-Pues ha sido fácil -comenté, una vez que Franz me hubo enseñado todos los papeles. Había tardado una semana en tramitarlo todo, una semana en la que no había querido pasar por la plaza del pueblo porque no podía soportar ver a Océane con aquel monstruo. Sin embargo, para lo que solía costar cumplimentar toda la documentación para solicitar un traslado, aquello había sido muy poco.
-Algún beneficio tiene que tener ser hijo de mi padre -se encogió de hombros.
-¿Crees que aceptarán la solicitud?
-Hirsch es ario, sano y carece de escrúpulos, no veo por qué no. Además, si el coronel Holzmann de la división Totenkopf quiere a ese hombre en sus filas, nadie se atreverá a decir que no.
-Gracias por molestarte en hacer esto, Franz.
Él sonrió tímidamente.
-Mis hombres están aquí por temas administrativos, es mi deber actuar si alguno de ellos hace daño a alguien inocente.
Iba a responderle de nuevo que había muchas personas inocentes que estaban sufriendo a manos de sus hombres pero me mordí la lengua, había cosas en las que Franz no podía hacer nada. Se hizo un largo silencio entre nosotros, él parecía pensativo, y yo no sabía qué decir.
-Esto que está sucediendo desde luego no es la idea que yo tenía de naciones hermanas... Nunca he creído en que podamos unir países a través de la guerra, pero es curioso como los gobiernos nos venden sueños irrealizables y nosotros lo creemos todo.
-Desesperación... -murmuré, recordando las lecciones de historia del instituto.
-¡Exactamente! -exclamó él, entusiasmado.
-Qué cambio de humor -reí, y de pronto me di cuenta de que estaba volviendo a tener una de esas conversaciones con él. Si no paraba a tiempo, cometería un error. Y, sin embargo, el cuerpo casi me pedía que lo cometiera.
-No eres muy habladora, pero cuando hablas, siempre tienes algo interesante que decir. Eso me gusta, yo hablo demasiado.
Me fijé en una pila de papeles sobre su escritorio. Cuartillas cuadriculadas, como siempre. En la primera página, solo había escrita una palabra, "abismo" en mayúsculas y en el centro del folio. Cogí el montón instintivamente y lo ojeé, era un manuscrito en francés.
Él, al darse cuenta, abrió los ojos de par en par, paralizado y tras unos segundos se abalanzó sobre mí para quitármelo.
-No me importa que mires mis cosas, pero esto en particular prefiero mantenerlo privado por ahora. Si algún día lo termino y se da la ocasión adecuada, te dejaré leerlo -dijo una vez que recuperó su manuscrito.
Su nariz casi tocaba la mía, y ambos manteníamos el equilibrio para no caer sobre su escritorio. No entendía cómo habíamos llegado a estar en esa postura, pero de nuevo estábamos en esa extraña situación. Se podía respirar la tensión en los pocos centímetros que nos separaban. Mi mirada se desvió a sus labios, y sentí cómo el cuerpo me pedía probarlos. Traté de recuperar el equilibrio y apartarme, pero él se me adelantó y comenzó a besarme. Cuando se separó de mí, sonrió alegre y nos miramos a los ojos durante unos breves segundos. Después, le besé yo a él, y sentí cómo se liberaba la tensión acumulada en varios días.
Nos besamos durante minutos. Cruzamos la habitación dando tumbos hasta caer sobre su cama, donde la acción se intensificó. Sin embargo, cuando comencé a desabrochar su camisa, él paró y me abrazó.
-No tengas prisa, Ce -susurró, colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja.
-Me... he dejado llevar -respondí con un hilo de voz. Me había dejado llevar, pero había recuperado la razón y me sentía mortificada, allá en su cama y pegada a él.
-No te preocupes -pareció sentir que quería marcharme y se colocó encima de mí, con los brazos a ambos lados de mi para que no me moviera-. Además, tengo algo muy importante que decirte.
Sonrió alegre y me pareció irresistible. Me sonrojé.
-Will nos ha invitado a una fiesta -continuó-. Será mañana, en Friburgo. Me ha insistido en que te diga que puedes venir si quieres. Realmente no te recomiendo que vengas, pero tu compañía me haría muy feliz.
-¿Will? -no conocía a nadie con ese nombre.
-Wilhelm Ziegler. Estuvo comiendo aquí hace unas semanas.
Me sorprendió escuchar sobre él, no imaginaba que alguien como él, que me había amenazado, me quisiera en su fiesta.
-¿Debería ir? -en el fondo, moría de curiosidad por saber cómo se entretenían los nazis.
Franz cambió su incómoda postura y se sentó al borde de la cama, liberándome. Yo lo imité.
-Depende de lo sensible que te consideres. No creo que te resulte agradable el ambiente, pero te invito porque Wilhelm parece querer que vengas. Si te apetece, podemos pasar el día en Alemania, viendo pueblos y paisajes, a mí me encantaría.
Me quedé observándolo en silencio. Tenía uno de los rostros más expresivos que habia visto jamás, se notaba cuando decía la verdad y sabía que el cariño que se veía reflejado en sus ojos en aquel momento era genuino.
Sonreí y él me devolvió la sonrisa.
-Jamás he salido de Francia y me la verdad es que tengo muchas ganas- murmuré tímidamente.
A él se le iluminó la cara.
-¡Perfecto! Entonces vete a dormir, que mañana será un día largo.
Plantó un casto beso en la comisura de mi boca, me tendió la mano y me condujo a empujones fuera de su habitación. Ya en el pasillo, me giré para ver la puerta de su habitación y al encontrarlo allí asomado, observando cómo me alejaba, sonreí como una estúpida.
Me estaba enamorando irremediablemente de aquel hombre.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...