cerró su puerta y me dirigí a mi habitación.

-Creo que yo también te quiero, Franz Holzmann -murmuré para mí misma antes de quedarme dormida.

Desperté a media mañana por culpa de un rugido ensordecedor proveniente del jardín. Me asomé a la ventana para ver de que se trataba y me sorprendió encontrar a Emmanuel manejando una enorme máquina motorizada. Briznas de hierba revoloteaban a su alrededor.

-¡Mira qué ha comprado Madre! -exclamó feliz, al verme en la ventana-. ¡Un cortacésped motorizado! ¡Con esto podemos cortar el césped en cinco minutos!

-¡El sonido es insoportable! -grité, intentando hacerme oír.

-¡Lo sé! ¡Pero es una maravilla lo eficiente que es esto! ¡Última tecnología alemana! ¡A la mierda el boicot que estábamos haciendo! -una sonrisa malvada se dibujó en su rostro-. Por cierto... ¡No sé qué hiciste anoche para haberte despertado tan tarde, pero te he dejado el desayuno en la encimera!

Lo primero en lo que pensé al dirigirme a la cocina fue Franz. ¿Qué estaría haciendo en aquel momento? Probablemente hubiera madrugado para ir al château. Me pregunté qué haría exactamente, y si se acordaría de mí de la misma manera que yo de él. De pronto, había olvidado su procedencia, y me lo imaginaba irresistible en su majestuoso despacho, tecleando en mangas de camisa algo con su máquina de escribir.

No entendía qué me pasaba, por qué de repente Franz parecía consumir todos mis recursos mentales. Rememoré el día anterior mientras desayunaba. Las tostadas no sabían como aquel pastel, el café era más amargo que aquel café. Me sentía como si flotara por el cielo, tumbada en una nube, pensando en todo lo que había sucedido y todo lo que sucedería la próxima vez que viera a Holzmann. Había olvidado a Richard, a Hirsch y Océane, incluso la guerra, mi mente estaba con Franz y no importaba nada más.

Estaba tan ensimismada, que no me enteré de que el sonido del cortacésped había cesado y mi hermano se había sentado a mi lado.

-Te veo algo distraída -comentó, robándome una tostada.

Sus palabras me pillaron por sorpresa y di un pequeño salto en mi sitio. El rio.

-Creo que sí. No sé qué me pasa.

-¡Algo grave! ¡Ni siquiera te has quejado de que me coma tu desayuno!

-Hay un chico... -me atreví a confesar, aunque no le diría quién-. Últimamente pienso demasiado en él. Es como si quisiera verle en todo momento, y en su ausencia, su imagen está muy viva en mi mente.

El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now