A raíz del atentado, Franz retrasó dos días su partida para imponer su autoridad. No salió un culpable, pues ningún bando quería ceder al terror que trataba de imponer el otro, y la temible ejecución acabó por tener lugar.
Fue a las cinco en punto de la tarde, para asegurarse de que todo el mundo estaba despierto y comprendía el poder y la autoridad de los nazis. El cielo amaneció totalmente negro, por primera vez en semanas, llovía pesadamente y tronaba. Colgado de un balcón de la plaza mayor, donde tendría lugar la ejecución, había un cartel que mostraba un rechoncho cerdo con la cara de Franz y la palabra "animales" en enormes letras rojas. Los soldados irrumpieron en la vivienda, propiedad de un anciano matrimonio, y aunque insistieron en que no sabían quién era el responsable, se les propinó una violenta paliza.
No asistí, aunque probablemente nadie lo hizo. Mi madre, que no había dejado de llorar, pensaba hacerlo, aunque Richard se plantó sin avisar en casa a las tres y media y entre él y Emmanuel la mantuvieron en casa. Me alegré de no haberle dicho nada sobre Jean-Jacques, después de lo de Lafitte, que la había hecho derrumbarse como nunca, aquello hubiera sido ya demasiado para ella.
Miraba por la ventana, en dirección al bosque y no al pueblo, ver las gotas de lluvia deslizarse por el cristal me calmaba. Richard colocó una mano en mi hombro y me tendió una taza de caldo caliente.
-Ten, le he hecho a tu madre explicarme cómo hacer una sopa para distraerla un poco. ¿Qué haríais sin mí?
-¿No te duele que sucedan estas cosas? -pregunté, sorbiendo el caldo. Estaba salado pero la intención era lo que contaba.
-Claro que me duele. Apenas conocía a Lafitte pero se llevaron a mi padre, y a la chica a la que amaba. -Suspiró-. Duele mucho al principio, pero así es la vida, eventualmente dejas de sufrir hasta la próxima vez... acabas por pensar que la vida sigue, y que conoceras a mas gente que te haga feliz.
-No me hablaste de ella la ultima vez. ¿Cómo era?
-La describiría como opuesta a ti. Fisicamente era bajita, y morena. Era muy dura, parecía no tener sentimientos a veces, y su valentía rozaba en ocasiones la temeridad.
-¿La sigues queriendo? -en su rostro se había dibujado una sonrisa triste al recordarla.
-No lo creo -tomó una silla y se sentó a mi lado-. La recuerdo con cariño, eso es todo.
El temporal hizo que una de las ventanas se abriera de par en par, justo en el momento de la ejecución. Se escucharon varios disparos, y mi madre, que estaba inmóvil en el sofá con los ojos abiertos de par en par mirando el reloj, emitió un chillido desgarrador y perdió el conocimiento.
Nos precipitamos los tres hacia el sofá. Emmanuel la abrazó, y yo le tomé la mano.
-¿Deberíamos despertarla?
-Dejémosla descansar y que despierte sola en un rato -murmuro Richard-. Ha estado mucho tiempo en tensión.
Emmanuel asintió, y Richard se marchó a despejarse, prometiendo que volvería en un rato. Yo me encerré en mi cuarto, a llorar. Me hice un ovillo en la cama y dejé que las lágrimas fluyeran, necesitaba vaciarme. Lloraba por Lafitte, que era inseparable para mi pobre madre, y por Franz. Me sentía estúpida y engañada, no entendía qué me había sucedido. Había llegado a sentir algo por él, pensaba que era diferente, pero no. Era un cabrón como cualquiera de los suyos.
Richard regresó poco antes de que despertase mi madre. Nos dijo que había estado en el pueblo pero se negó a contarnos nada sobre lo que había visto. Estábamos escuchando música en la radio, alemana, ya que el swing estaba prohibido, cuando Madre abrió los ojos.
-No creía en el demonio, pero ya he visto que existe y que vive en esta casa. -Fue lo primero y único que dijo aquella noche.
