Capítulo 22

2.6K 218 35
                                    


Me encerré en casa durante días después de aquello. Evitaba a Franz a toda costa, solo con verle sentía mariposas en el estómago. Deseaba verle, deseaba tocarle y hablarle, sentir de nuevo lo que había sentido al besarle, pero me partía el corazón el daño que nos haríamos todos si en algún momento hacía algo con él.

Richard acabó por convencerme de salir con el pretexto de que "necesitaba que le ayudara a comprar un regalo por el cumpleaños de su madre". Inicialmente le había dicho que no, pero se plantó en mi puerta sobre las diez y logró convencer a mi madre, que me insistió en que saliera, en que "debía hacer vida normal para encontrarme bien".

Aparcamos las bicicletas junto a la plaza del mercado y comenzamos a recorrer los puestos en busca de algo que pudiera gustar a la madre de Richard.

-¡Es que es tan difícil! Le compraría algo de ropa, pero tiene una tienda de ropa -se llevó las manos a la cabeza-. Nunca he tenido que comprar nada para una mujer.

Yo reí.

-¿Ni para tu novia? -recordé que me había contado que había estado enamorado en algún momento.

Resopló.

-Era obstinada, y no aceptaba ningún regalo de nadie.

-Entonces me alegro de estar aquí -sonreí y él acabó por hacerlo también-. ¿Sabes si le podría gustar un jabón o un perfume?

-¡Es que soy estúpido! ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

-Tal vez pases demasiado tiempo leyendo sobre política.

-Pasaba demasiado tiempo siendo el hijo perfecto. Piano, atletismo, el club al que me hacían ir, las lecciones de etiqueta, las clases de francés porque no querían que solo hablara alemán teniendo la doble nacionalidad... Margarete fue un respiro de toda esa basura, pero hacía tiempo que no era tan libre como ahora.

Escuché con atención, me reconfortaba que poco a poco confiase en mí y me contase cosas sobre su misterioso pasado.

-¿Se llamaba Margarete? Es un nombre muy bonito.

Parecía que iba a responder pero algo captó su atención. Miré en la misma dirección para ver que era y me fijé en un puesto nuevo. Era una furgoneta blanca en la que servían una comida que desconocía.

-¿Ves lo mismo que yo? -se veía emocionado.

-¿Qué es?

-¡Käsespaetzle! ¿Lo has probado alguna vez? -negué con la cabeza-. ¡Pues deberías! La primera vez es muy importante, así que yo te invito.

Corrió hacia la furgoneta y pidió dos raciones en alemán. No tenía muy buen aspecto, era tan solo un amasijo de una pasta amarillenta cubierta de queso gratinado y cebolla, pero al probarlo sentí una agradable explosión de sabor en la boca.

-¡Es delicioso!

-Me alegra que sepas apreciar lo bueno -era la primera vez que parecía verdaderamente alegre.

-¡Busquemos algo para tu madre!

Comimos mientras paseamos, charlando sobre trivialidades, cosa que añoraba pues la guerra no dejaba mucho tiempo para lo banal. Compró un jabón y una crema de lavanda que envolví en un bonito paquete. Después, decidimos caminar por el pueblo, tal vez llevaba demasiado tiempo sin disfrutar con un amigo.

Nos sentamos en un banco, peligrosamente cerca del château.

-Ce... ya se que puede sonar cursi, o estúpido, pero me alegra que seas mi amiga. Si no, estaría solo aquí, la gente parece tenerme miedo.

Sonreí enternecida. A mí también me había dado miedo en un principio, pero también me alegraba de ser su amiga. Cuando estaba con él, me sentía igual que cuando quedaba con Pierre antes de la guerra.

-Yo también estoy contenta contigo.

El sonido de un automóvil alemán nos interrumpió. Derrapó y se detuvo en la esquina de la calle mientras observábamos atentos. De él salieron cuatro hombres vestidos con un uniforme distinto, era negro y llevaban una banda roja con la esvástica en el brazo. De las chaquetas prendían muchas insignias plateadas. Daban mucho más miedo que los soldados que acostumbraba a ver por el pueblo.

Caminaron hacia el château y les perdimos de vista.

-¿Sabes quienes son? -susurró Richard cuando ya no se veían.

-Ni idea, pero parecen peores que Holzmann y los suyos.

-Lo son... -le temblaba la voz- son de las SS, la policía Nazi, son mucho más letales que los de la Wehrmacht. Me pregunto qué harán aquí, si este territorio lo administra la compañía de Holzmann. Algo debe de ir terriblemente mal para ellos.

-¿Está alguien en peligro?

Richard se levantó y comenzó a caminar en dirección opuesta al castillo, yo le seguí. Llegamos a una calle vacía y levantó su camiseta, revelando una horrible cicatriz en su abdomen. Era morada, redonda y abultada, un agujero de bala. Le miré, desconcertada, sin saber que decir.

-Cuatro meses en coma. Me dispararon por los chanchullos de mi padre aunque no estuviera metido en ellos. La bala me atravesó, salió por mi espalda sin dañar ningún órgano. No se cómo no morí, fue un milagro. Nadie está a salvo con esa gente rondando por aquí, no dudarán en cargarse a cualquiera que parezca mínimamente sospechoso.

-Lo siento mucho... -fue lo único que pude decir.

-No te preocupes, estoy bien. Te lo enseño solo para que que veas que no hay que jugar con esa gente. No hagas nada que pueda parecerles raro mientras estén aquí y estarás bien.

Una pareja nos adelantó, eran dos hombres uno vestía de negro y el otro de verde, uno era pelirrojo y el otro tenía el pelo negro. Eran Franz y uno de ellos, no había rastro de los otros tres. Discutían acaloradamente en alemán.

-¿Entiendes lo que dicen? -pregunté a Richard, él trató de concentrarse en escuchar.

-Desde aquí no mucho, además el pelirrojo habla raro. Están hablando de inspeccionar y limpiar la ciudad.

Les seguimos a paso ligero, fingiendo que paseábamos despreocupados y que era una coincidencia que hubiéramos tomado el mismo camino.

-Ahora el SS dice que no necesitarán mucho tiempo, que, en unos días, si todo va bien, se marcharán y devolverán las competencias a Holzmann, que vienen porque les han avisado de una actividad inusual de los maquis en la zona pero que no tienen por qué tomar represalias si todo es normal.

Continuamos en silencio, y en un momento dado, Richard paró a mirarme, estaba lívido.

-¿Qué pasa?

-Malas noticias, el SS ha preguntado por tu madre, dice que tiene constancia de que se dedicaba a la política.

Me dio un vuelco al corazón, a Madre no podían tocarla, y menos aún después de lo que me había pasado a mí.

-¿Y bien? -sentía un desagradable nudo en el estómago.

-Se acaba de autoinvitar a comer a tu casa, como excusa para investigarla. Dice que una comida familiar con ellos dos puede ser muy beneficiosa.

Sentí que me mareaba y al darse cuenta, me sujetó y me ayudó a caminar hasta un banco.

-Todo irá bien, Ce. Ya verás.

El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now