Capítulo 11

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Para introducir este capítulo solo haré un comentario: He vuelto! Y creo que pasado el verano tendre mas tiempo y estaré mas centrada en la escritura. Espero que os guste! :) 


Me puse el despertador temprano para poder mirar el buzón antes de que ningún otro miembro de mi familia lo hiciera. Los alemanes habían tomado Gérardmer entero, y la oficina de correos no era una excepción. Al fin y al cabo, revisar la correspondencia era esencial para eliminar cualquier amenaza contra su dominio. Naturalmente, Pierre había sido despedido, y no me quedaba más remedio que madrugar para leer las cartas la primera y seguir evitándoles disgustos a mi madre y mi hermano.

Llené mis pulmones de aire y abrí el pequeño compartimento esperando no encontrar nada, como de costumbre. Sin embargo, ese día había un sobre. Lo tomé, era del ejército francés. Me sentí ligeramente mareada, tenía en las manos una carta que aportaría pistas sobre mi hermano, desaparecido desde hacía ya meses. Lo rasgué con cuidado, deseando que fuera Jean el que escribiera, pero esta vez no era así.

Estimada madame Fournier... La letra mecanografiada me impactó exactamente igual que la última vez y rompí a llorar, en silencio para no despertar a nadie. Me insté a continuar aunque no tenía ninguna esperanza de recibir una buena noticia, hacía semanas que el ejército había capitulado. Ya desde la primera palabra se hizo evidente el destino de mi hermano. Aquel "lamentamos" me paralizó. Me quedé completamente rígida en aquel lugar durante unos instantes que me resultaron una eternidad, con la mirada borrosa fija en algún punto del horizonte y la carta todavía entre mis dedos temblorosos. No obstante, poco después, la rabia se apoderó de mí y continué leyendo, enfureciéndome a cada palabra hasta que las palabras "desaparecido en combate" me hicieron querer salir corriendo en busca de la autoridad nazi más cercana para pedir explicaciones.

Cosa que hice.

En quince minutos ya estaba cruzando las puertas del château, ignorando las miradas lascivas de todos los soldados que allí estaban y con una sola cosa en mente: pedir explicaciones.

-¿A dónde vas tan temprano, hermosa? -un brazo fuerte me detuvo. Reconocí a Hirsch, el soldado que había estado a punto de matar a mi madre.

-Me gustaría hablar con la máxima autoridad aquí. -solo entonces me di cuenta de lo que estaba haciendo y de que ni siquiera sabía a dónde iba exactamente.

-El capitán Holzmann... -se me abrieron las puertas del cielo al escuchar ese nombre- No me gusta nada ese hombre, es un inútil así que no sé si podrá resolver lo que sea que quieras, pero bueno, ven conmigo, imagino que estará disponible ahora.

Colocó su mano peligrosamente baja sobre mi espalda y aunque en cualquier otra ocasión aquello me hubiera horrorizado, en aquel momento solo quería saber qué había sido de Jean.

Me condujo por el edificio, sin soltarme, hasta un enorme portón de madera en el último piso.

-Aquí está. Si quieres algo más... -susurró Hirsch a mi oído justo antes de marcharse, causándome ganas de vomitar- ya sabes dónde encontrarme.

Esperé a que se marchara para llamar y la inconfundible voz de Franz exclamó algo en alemán que asumí que era una invitación a entrar.

Por dentro, el despacho era majestuoso, debía de haber pertenecido hacía muchos siglos al señor del castillo, y a excepción de los libros y papeles que el capitán había traído consigo, todo permanecía intacto.

-Céline -al ver que se trataba de mí, no pudo disimular su sorpresa- ¿qué te trae por aquí?

Me mantuve en silencio, con la cabeza gacha y sin saber ni por donde empezar. No sabía cómo decirle a él, a un oficial del ejercito enemigo, que mi hermano había desaparecido. Al fin y al cabo, era un soldado más, igual de insignificante que todos los demás, ¿qué le importaba a él si vivía o moría?

Levanté la mirada y me topé con la suya, me observaba con las cejas arqueadas esperando una respuesta. Yo, de pronto, rompí a llorar sin quererlo.

