-¡¿Qué demonios ocurre aquí?! -bramó mi hermano, al verme incumplir la regla mas importante de la casa. Se fijó en la sangre de mis piernas y sus ojos se abrieron de par en par. Se abalanzó contra Franz-. ¡¿Qué coño le has hecho a mi hermanana?!
Holzmann se levantó de golpe y Emmanuel trató de acorrarlarlo. Yo me precipité para detenerlo.
-¡Emmanuel! ¡No cometas un error!
Se giró para mirarme y me agarró los brazos con fuerza. No le había visto tan tenso desde que había dejado su hábito de mordisquear un cigarrillo.
-¿Por qué estás con este cabrón? ¿Está abusando de ti?
Franz nos observaba a escasos centímetros, estático y con la boca entreabierta.
-¡Necesitaba su ayuda! ¡Me he encontrado a una chica herida en el bosque y no sabía a quién más acudir!
Omití la parte de que Hirsch me había atacado y de que había disparado una pistola y había estado a punto de matarle, en su estado le veía capaz de hacerse con un arma y disparar a todos los alemanes que se cruzaran en su camino.
-Está arriba -se sumó Franz a la conversación una vez se relajaron los músculos de mi hermano-. Y necesita ayuda. Tu hermana ha recurrido a mí con la mejor de las intenciones. A veces hay que dejar de lado las diferencias y trabajar en una causa común.
-¡¿Cómo voy a trabajar con uno de tu calaña?! ¡Bélgica! ¡Francia! -Se llevó las manos a los oídos, como si intentase evitar escuchar algo en su mente. Aquel exactamente era el motivo por el que jamás involucraba a mi hermano en asuntos que podían parecerme sensibles.
Los tres primeros meses habían sido los peores. Cualquier cosa le recordaba al Sarre y le hacía perder el control. Durante otros tantos se había aislado, encerrado en sus libros, y aunque ahora estaba más calmado y llevaba semanas sin tener un episodio, por muy bien que pareciera estar en ocasiones, la guerra había cambiado a Emmanuel para siempre. No pretendía comprender que había visto en combate porque jamás sería capaz de imaginarlo, pero sabía que algo se había roto dentro de él y tendría que vivir con ello para siempre.
Le abracé y él se derrumbó sobre mí.
-Lo siento, Ce... yo... no sé qué me pasa.
-Se ha dado la casualidad de que Herr Holzmann y yo hemos coincidido ante una situación desagradable, pero eso es todo -en aquel mes había mentido más que en toda mi vida-. Tu relájate.
-No confío en él...
Recorrí la habitación a paso veloz, deteniendo la mirada en cada repisa y cuando encontré lo que buscaba lo cogí.
-Toma -le tendí el libro que estaba leyendo-. Céntrate en la lectura y así no pensarás en nada más. -Inmediatamente después me dirigí a Franz-. Y Herr Holzmann... ¿Qué debemos hacer?
-Hablemos con ella.
-¿Los dos?
-Si ella no dice lo contrario, sí.
Dejamos a mi hermano en el salón, visiblemente molesto, y cerramos la puerta tras nosotros.
-Discúlpalo, por favor... -susurré cuando creí que Emmanuel no nos oía-. Es evidente que no está bien..
-Lo sé... conozco a gente que sufre de lo mismo.
-¿Sabes de qué se trata?
-Sinceramente, no, pero parece que hay personas que llevan de manera diferente ciertas cosas.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Narrativa StoricaPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...