Se aproximaba la última semana de Julio, que antes de la guerra hubiera significado que se acercaban las fiestas patronales, aunque con los alemanes ocupándonos, aquello parecía imposible. La gente parecía desmoralizada. No hablaba mucho con ellos, pero se comenzaban a escuchar cosas.
Los SS no parecían querer abandonar el pueblo, llevaban casi una semana causando terror y cada día se veían más por las calles. Incluso los soldados les tenían miedo. Algunas personas desaparecían misteriosamente. A otras, el pueblo las vio morir a manos de aquellos monstruos.
Algunos habitantes de Gérardmer, los más valientes, hacían su vida, tratando de demostrar que no tenían nada que ocultar. Otros, la gran mayoría, salían incluso menos que cuando solo estaba la Wehrmacht en el pueblo. Habíamos asumido que era terrible que el ejército alemán administrase nuestra tierra, pero ya echábamos de menos aquellos momentos, mucho menos tensos que
Holzmann y Ziegler parecían haberse vuelto inseparables. Los veía constantemente juntos, hablando sin parar de cosas que no quería ni imaginar. Richard y yo éramos de los que no pensábamos dejarnos amedrentar. Habíamos quedado varias veces aquella semana, y nos los habíamos topado en la playa, en el cine y en el teatro de Colmar, donde ya solo representaban obras alemanas.
Me preguntaba si Holzmann era realmente tan mal gobernante como para que lo investigasen. Pese a haber vivido con él durante semanas, todavía desconocía cuáles eran exactamente sus ideales y hasta qué punto era una buena persona. Sin embargo, no había hecho mucho daño, al menos no tanto como las SS. No era como Lafitte, se habían hecho redadas contra algunos judíos y se había aterrorizado a la población con falsas ejecuciones e interrogaciones brutales como la mía, pero, al menos la gente podía hacer sus vidas de manera relativamente normal.
Tal vez aquel era el problema. Si la gente podía hacer lo que quisiera, colaboraría con sus nuevos héroes, los maquisards, que seguirían atacando en secreto, y Franz sería incapaz de arriesgarse a castigar a alguien sin estar seguro de que era culpable, por lo que cada vez serían más violentos. Por eso, la temida policía nazi no había tenido reparo alguno a la hora de deshacerse de cualquier persona que les resultara sospechosa.
Yo cada día estaba más indignada, y Richard lo notó.
-¿Qué pasa? -preguntó en el tren de vuelta a Gérardmer, al notarme especialmente silenciosa. Colmar era una ciudad verdaderamente hermosa, pero desde que estaba en posesión alemana, ir al teatro y pasear por los canales de la pequeña Venecia ya no tenía el mismo encanto.
Eché un vistazo a mi alrededor, y suspiré al ver que éramos los únicos en el vagón.
-No pueden ocuparnos y esperar que no resistamos.
Él se encogió de hombros.
-Es lo que hay. Da gracias porque estás viva -murmuró inalterado.
-¡¿Cómo te puede ser indiferente?! -exclamé.
-Somos privilegiados, Ce. No te das cuenta porque no conoces otra cosa, pero en Alemania y en Polonia se respira la miseria en el ambiente. Aquí tratan bien a la gente de a pie, para agradarnos por esas tonterías que tienen de las "naciones hermanas" y la "armonía de culturas". Imagina a esos salvajes siempre en las calles, matando a quienes se les antoja, así están las cosas en el resto de países ocupados.
Asentí en silencio, dándome por satisfecha con su sermón, aunque supiera que aquello no era ni justicia ni privilegio. No obstante, solo quedaba esperar.
Los SS se marcharon finalmente al día siguiente, amenazando con regresar si los maquisards seguían causando problemas. No dejaron ningún rastro físico, pero el dolor que habían causado embrujaría a la gente de Gérardmer durante años.
A mediodía, cuando regresaba de la tienda de Madame Delphine, se me aceleró el corazón al escuchar las teclas de la máquina de escribir de Franz moverse a toda velocidad. Había estado viviendo en el château durante la semana, y, aunque mi familia había podido tener un respiro, la verdad era que le había echado de menos.
