Capítulo 28

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-Bei mir bist du schön, Céline Fournier -reconocí en boca de Franz la letra de la canción que estaba sonando.

-¿Qué significa? -pregunté, sorprendida por su atrevimiento.

-Es yiddish, significa que para mí eres bonita. ¿Bailas?

Me extrañó que me hubiera ignorado durante más de una semana y ahora quisiera bailar, pero me dejé llevar. Él se movía con gracia al ritmo de la música, se notaban sus genes mediterráneos. Yo trataba de seguirle el ritmo, pero la canción era demasiado rápida y de vez en cuando le pisaba. Él se reía cada vez, pero a mí aquello me mortificaba.

De pronto, me vi volando por los aires. Franz me levantaba con soltura, ejecutando movimientos complicadísimos que no sabía que pertenecieran al swing. La gente se congregó a nuestro alrededor, dando palmadas y gritando, yo veía borroso y me daba vueltas la cabeza mientras trataba de concentrarme en lo que estaba pasando. Jamás me había sentido tan al límite, pero me estaba encantando la sensación.

Mis pies tocaron al fin tierra firme. Me quedé en el sitio, tratando de recomponerme, escuchando en el fondo los aplausos de la gente. Una mano acarició mi hombro y sentí cómo me conducían hacia una esquina. El brazo de Franz rodeaba mis hombros mientras observábamos a Richard y Maud intentar sin mucho éxito hacer lo mismo que Holzmann y yo acabábamos de hacer. En cualquier otra ocasión lo hubiera retirado bruscamente, pero la euforia del momento me hacía olvidar por completo quién era Franz y quien era yo.

Estaba concentrada en los que bailaban cuando me sobresaltó un cosquilleo cálido en mi oreja que me hizo sentir como si mi cuerpo estallara en llamas.

-Si te apetece hablar, estaré echando un pitillo en la calle Liserons -el reconocible acento de Franz tan cerca de mí me puso los pelos de punta.

Asentí en silencio y fijé la mirada en los enérgicos movimientos de Maud. Noté cómo retiraba el brazo acariciando sutilmente el mío. Fruncí el ceño contrariada, sin entender por qué hacía aquello. Dejé pasar una cantidad de tiempo considerable y me dirigí hacia la puerta, tratando de pasar desapercibida. Desde luego, necesitaba una explicación, por mucho que me gustara, detestaba ser objeto de los caprichos de ese condenado alemán.

Al Salir de la sala, una ráfaga de aire fresco me puso la piel de gallina y eché de menos una chaqueta. El tiempo en Gérardmer no era el más facil de predecir.

Caminé en la penumbra hasta la calle Liserons. Por suerte, estaba vacía. Encontré a Holzmann en una esquina, le delataba el cigarro encendido en la oscuridad de la noche. Me acerqué y descubrí que estaba diferente, aunque no menos atractivo. Su peinado perfecto se había deshecho al bailar y el oscuro flequillo le tapaba las cejas. Además, la chaqueta había desaparecido, y llevaba la camisa semidesabrochada, dejando ver su pálido torso.

Él debió de darse cuenta de que lo observaba y sonrió maliciosamente.

-Me temo que no soy un galán -rio-. Estoy condenado a ser delgado para siempre.

-No estás nada mal... -me mordí la lengua y comencé a golpearme la frente con las manos al darme cuenta de lo que acababa de decir. No acostumbraba a beber cerveza, y toda la que había bebido aquella noche me había soltado la lengua. Él estalló en carcajadas- ¡Es el alcohol, que habla por mí! -me apresuré a decir, totalmente abochornada, y él se carcajeó todavía más.

-¿No tienes un calor terrible? -preguntó él cuando se repuso, y yo reparé en que estaba sudando. Negué con la cabeza, si algo tenía, era frío-. Será el esfuerzo que he hecho al levantarte, pesas mucho más de lo que parece.

Me encogí de hombros y sonreí yo también.

-Ha sido increíble, todo un subidón.

Él tiró el cigarrillo que se estaba fumando al suelo y lo pisoteó. Se sentó en la repisa de una ventana y lo imité.

El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now