La tripa de Richard rugió.
-¿Quieres quedarte a cenar? -le preguntó Emmanuel.
-No os preocupéis, mi madre me estará esperando...
-¡No, hombre, quédate! Me apetece invitarte. No tenemos nada ahora mismo pero podemos hacer algo rápidamente, además, tenemos que dejarle algo al demonio para cuando vuelva.
Se me quitó el hambre automáticamente cuando escuché hablar de Franz y me di cuenta de que volvería pronto a casa.
Nos sentamos a la mesa cuando tuvimos la cena hecha y comimos mientras vigilábamos a mi madre, que seguía en el sofa. Poco después, escuchamos la puerta principal abrirse. Escuchamos los pasos de Holzmann acercándose y poco después entro cabizbajo en la cocina. Me miró de reojo, parecía triste, y le aparté la mirada.
-Tienes comida en la encimera, cógela y vete a tu habitación. No está el horno para bollos -traté de sonar fría aunque sentía una sensación ardiente en el pecho y las mejillas.
-De acuerdo... -murmuró, parecía avergonzado. Tomó su plato y se marchó.
Richard y Emmanuel se miraron perplejos y me miraron a mí.
-¿Qué ha sido eso? -Emmanuel no pudo evitar que se le escapase una pequeña risa.
-Parece que puedes controlar a la bestia -rió Richard también.
-La verdad, ha tenido su gracia -el rostro de mi hermano se había vuelto serio de nuevo- pero mejor que no le vuelvas a dirigir la palabra.
Asentí y continuamos la cena hablando de películas, para distraernos de los acontecimientos recientes. Hacía poco había visto una película americana muy larga, "lo que el viento se llevó", había ido con mis amigas a Colmar a verla en el cine, pero desde la invasión alemana, era una de las muchas obras que estaban prohibidas.
-¿Por qué nos has ayudado? -preguntó Emmanuel cuando nos despedimos.
Él bajó la cabeza, aunque no tenía por qué hacerlo.
-Ganas de ayudar... tampoco tengo nada mejor que hacer por aquí. Por cierto, ce, si te apetece, podemos ir un día al cine, a ver una película alemana, ¡tienen pinta de ser apasionantes! -había una clara ironía en su voz, pero probablemente me dijera en serio lo de ir al cine con él.
Anocheció tarde. Mi hermano se quedó con mi madre, que casi no podía creer lo de Lafitte. Yo me encerré en mi habitación, me sentí egoísta, pero ya no podía más.
Llamaron a mi puerta.
-Pasa -murmuré a desgana, pensando que era Emmanuel, pero Franz asomó su oscura cabeza. En su rostro había una expresión difícil de identificar, entre la vergüenza y la tristeza.
-Vale, no, lárgate. Pensaba que eras Emmanuel.
-Necesito hablar contigo -posó un pie dentro de mi habitación y yo me levanté de golpe de mi sillón de lectura.
-Yo no quiero escucharte, monstruo -siseé, me sorprendió lo dura que había sonado, pero me sentí orgullosa, ese hombre había hecho mucho daño a mi madre.
-Nada es lo que parece, Céline...
-¡He dicho que te largues! -levanté la voz, tal vez de esa manera lograse que se fuera- Vete -notaba mis músculos tensos y los puños me dolían de tanto apretarlos-. O les diré a todos que me acosas.
Me arrepentí al instante de haberle dicho algo así, pero pocas veces había estado tan furiosa. Ya no quería esa peligrosa amistad prohibida, mi familia tenía razón después de todo.
Sus ojos negros, siempre tan expresivos, se clavaron una vez más en los míos, con esa intensidad tan arrolladora. Esta vez brillaban temblorosos, reflejando una tristeza que parecía de verdad, pero no cedería. Me acerqué a él, le empujé con todas mis fuerzas hacia el pasillo, ignorando la corriente eléctrica que sentí cuando mis manos tocaron su pecho, y cerré de un portazo.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Ficção HistóricaPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...