-Hey hermosa, ¿necesitas ayuda con esas bolsas? -Me estremecí cuando ese asqueroso alemán sin camiseta se colocó a escasos centímetros de mí, tratando de arrebatarme la compra de las manos.
Una semana. Ese tiempo llevaban los alemanes en Gérardmer, y aunque me había prometido que no me desmoralizaría, me encontraba ya al límite.
Todos los días se plantaban en la plaza, como si no tuvieran trabajo ni cosas mejores a las que atender. Se quitaban las camisas y se dedicaban a acercarse peligrosamente a cualquier mujer que pasase por delante de ellos. Habían ocupado todos los lugares de ocio de la ciudad. Ya nadie iba a los bares porque en ellos nunca faltaban los soldados, y lo único peor que un nacionalsocialista sobrio era un nacionalsocialista ebrio.
El tercer día después de la invasión, quedé con Pierre para bañarnos en el lago, pensando que al menos allí estaríamos tranquilos, pero ni siquiera pudimos acercarnos. Habían aparcado uno de sus furgones a la entrada de la playa y desde el interior del paraje escuchábamos sus gritos y chapoteos.
Constantemente me preguntaba cuál era su trabajo aquí, si lo único que parecían hacer era pasarlo bien y cortejar a cualquier mujer que interfiriese en su campo de visión. Muchas veces veía a jóvenes de mi edad suspirar por ellos, murmurar entre risas cuál era su preferido y responder, fingiendo torpeza y rubor al tonteo de los soldados. Aquello me ponía enferma. ¿Por qué banalizaban tanto el hecho de que hubiéramos sido invadidos? Aquellos soldados, por muy agraciados que fueran, eran el enemigo. Y doblegándose ante el enemigo solo conseguían darle poder.
Recordé al soldado del primer día. Aquellos ojos negros me perseguían. Ya apenas salía casa porque fuera donde fuera, él siempre estaba allí y al verme, siempre sonreía de la misma manera y hacía una reverencia.
Yo siempre le pasaba de largo, aquella mirada me había tentado más de una vez, parecía diferente. No obstante, a mí no me engañaría. Había estado a punto de cargarse a mi madre y tampoco quería ser como las muchachas de la plaza.
Me introduje en una calle vacía, necesitaba descansar y prefería hacerlo tranquila. Eché de menos a Emmanuel, se había ofrecido a ayudarme con la compra, y yo, estúpida de mí, había rechazado. Mi hermano estaba cambiando, pero todavía no me sentía capaz de pasar tiempo con él, aún le quedaba un largo trecho por recorrer para ser el que había sido.
Apoyé las bolsas en el suelo y me senté, los brazos se me habían empezado a dormir. Escuché un automóvil enfilar por la calle en la que me encontraba. No me molesté en mirar, estaba segura de que se trataba de uno de ellos.
-Hola -escuché una voz grave con acento alemán a mi lado. No quería levantar la vista, pero lo hice igualmente para encontrarme con que el vehículo se había detenido frente a mí y desde la ventanilla del conductor, los ojos oscuros del oficial me miraban sonrientes-. Esas bolsas parecen pesadas, ¿quieres que te las lleve a casa? No me cuesta nada.
Parecía integro en su propuesta, no como el soldado de la plaza. Sin embargo, me negaba a aceptar su ayuda.
-No hace falta. -Era la primera vez que dirigía la palabra a un alemán y aunque me sentía culpable, prefería acabar con aquella situación.
Me levanté y tomé las bolsas. Su sonrisa se agrandó, pensaba que había cedido, pero no era así. Pasé el coche de largo y seguí caminando.
Estaba al final de la calle cuando decidí que necesitaba descansar de nuevo, me dolían demasiado los brazos y los zapatos que llevaba eran nuevos y me rozaban los tobillos.
Iba a detenerme y dejar las bolsas en el suelo cuando una mano por detrás de mí me quitó una de ellas. Al hacerlo, sus dedos rozaron los míos, produciendo una agradable descarga eléctrica. Nunca había sentido el contacto físico de esa manera. Antes de que me pudiera girar, sentí cómo me quitaban la otra bolsa y el sujeto en cuestión se colocaba a mi lado. Era él de nuevo. Al establecer contacto visual conmigo, hizo un gesto de mano seguido de su habitual reverencia.
YOU ARE READING
El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Narrativa StoricaPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...