-Algo va mal... ¿qué ocurre? -su rostro lucía preocupado mientras se acercaba a mí. Me sentí mortificada cuando sentí sus fuertes brazos envolverme.

A través de la fina tela de su camisa sentía su cuerpo, su torso era más musculoso de lo que parecía y su corazón latía muy rápido. Me dejé embriagar por su aroma y su calor y me odié a mi misma cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo.

-De verdad -insistió, su mano acariciaba mi espalda poniéndome la piel de gallina- no sé si te transmitiré mucha seguridad con este uniforme, pero puedes confiar en mí. Para lo que sea. Yo solo intentaré ayudarte.

Me tomó por los hombros para separarme de él y quedamos frente a frente. Sonreía como siempre, con cariño en sus ojos oscuros.

Hipnotizada por esa mirada profunda como el abismo, estaba a punto de contarle lo que pasaba cuando el poco sentido común que me quedaba me trajo de vuelta a la realidad.

-No te entiendo, Holzmann. Mírate, mira quién eres y dónde estás... ¿por qué demonios te interesa tanto lo que le pase a una insignificante y desgraciada francesa?

Él frunció el ceño y acercó su rostro peligrosamente al mío, haciendo imposible que no le mirara directamente a los ojos.

-Lo primero de todo, tú eres francesa y has tenido mala suerte, pero ¿insignificante? ¿Tú te has visto? Eres guapísima, Céline, y muy fuerte, ¡mira como estás soportando todo esto! Además, tienes inquietudes. No pienses tan mal de ti, por favor.

El silencio volvió a reinar entre nosotros. Podía sentir su respiración pesada a la distancia a la que estábamos. Levantó una mano y me secó las lágrimas con la yema de su dedo pulgar. El contacto, la cercanía, la intensidad con la que me miraba, hicieron que recorrieran mi mente deseos que jamás hubiera esperado tener, pero me contuve.

-Te escucho sin esperar nada a cambio. Supongo que me agradas, y al agradarme me importas. Estuve a punto de matar a tu madre y me he instalado a la fuerza en tu casa, y aún así tú me sigues hablando. ¡Incluso me abrazaste! Es natural que quiera ayudarte. -Bajé la mirada y él tomó mi barbilla obligándome a mirarle de nuevo-. Cuando me abrazaste... fue maravilloso, nadie me había transmitido tanta calidez desde que mi madre murió, y ya hace veinte años de aquello.

-¡Mi hermano! -exclamé, esperando dejar de escucharle. Él retrocedió unos pasos y yo, dándome cuenta de que había gritado, bajé la voz-. Ha llegado una carta, ha desaparecido. ¿Es posible que puedas saber algo?

Su expresión se suavizó.

-No es fácil saber el paradero de un soldado desaparecido, pero tengo una pequeña idea de donde podría estar. Has tenido suerte, mañana viajaré a Múnich y puedo mirarlo. Si me entero de algo que te pueda interesar, en una semana lo sabrás.

Me dio un pequeño vuelco al corazón cuando me di cuenta de que no lo vería en una semana y me repugné a mi misma. Debería estar deseando quitármelo de encima, debería pensar que iba a ser libre durante una semana, pero no. Me gustaba fingir que me desagradaba que se acercase a mí cuando lo que en realidad sentía era todo lo contrario.

-¿verás a tu familia?

Suspiró.

-En Múnich está mi padre, que no creo que cuente como familia. Yo nací en Berlín, y allí están mis seres queridos. No les veré.

Un hombre rubio con uniforme de oficial irrumpió en el despacho, interrumpiéndonos. Le costaba respirar y su rostro estaba rojo.

-¡Herr Holzmann! -dijo, a toda prisa y entre jadeos- ha habido un ataque, en Chemin de la Rayée. Ha estallado algo. Se cree que es un atentado. Se requiere su presencia.

Franz me miró, de pronto lívido.

-Hablamos cuando pueda, te diré lo que sepa.

Ambos salieron corriendo, dejándome en el despacho, y decidí ir yo también al lugar del ataque. De camino me fijé en una discreta figura que hubiera pasado fácilmente desapercibida, llevaba una enorme gorra de 8 paneles que tapaba la mitad de su rostro. Él también reparó en mí y se quitó la gorra.

Era Pierre, en su semblante una sonrisa triunfal.



El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now