Me quedé paralizada, intentando digerir lo que Franz me acababa de decir. Mis ojos estaban clavados en él pero le veía borroso, abstraída como estaba por el torrente de sentimientos que atravesaba mi mente. Intenté centrarme, analizar como pude la situación, pero no lograba comprender por qué Franz me decía aquello.
-¿Por... qué? -articulé lentamente, tratando de comprenderlo.
Sus ojos me miraron con la misma intensidad arrolladora que cuando me había curado las piernas y sentí como se me ponían los pelos de punta.
-Cuando estoy contigo me siento humano -su expresión, su tono de voz reflejaban algo que me pareció que era dolor, parecía tan genuino que me emocioné-. Yo no quiero estar aquí, nunca lo he querido, no quiero que pase esto, lo único que quiero es volver a mi trabajo, a lo que era mi vida. Cuando estoy contigo, siento que vuelvo a ser aquella persona.
Sus labios temblaban, y sus ojos centelleaban intentando reprimir el llanto, al que al final sucumbió. Yo le miraba en silencio, tratando de elaborar una respuesta y de no contagiarme de su llanto. No confiaba del todo en que lo que decía fuera verdad, pero si lo era, se sentía exactamente como yo.
-Debes de pensar que soy idiota -bajó la mirada ante mi silencio- y probablemente lo soy. Pero han pasado tantas cosas que tenía que decírtelo
-Yo... supongo que te entiendo -logré decir, todavía sobrepasada por la situación-. Tampoco quiero que las cosas sean como son.
Él esbozó una sonrisa tímida y yo me encontré a mí misma alegrándome de haberle hecho sentir mejor.
-Me alegra tanto que me entiendas. Cuando miras a mis compañeros con ese ceño fruncido tan tuyo, se te nota en la mirada que lo que realmente quieres es un mundo más justo- por un momento, el lado poético que le salía de vez en cuando me pareció bonito y no tan enervante como siempre.
Me sorprendí recorriendo su cuerpo con la vista, deteniéndome en sus labios rosados y carnosos que temblaban ligeramente, invitándome a hacer algo que jamás hubiera pensado que querría hacer. Estaba sintiendo aquella sensación otra vez, y al darme cuenta, salí de mi trance sintiéndome extremadamente culpable.
Intenté disimular mi rubor, aunque por cómo me ardían las mejillas, supuse que él se habría dado cuenta. Reuní todo el valor que pude y le miré a la cara. Él también estaba sonrojado.
-¿Pero si tan bueno dices ser, por qué matas?
Él emitió un larguísimo suspiro.
-Supongo que para sobrevivir. Y porque soy un cobarde. Si no estuviera aquí, mi padre ya hubiera acabado conmigo, y, sinceramente, no estoy preparado para morir.
Le respondí con mi silencio, instándole a que dijera algo más.
-Tú no eres una cobarde, Ce, pero hoy has disparado a Hirsch por mero instinto de supervivencia.
-Creo... que no es el mejor momento para hablar de estas cosas -murmuré, inentando evitar el tema.
-¿Tu crees? -bajó la cabeza.
-Ha sido un día duro, Holzmann, así que si no sales tú de mi habitación tendré que salir yo.
Me dio un vuelco al corazón al verle marcharse en silencio, pero aquello era lo mejor que podía hacer. Sentía algo muy fuerte por él, aquello era innegable, pero él y yo vivíamos en mundos completamente diferentes.
Registré el episodio en mi diario, para ver si sacaba algo más en claro escribiendo sobre el tema, pero al ver que era incapaz desistí y decidí intentar dormir, cosa que apenas hice porque mi mente estaba inundada con pensamientos sobre lo que había pasado durante aquellos días. Me sentía sucia, muy sucia, y culpable. No podía creer lo que acababa de pasar, ni lo que había pasado aquella mañana.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...