Capítulo 29

2.5K 208 73
                                    

Aquella noche apenas dormí. Era consciente de que haber perdido a Richard era mi culpa, había jugado con fuego y me había acabado quemando, pero igualmente pensaba que aquello era injusto, que si no estuvieramos en guerra podría no importaría nada de esto.

El corazón me latía con tanta fuerza que sentía una opresión en el pecho, y en mi mente se sucedían situaciones a una velocidad vertiginosa. Intentaba pensar en alguna situación que me permitiera tener a los dos, pero en el fondo sabía que iba a tener que tomar una decisión. Tenía que decidir entre la estabilidad de mi amistad con Richard y la emoción de lo que fuera que tenía con Franz, y no me sentía preparada para renunciar a ninguno de ellos.

En algún momento miré el reloj, que marcaba las cuatro y media de la mañana. Harta de tanta indecisión y ante el prospecto de pasar otro día miserable por la falta de sueño, bajé a la cocina y me preparé una de esas fortísimas infusiones que tomaban mi madre y mi hermano cuando estaban alterados. Solo entonces logré bajar el ritmo de mi corazón.

Desperté en torno a las ocho y media con el rugido de un automóvil. Imaginé que era Franz porque era el único que conducía regularmente y lo maldije en silencio. Sin embargo, mi mal humor se disipó cuando vi que alguien había colocado un sobre en mi mesilla. Al menos, si no me había enterado durante la noche, el poco sueño que había logrado conciliar había sido profundo.

Lo tomé. Estaba sellado y no ponía nada, aunque podía imaginar quién lo había dejado ahí. Emocionada, rompí el sobre y desdoblé la cuartilla, que era cuadriculada y no rayada como acostumbrábamos a utilizar en la escuela. No había leído todavía nada, pero reconocí al responsable de aquello. Había visto papel como ese en el escritorio de Franz.

Intenté respirar hondo al darme cuenta de que se me había acelerado la respiración y cuando estuve más calmada, procedí a leer el contenido.

Querida C,

Lamento todos los inconvenientes que mi comportamiento te haya podido causar. Sinceramente, cuando estoy contigo, me siento como si fuera de nuevo un adolescente. Lo siento si en algún momento he cruzado límites que no querías que cruzase. No hay justificación alguna para eso, pero tu presencia me causa una sensación embriagadora que hacía mucho que no sentía y a veces me cuesta ejercer el control que debería sobre mis actos.

Perdón por confundirte, por crear más problemas que los que ya tienes. Me he tenido que marchar a Berlín, mi hermana ha caído enferma de difteria y quiero acompañarla. Volveré en una semana exactamente. Espero que entonces desees verme.

No puedo vivir con la incertidumbre de si realmente me correspondes. Por eso, si quieres que lo intentemos, confírmamelo viniendo a mi habitación cuando vuelva. Ojalá lo nuestro pueda funcionar.

Siempre tuyo,

F.

De alguna manera, al leer la carta, creí tenerlo claro. Buscaría a Richard y trataría de arreglar las cosas con él.

Salí de casa sin que nadie me viera y me dirigí a casa de mi amigo. Llamé a la puerta con el corazón en un puño, llevaba toda la noche pensando en qué le diría pero en aquel momento lo había olvidado por completo. Me abrió su madre, quien yo pensaba que se llamaba Mado pero había resultado llamarse Magda.

-Buenos días -me puse todavía más nerviosa al toparme con su expresión de hostilidad.

-Buscas a Richard, ¿verdad? -asentí, bajando la cabeza-. No quiere recibirte, está muy afectado por algo que debió de pasar anoche -por su tono, deduje que sabía de lo mío con Holzmann-. Vuelve en otro momento.

Me marché derrotada, pero por el camino, algo horripilante llamó mi atención. Helmut Hirsch y Océane compartían sonrisas y un helado en una terraza. Movida por la rabia, corrí en su dirección, no podía entenderlo y no podía aceptarlo.

-¡Océane! -llamé la atención de ambos. Al verme, Hirsch entrecerró los ojos.

Ella iba a responder pero él se le adelantó.

-¡Vaya, pero si es la asesina! -océane me miró triste, como si se compadeciera de mí. Aquello me enfureció todavía más.

La agarré del brazo y la arrastré lejos de allá sin pronunciar una palabra. Ella apenas opuso resistencia, y él se quedó perplejo en su silla.

-¡¿Qué haces con él?! -exclamé una vez estuvimos en un lugar discreto.

-Se ha disculpado, me ha dicho que me ama de verdad, y yo lo perdono porque también lo amo -dijo ella, tranquilamente, y yo odié incluso más a Hirsch, ¿cómo se atrevía a engañar y a abusar de esa manera de una niña?

Cogí aire, detestaba dar malas noticias, pero aquello era necesario.

-No te ama, Océane. Es un cabrón, aléjate de él, por favor.

Ella frunció el ceño.

-¡Claro que me ama! No hay más que verlo. Lo que te pasa es que estás celosa porque Hirsch me quiere y a ti Franz no te hace caso.

Sentí que me mareaba al escuchar eso. La dureza de sus palabras era tal que me dieron ganas de disparar a Hirsch de nuevo, aunque las consecuencias de aquello no serían nada buenas.

Él acabó por encontrarnos y rodeó a la muchacha con sus brazos en actitud protectora, como si yo fuera la mala de aquella historia. Ella se acurrucó contra él.

-Has perdido, asesina. Te perdono la vida, que es mucho para haber intentado matarme, pero a cambio tendrás que dejarnos en paz para siempre. No queremos tu toxicidad aquí.

Me marché también de allí, asumiendo mi segunda derrota aquella mañana. Sin embargo, no me rendiría.

Intenté ponerme en contacto con Richard todos los días, pero sufría su rechazo día tras día y cada fracaso dolía como un puño. A su vez, la rabia de que Franz hubiera dejado a Hirsch suelto y aquello estuviera sucediendo también me comía por dentro.

Aquella fue la semana más larga de aquel verano. Y, cuando ví luz en la habitación de Holzmann, no pude evitar alegrarme.

Llamé decidida y él abrió con una enorme sonrisa.

-Me alegra tanto que hayas decidido intentarlo -pronunció sin dejarme decir nada, e intentó besarme pero lo aparté de un empujón.

-Hirsch está en el pueblo -murmuré secamente, sin mirarle.

-El papeleo para trasladarlo es extensivo...

-¡Me da igual! -por su expresión, pareció asustarse ante mi actitud-. ¡Ha engañado a Océane y Dios sabe qué le estará haciendo!

Para alivio mío, al escuchar aquello se llevó las manos a la cabeza.

-Bien... algo tendré que hacer.

Sonreí triunfal.

-Te dejaré acercarte a mí cuando me demuestres que has hecho algo. No puedo liarme contigo si uno de tus hombres hace daño a cualquiera de los míos.

Él asintió, parecía entre confuso y maravillado. Y yo salí de aquella habitación muy satisfecha conmigo misma.


El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now