Quise entrar y descubrir si la compañía de Ziegler le había cambiado o si seguía siendo el mismo. Moría por hablar con él de cualquier cosa, por descubrir algo nuevo sobre él, por tenerlo cerca una vez más.
Sin embargo, no lo hice. Aquello simplemente estaba mal y no quería jugar con sus sentimientos, no quería marearle más.
Durante los días siguientes observé el panorama. La gente comenzó a salir a la calle de nuevo, aunque la tensión con los alemanes era incluso mayor. No podían perdonar la destrucción y el dolor que la SS había causado y como venganza, vandalizaban la propiedad de los soldados, que respondían con toques de queda.
Tanto ajetreo me había hecho olvidarme de Océane. Quería contactar con ella, preguntarle cómo se encontraba, pero siempre sucedía algo que me hacía posponerlo. Sin embargo, fue ella la que me habló a mí, un día que volvía a casa de trabajar.
-¡Céline! -me giré para mirar de quien se trataba y me sorprendió verla a ella, desde aquello, llevaba un tiempo sin dejarse ver por el pueblo. Tenía buen aspecto.
-¡Me alegro de verte! ¿cómo estás?
Ella bajó la cabeza.
-Algo mejor, pero no puedo olvidarlo. Suelo soñar con ello por las noches. Si hubiera sido más lista...
-¡Si hubieras sido más lista, nada! ¡Ni se te ocurra pensar así! -interrumpí-. Si algo tienes que tener en cuenta es que de ninguna manera ha sido tu culpa.
-Mis padres lo saben... Franz vino a casa a hablar con ellos. Me intentan apoyar, pero me culparon por tontear con él.
Aquello me enfureció, pero preferí que no se notara.
-Yo no opino lo mismo. Y de verdad que cuentas con todo mi apoyo, y probablemente con el de Franz. Para lo que quieras.
Ella se sonrojó todavía más.
-Muchas gracias.
-Date tiempo, no puedes ponerte bien de un momento para otro. Piensa en positivo y sobre todo quiérete bien.
Sus labios se torcieron hacia arriba formando una media sonrisa.
-¿Irás a la fiesta? -preguntó, aunque no sabía a que se refería.
-¿Qué fiesta?
-La fiesta patronal, han mandado hoy una carta.
Me pregunté quién querría celebrar aquello con los alemanes rondando el pueblo. Esperé que no hubiera un ayuntamiento clandestino, porque si era así, no pensaba asistir. Las consecuencias de que hubiera algún tipo de resistencia política serían devastadoras para el pueblo.
Sin embargo, el contenido de la cuartilla, que yacía en mi buzón, me sorprendió.
Gérardmer, le 24 juillet 1940
Estimados habitantes de Gérardmer:
Lamento enormemente las molestias que nuestros visitantes les hayan podido ocasionar. Realmente nunca ha sido mi intención causarles ningún tipo de dolor. Sinceramente, no esperaba que algo así pudiera suceder.
Como nuevo administrador de Gérardmer, me gustaría lograr que la convivencia entre ustedes, los ciudadanos, y mis hombres fuera idónea, ya que velamos por su bienestar. Francia y Alemania son naciones hermanas, y me encantaría que los franceses y los alemanes nos llevásemos como hermanos que somos. Sé que las fiestas patronales deberían estar teniendo lugar ahora, y siento mucho que las cosas no estén siendo como deberían. Por ello, les propongo celebrar el día del patrón, realizando una apología a la cultura y las gentes de este hermoso pueblo y este hermoso país.
Así pues, colocaré una urna a la entrada del Hôtel de Ville, donde pueden votar si quieren que se celebren las fiestas patronales y cuándo. Espero que podamos celebrarlo, y que la celebración favorezca el entendimiento entre ustedes, queridos ciudadanos, y nosotros.
Espero poder contar con su opinión.
Mis mejores deseos,
Franz J Holzmann.

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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...