Después del bochorno de las primeras semanas de junio, llegaron las lluvias. El cielo llevaba ya una semana de un tono casi negro, y el viento helado y el agua nos disuadían de salir a la calle. El país se había rendido, y a mí me parecía que aquellas tormentas eran en realidad las lágrimas de una Francia herida y humillada. No había abandonado mi habitación en toda la semana -entre otras cosas había estado evitando a Holzmann, que se movía por la casa como si él fuera el dueño-, pero por lo que escuchaba en la radio, los ánimos de todo el país estaban por los suelos.
Pensé en la elegante mujer con el gorro frigio y la balanza que salía en los libros de texto, era realmente hermosa. Pero en Francia no quedaba ya mucho de ella. Con sus normas absurdas, sus toques de queda y su violencia, los nacionalsocialistas se habían llevado la libertad, la igualdad y la fraternidad. Incluso el nombre del país había cambiado, ya no vivíamos en la République Française. Eso era insostenible para los alemanes, ahora estábamos en el Estado Francés.
Una noche fui a la habitación de Emmanuel, necesitaba hablar con alguien y Madre ya no estaba como para escucharme.
-Emmanuel... -pronuncié entre sollozos. No solo era Francia, yo también lloraba.
Él me abrió. Sus ojos y nariz también estaban enrojecidos.
-¿Qué pasa? -Me atrajo hacia sí y me acurruqué contra él. Era la primera vez que mi hermano demostraba afecto desde que llegó.
-Estoy triste. -Me limité a responder. Ni siquiera sabía qué me pasaba.
-Yo también, pero juntos podemos con todo. -Me tendió un pañuelo y nos sentamos en el sofá-. ¿Sabes? Todo lo que ha sucedido recientemente me ha hecho darme cuenta de que me he estado comportando como basura. Por eso lloro.
Una lágrima solitaria descendió por su mejilla.
-Me he dado cuenta -continuó, era la primera vez que le veía mostrarse vulnerable ante alguien-. De que Madre me necesita más que nunca, y voy a encontrar un empleo para sustentarnos.
Y de pronto tuve una idea.
-Emmanuel...
-¿Sí?
-¿Recuerdas toda esa madera del garaje? Tenemos que construir un refugio. Y le llamaremos república. Y será nuestro pequeño pedacito de Francia en este lugar en el que estamos ahora.
La mañana siguiente nos pusimos manos a la obra. Comenzábamos a trabajar cuando Holzmann se marchaba y acabábamos antes de que volviera. Nos daba igual la lluvia, lo que hacíamos era simbólico. Él transportaba los tablones y yo los cortaba. Después, los colocábamos entre los dos. Trabajamos durante cinco mañanas. El último día colocamos un cartel en la puerta, en el que habíamos escrito el nombre "La République" en azul, blanco y rojo.
Al séptimo día dejó de llover. Y decidí que me vendría bien salir de mi habitación. Me acerqué a la cabaña y me sorprendió ver que la puerta estaba abierta. Me asomé, él estaba allí. Pegué una patada furiosa contra el barro del jardín y di media vuelta. Sin embargo, no pude avanzar mucho, su mano agarró mi brazo, deteniéndome y causando estragos en mi cuerpo. Me obligó a girarme y a mirar en sus profundos ojos negros y al verle de cerca se me aceleró el corazón. Era exasperante, yo tenía que odiarle.
-¿¡Qué haces aquí!? -pregunté furiosa, rompiendo el pacto con Emmanuel.
Me condujo al interior y nos sentamos. Quería huir, pero sabía que no me lo permitiría.
-He salido a tomar el sol, echaba de menos el aire fresco. He visto la caseta y me ha gustado. Me gusta que quieras conservar el alma de Francia, es una lástima que se eche a perder un país tan espléndido.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Ficción históricaPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...