-¡Ce! ¿Qué ha pasado? -Richard, que ascendía por la cuesta que llevaba a mi casa, se había detenido y me miraba con una expresión de preocupación en el rostro, devolviéndome a la realidad. Por un momento, había llegado a olvidar por completo que mi ropa estaba manchada de sangre. Agradecí al cielo habérmelo encontrado, ese vestido podía haberme llevado a la cárcel.
Caminé hacia él, tratando de encontrar las palabras adecuadas para responder, pero nada sonaba especialmente bien.
-Es demasiado complicado...-¿cómo explicar que un alemán me hubiera violado si no le hubiera disparado y que después había besado a otro?
-Lo parece, desde luego... -su mirada recorrió de nuevo mi cuerpo, deteniéndose en los bajos manchados de la falda.
-¿Puedes acompañarme a casa, por favor? -con la mente algo más fría, había decidido que buscaría a Müller y hablaría con él, pero no podía dejar que nadie en el pueblo me viera con ese aspecto. Para cambiarme, necesitaba entrar a casa, pero no quería tener que enfrentarme a Franz sola.
-Iba ahora para allá, se nos ha acabado el azúcar y venía a preguntar si teníais algo para dejarnos.
-Si, claro. Nosotros estamos sin café, si nos das un poco, te lo agradeceremos mucho también.
Él asintió, sonriente, y yo le tomé del brazo. No sé por qué lo hice, tal vez para que Franz viera que no era tan importante para mí, y él tampoco se soltó.
Una de los muchos problemas que la guerra había traído consigo era la escasez de ciertos alimentos que antes dábamos por hecho y que ahora nos parecían un lujo. El café y el azúcar, entre otros, estaban racionados, y sólo teníamos acceso a una pequeña cantidad al mes. La única ventaja que tenía que Holzmann estuviera con nosotros era que nuestras raciones eran mucho más grandes, pero la adicción del capitán al café hacía que nosotros apenas pudiéramos probarlo.
Entramos en la casa. Richard se dirigió a la cocina y yo a mi habitación. Océane seguía allí, dormida de nuevo. No se movería hasta que llegase el doctor, pero yo no podía quedarme más en aquel lugar, ya se ocuparía Franz de ella.
Me puse un pantalón que había cogido del armario de Jean hacía un tiempo, pues necesitaba algo largo para cubrirme las piernas magulladas. Nunca me había puesto un pantalón para salir a la calle, pero lo que ví en el espejo me encantó. A partir de entonces sería ya difícil verme con vestido.
Al bajar escuché una conversación en alemán. Richard y Franz estaban discutiendo. Al parecer hablaban sobre mí, se habían referido a mí como Mädchen alguna otra vez.
-Du bist gefährlich. Ich will nicht, dass du mit der Mädchen bist.
-¡DU! Bist gefährlich -el alemán de Richard no sonaba muy diferente al de los soldados- ¿Was willst du von ihr?
-Mindestens bin ich nicht ein Verbrecher. Hübsche Familie, die du hattest. Wie schade, dass sie sind gestorben.
Aquello pareció enfadar muchísimo a Richard.
-Mindestens sind meine Hände nicht blutbefleckt.
Llamé su atención con un carraspeo y los dos hombres se callaron de golpe y me miraron sorprendidos. Sus ojos se detuvieron en mis piernas, estilizadas y sus bocas se abrieron, era raro ver a una mujer en pantalones en un lugar tan recóndito y rural de francia. Richard asintió y Franz le dirigió una mirada asesina que él le devolvió.
Mi amigo me agarró del brazo y me arrastró hacia la puerta.
-Vámonos de aquí, por favor.
Descendió la cuesta sin soltarme, a paso firme y en silencio, resoplando de vez en cuando y girando la cabeza como si comprobase que Holzmann no nos seguía.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...