Me hundí entre las sábanas y enterré la cabeza aun más, si cabía, en la almohada, ya empapada de las lágrimas de toda una noche. Pronto amanecería y tendría que explicar a mi familia el motivo por el que lloraba.
Al no poder conciliar el sueño, me senté en el porche del jardín trasero, y fijé mi vista en la République. Aquella dichosa caseta... tenía unas ganas terribles de levantarme y derribarla a golpes con mis manos desnudas. Solo con verla, mi mente se inundaba de recuerdos que en aquel momento dolían demasiado.
Reprimí un grito. En aquel momento solo sentía rabia. La guerra, la estúpida y asquerosa guerra era el germen de todas mis desgracias. Primero mi hermano, luego mi amigo y ahora Franz. ¿Por qué me había tocado a mí vivir en aquella época? ¿Qué habría hecho yo en vidas pasadas para merecer que de repente todo mi mundo se desmoronase bajo mis pies?
Alguien se sentó a mi lado, pero no le presté atención. En su lugar, me abracé a mis rodillas para continuar llorando tranquila.
Una mano se posó sobre mi espalda. Emmanuel.
-¿Qué haces aquí? -murmuré, algo molesta.
-Yo tampoco puedo dormir, la nieve me recuerda demasiado al Sarre y estoy teniendo pesadillas.
-Franz se ha marchado... -ignoré egoístamente el comentario de mi hermano sobre su enfermedad. Él, sin embargo, pasó su brazo por mis hombros.
-Franz y tú teníais una relación... especial -dijo, mirando al infinito-. Habría que ser muy estúpido para no darse cuenta de ello -sonrio.
-Y tú te has hecho el estúpido durante todo este tiempo... -él rio con mi comentario.
-¿Acaso no era lo más fácil? -me acurruqué contra él. En el fondo, agradecía su compañía-. Creo que que te rompan el corazón es una parte inevitable de la vida, como contraer la varicela o perder los dientes de leche. Fijo que no hay nadie a quien no se le haya herido un poquito aunque sea.
Sonreí con la comparación de Emmanuel.
-Gracias, hermano, de verdad.
-Todo sucede por una razón. Confío en que la marcha de Holzmann se debe a que te espera algo mejor en el futuro.
-¿Deberíamos hablarlo con Madre?
-Yo creo que sí, ¡seguro que a ella también le duele la marcha de su hijo adoptivo! Debemos acercarnos entre nosotros y aprender a comunicarnos, será terapéutico.
Mi madre lo entendió. Me aseguró que era normal, y me contó una historia sobre una antepasada lejana que se había enamorado de un prusiano durante las guerras napoleónicas. Ellos dos habían acabado juntos y habían terminado por instalarse en Gérardmer, cosa que de momento a mí no me había pasado, pero al menos era reconfortante saber que no era la única.
-Toma -me tendió una carpeta en la que la palabra "abismo" estaba garabateada con la inconfundible letra de Holzmann-. La he encontrado en un cajón cuando limpiaba su habitación.
La reconocí, era lo que no me había dejado ver aquel día en el que me había acabado invitando a Alemania. Sin embargo, en su interior, había una única cuartilla, cuadriculada, como siempre.
...y entonces la veo marchar. Se pierde entre la maleza del lago y yo lucho contra mí mismo para no seguirla corriendo. Dios mío, cómo la amo, y sin embargo, el abismo que nos separa es insalvable.
Das Ende.
Parecía el final de una novela. Abismo debía ser una especie novela autobiográfica, y por eso no me dejó leerlo aquel día. Al escribir el final, se anticipó a los hechos, y a juzgar por lo que pone en la última página, pensaba marcharse sin mí de todas formas. No supe cómo sentirme, en aquel momento, estaba tan confusa que solo podía enfadarme, y esa tarde, el manuscrito acabó en la hoguera que encendimos en el salón.
Los días pasaban despacio, todo me recordaba a Franz. La puerta de su antigua habitación, los libros de la biblioteca, la République en el jardín, el lago al atardecer, el château...
Una nueva compañía de soldados alemanes se instaló en Gérardmer, y un capitán, Fischer, en nuestra casa. No me gustaba, era vulgar y parecía una amenaza constante, siempre vigilándonos con su mala cara habitual. Tampoco era como Holzmann. Era estricto, y había arrestado a bastantes personas por actividades sospechosas.
Finalmente acabé por encontrar un empleo... en la sastrería de Mado Joli (o Magda Hübsch). Era una mujer estricta, y un poco hostil probablemente por lo que le había hecho a su hijo, que parecía haberse esfumado, pues hacía meses que no lo veía. Aquello me mantenía ocupada, y había demostrado ser muy útil a para superar a Holzmann.
También había comenzado a mandar cartas de solicitud a diversas universidades. Había echado para estudiar Filosofía o Historia en casi todas las universidades de Francia. Al ser una mujer, era más difícil que entrase en alguna, pero no me rendiría, estaba segura de que Franz me dejó marchar para que estudiara, y de que a eso se refería cuando me habló de mi próspero futuro. Ya que él ya no estaba, tenía que darle mi propio sentido a mi vida, y estaba determinada a ser una mujer con éxito.
En algún momento del invierno, cerca ya de Navidad, me sorprendió en el trabajo un visitante inesperado.
-¡Fournier! ¡Tenemos que hablar! -lo exclamó de corrido y sin entonación, sonrojado como si le costase un gran esfuerzo.
-¡Hübsch! -¿y si había regresado solamente porque Franz ya no estaba?- Qué oportunista, ¿no? ¿Aprovechas ahora que ya no está Holzmann o qué?
Él pareció ofenderse con mis palabras.
-¡Por supuesto que no! ¡Ni siquiera sabía que se había largado, acabo de volver del internado en inglaterra en el que llevo cuatro meses encerrado! Solo quiero disculparme por haber sido un idiota.
-Dime más...
-...Y así es como mi madre, una nacionalsocialista, se enamoró de mi padre, un comunista.
Habíamos caminado hasta la mansión Dubois, mientras él me contaba la historia de sus padres, que se enamoraron pese a tener ideologías radicalmente diferentes.
-En fin... -murmuró-. Siento haberte juzgado por estar con Holzmann. Tienes derecho a estar con quien te de la gana, y como amigo, debía haberte apoyado. Supongo que me pudo la rabia, al meterle en el mismo saco que a los que se llevaron a mi padre.
-Yo siento no haberte contado toda la verdad -sonreí por primera vez en mucho tiempo al darme cuenta de que era posible que pudiera recuperar a mi mejor amigo. Él me devolvió la sonrisa y le tendí la mano-. ¿Amigos?
-¡Amigos! -exclamó, estrechándola.
Espero poder publicar el último capítulo y el epílogo mañana. Ya están escritos a mano, y solo tengo que pasarlos a ordenador. Qué ganas tengo de acabar esta historia después de dos años!
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...