Capítulo 20

2.6K 235 42
                                    

¡Feliz Navidad a todxs! Espero que paséis unas felices fiestas. 🎄🎅

Este capítulo puede herir sensibilidades, espero no desagradar o ofender a nadie, en aquellos tiempos se vivieron situaciones realmente desagradables y estoy tratando de retratar la época de una manera realista. Os avisé, de todas maneras. Espero que os guste.

El camino al château se me hizo eterno. Estaba custodiada por cuatro soldados, y la única vez que se me había ocurrido preguntar algo, recibí un culatazo en el cogote que dolió más que cualquier golpe que hubiera recibido en mi vida. Imaginé que mi madre estaba en la parroquia y por eso no la había visto en casa. Desde la invasión pasaba mucho tiempo allí, probablemente porque tenía demasiado tiempo ahora que no se dedicaba a la política. Deseé que así fuera, y que no sufriera por mi arresto.

Lloré en silencio por mi hermano. Me sentía culpable de haber arruinado su alegría. Él no tenía ninguna necesidad de estar metido en mis problemas pero una vez más había conseguido inmiscuirle en asuntos en los que no tenía nada que ver. Lo imaginé descendiendo por la cuesta del lago en su bicicleta en busca de mi madre y se me rompió el corazón.

-¡No llores, imbécil! -exclamó con desdén el que me había golpeado con su pistola, pegándome en la mejilla.

-Guárdate las lágrimas para cuando llegue tu hora, asesina -dijo otro, también con veneno en su voz.

Aquel asesina caló hondo en mí. No pude evitar sollozar y recibir otro golpe al pensar que podía haber matado a Hirsch, no podía ni imaginar que mis manos estuvieran manchadas de sangre. Sin embargo, fruncí el ceño tratando de parecer serena cuando recordé que ellos eran los verdaderos asesinos. Ellos eran los que mataban por matar, y tanta hipocresía me hizo ponerme enferma. Alguien me esposó.

Mareada, noté el vómito subir por mi garganta, pero lo tragué para no tener que sufrir también las consecuencias de aquello.

Llegamos al château y me condujeron al interior a empujones. En el hall, los soldados me miraban con una mezcla de morbo y desdén en sus miradas. Traté de buscar a algún conocido con la mirada, pero no tuve éxito. El piano yacía silencioso en el rincón de siempre.

Descendimos hasta el sótano, zona en la que no había estado nunca, por una lúgubre escalera de caracol. Allí estaban las mazmorras, oscuras y de piedra. Me recordaron mucho a las mazmorras medievales que había visto en libros y películas. Nos detuvimos frente a una celda cualquiera, alguien abrió la gruesa puerta de madera y me arrojaron dentro. En completa oscuridad, escuché a alguien cerrar la puerta con llave y pisadas alejándose.

Minutos después, mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y en la penumbra vislumbré un catre y una palangana de porcelana blanca. Me senté en el camastro y comencé a llorar, pensando en que Franz no me sacaría de allí y en lo estúpida que había sido al salir sola al bosque. Una chica no salía sola al bosque con tanto depredador suelto.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí cuando escuché la puerta abrirse. Sin embargo, no quise abrir los ojos para no ver lo que se me venía encima.

-¿Céline? -susurró una voz conocida. No respondí- vengo a hablar contigo, no te voy a hacer daño.

Abrí los ojos para encontrar a Adolf arrodillado en frente de mí con expresión preocupada.

-¿Müller?

-He venido tan rápido como he sabido que estabas aquí.

-¿Qué ocurre? -me permití llorar delante de él.

-Hirsch te delató tan pronto como se despertó. Dice que eres una maquisard y que lo atacaste para silenciarlo.

Sentí su mano apretar la mía pero no la retiré.

El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now