Me dirigí al Hôtel de Ville a votar. Concebía la fiesta como una buena excusa para poder encontrarme con Franz de manera justificada. Le echaba mucho de menos, pero no me atrevía a acercarme a él de otra manera.Me sorprendió encontrar la urna medio llena, y varias personas haciendo cola para votar. Traté de escuchar lo que decían, pero era lo de siempre. Algunos defendían que tenían que aprovechar para pasarlo bien como lo hubieran hecho si no estuvieran los alemanes y los más conservadores les acusaban de colaboracionistas.
-¿Y qué haces votando si es entrar en su juego? -preguntó Mathis, la novia de Emmanuel, que estaba justo delante de mí, a un hombre que se deshacía en insultos hacia Franz.
-¡No podemos permitir que celebren una de sus asquerosas fiestas en nuestro pueblo! -exclamó él, visiblemente indignado, casi ofendido ante la pregunta de la chica.
Sus gritos llamaron la atención de las demas personas, que se giraron a mirar qué pasaba.
-Lo que ellos quieren no es celebrar algo, sino dejarnos decidir si queremos celebrar o no. Si no quieres hacer lo que ellos digan, no votes.
-¡Es verdad! -exclamó él- ¡No debemos votar!
Rompió la papeleta, la tiró al suelo con desdén y se marchó, varias personas lo imitaron. Mathis rio por lo bajo y se giró para mirarme.
-Creo que Manu haría exactamente lo mismo, aunque yo prefiero tener, por una vez, capacidad para decidir algo.
Sonreí, sin saber qué responderle. Me sentía sucia por no estar haciéndolo en nombre de la democracia sino por Franz. Asentí y ella procedió a rellenar su papeleta. Cuando me tocó, tapé la respuesta con la mano, temerosa. En aquellas situaciones era fácil ganarse el odio de ambas partes. La introduje en la urna y salí corriendo.
En la comida salió el tema de la fiesta. Madre apenas se pronunció al respecto pero a Emmanuel se le veía indignado. Por el tono que empleaba al hablarle a Madre, deduje que sabía algo. Antes de volviéramos a nuestros respectivos trabajos, me convenció de recoger el comedor para quedarnos a solas.
Una vez estuvimos solos, frunció el ceño y yo le miré, esperando a que dijera algo.
-Madre tiene algo que ver con Holzmann -murmuró.
-¿Cómo lo sabes? -traté de fingir sorpresa.
-Les he escuchado más de una vez. Creo que lo confunde con Jean. El otro día le escuché preguntarle desesperado qué podía hacer para mejorar su reputación en el pueblo después de lo de las SS y fue ella la que le propuso celebrar las fiestas patronales.
Aquello sí que no lo esperaba.
-Yo les descubrí una vez, charlando de sus cosas. Me enfrenté a ellos, pero... ¿Lo de la fiesta? Eso si que jamás lo hubiera podido imaginar.
-¿Crees que es colaboracionista? -preguntó él, se veía triste.
-Lo dudo bastante -había entendido que no cuando les descubrí-. El colaboracionismo es algo mucho peor. Yo aún así la quiero igual.
Él suspiró.
-Y yo. Madre solo hay una, ¿no? Habrá que resignarse. Ya se marchará ese idiota de aquí.
Después de cenar, decidí que me relajaría en la biblioteca de Jean. Hacía ya tiempo que no leía. Inspeccioné las estanterías y encontré uno que me interesó. Un mundo feliz. Jean me había hablado bien de él una vez, y también había visto a Franz leerlo.
No llevaba muchas páginas cuando descubrí que aquella era la novela que llevaba mucho tiempo buscando. Tenía muchos mensajes y la narración era un tanto oscura, pero todos se podían aplicar de una manera u otra a la situación por la que todos estábamos pasando. La sociedad de consumo, el aplastante control del Estado, la instrumentalización de la raza humana, la pérdida de los valores, de la humanidad.
Estaba tan fascinada con mi descubrimiento que no me di cuenta de que había alguien más en la sala.
-¡Buena elección! -levanté la cabeza para toparme con la habitual sonrisa de Franz.
No pude evitar sonreir al darme cuenta de que había extrañado la calidez de su mirada cuando me miraba así.
-Te gusta mucho reflexionar, ¿verdad? -cogió un taburete y lo colocó junto a mi sillón.
-La verdad es que no lo sabía hasta hace poco, pero sí.
-La guerra siempre saca lo mejor y lo peor de cada uno. En mi caso ha sacado lo peor pero en el tuyo, definitivamente te ha hecho conocerte mejor.
Me quedé en silencio, sin saber qué responder. Me encantaba escucharle hablar, me encantaba lo culto y elocuente que demostraba ser siempre, y cómo siempre parecía decir lo correcto, daba igual la situación.
-Tal vez quieras dedicarte a ello en el futuro -continuó-. Sé que quieres estudiar en la universidad.
-Lo pensaré -murmuré. Nunca había considerado la posibilidad, pero me resultaba atractivo dedicarme a algo relacionado con la filosofía.
Miró hacia abajo. Su boca temblaba como si se debatiera entre decir algo o reprimirse. Sin embargo, finalmente habló.
-Me encantaría que me concedieras un baile en la fiesta.
Me volví a encontrar con la intensidad de sus ojos oscuros, que eran capaces de transmitir tanto sin que él pronunciase palabra.
-A mi me encantan tus ojos... -dije, casi sin darme cuenta.
Él los abrió de par en par y yo me di cuenta de mi error. Yo me llevé las manos a la cabeza y resoplé.
Él, al verme tan abochornada, colocó su mano en mi antebrazo y yo lo aparté rápidamente al sentir aquel cosquilleo que tanto me perturbaba.
-No te preocupes, no has dicho nada malo. De hecho, me alegra muchísimo que me digas algo así. ¿Quieres que te cuente algo sobre mí?
Asentí, incapaz de mirarlo o de pronunciar palabra.
-No son muy típicos para un alemán, lo sé. Los heredé de mi madre, era italiana. Se llamaba Maria Berio y era la heredera de una gran fortuna. Mis padres se conocieron en una fiesta de la alta sociedad, justo cuando sonaba la sinfonía del Reloj, de Haydn. Comenzaron a discutir sobre ell. A mi padre le encantaba, a mi madre le aburría, y al final de la noche... dicen que estaban completamente enamorados -suspiró-. Me pusieron mi nombre, Franz Joseph, en honor a Haydn.
>>Fueron tiempos felices para ellos... -continuó, con la mirada perdida en algún punto del infinito, como siempre que hablaba de su familia-. Mis padres se quisieron mucho, pero mi madre murió de cáncer en 1920, cuando empezaban los peores tiempos para Alemania y nacían... ciertos movimientos alternativos, ya sabes. Mi padre se radicalizó mucho, imagino que su dolor tuvo algo que ver. Se alistó en las SS y su odio comenzó a crecer. El hombre que solía ser desapareció por completo. Primero me prometió con una desconocida por temas económicos. Él quería que me alistara yo también, pero no pude porque mi sangre no es pura, y por eso estoy en la Wehrmacht. Desde entonces no me trata bien, cree que le he fallado al régimen, y no me toma en serio por mi sangre sucia. La verdad es que odio esta situación, yo solo quería aprender y enseñar.
Me miró con los ojos empañados, luchando por no llorar.
-En fin... Siento si te he aburrido con semejante historia tan larga.
-En absoluto -me encantaba que me hablase de él, que me diera a conocer que era una persona que sufría, como otras tantas, y no un ser maligno.
Se acercó a mí, vacilante, y lo rodeé con mis brazos, fundiéndonos los dos en un cálido abrazo.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...