-Monsieurs, Madames -el pueblo entero se había reunido en frente de Madre y Lafitte. La gente tenía miedo, el murmullo generalizado y sus caras largas los delataban, y por primera vez vi los nervios en el rostro eternamente sereno del alcalde.
Aristide Lafitte era todavía joven, no conocía su edad exacta, pero sabía que le faltaban unos años para cumplir los cuarenta. Su juventud no importaba a la hora de tomar la iniciativa en las cosas, era un hombre serio y decidido que no se ponía nervioso ni ante las peores adversidades. Llevaba ya dos años en el cargo, y había cumplido a rajatabla todo lo que había propuesto en su impecable campaña electoral. Sin embargo, no podría controlar la situación que se le venía encima y no había nada que le diera más miedo a Lafitte que que las cosas salieran mal.
Una cabeza mucho más clara que las demás llamó mi atención. Richard. Miraba a su alrededor con las cejas arqueadas. No parecía nervioso, sino que le divertía ver la incertidumbre. Una vez más, su extraña actitud me resultó oscura.
-La prefectura se ha puesto en contacto con nosotros. Dicen que los alemanes han tomado Nancy esta mañana, se prevé que lleguen a Gérardmer en las próximas veinticuatro o cuarenta y ocho horas. -El rostro del alcalde se ponía rojo por momentos. Una fina gota de sudor que descendía lentamente relucía en su sien a la luz de las lámparas.
Entre la multitud comenzaron a oírse comentarios como "menuda panda de incompetentes" o "esto podía haber sido evitado." Cosa que no sentó bien al alcalde, que parecía a punto de romper a llorar.
Miré a madre, estaba sentada en una silla detrás de Lafitte, parecía más tranquila que él. Ella reparó en mi presencia entre el público y se levantó.
-Están aquí reunidos para ser informados sobre los acontecimientos que tendrán lugar a partir de mañana, creo que no es ningún secreto que muchas cosas van a cambiar drásticamente. -La voz de mi madre sonó firme y segura y logró hacer callar a toda la sala. -Nos han dado instrucciones y creemos que es nuestro deber compartirlas. Podríamos haber dejado que se sorprendieran, pero nos importa el pueblo, y queremos prepararlos lo mejor posible para la situación. -colocó su mano sobre el hombro de Lafitte y este asintió agradecido.
-Hay cosas que realmente son inevitables, -añadió el alcalde, algo más seguro- esta es una de ellas. Pero está en nuestras manos afrontarla con la mejor actitud. Conviene más vivirlo todo con resignación que amargarse. Si logran hacerles sentir mal, habrán conseguido lo que se proponían.
-¿y cómo se supone que hacemos eso? -una voz escéptica sobresalió de entre la multitud.
Miré a Richard, había comenzado a reír con amargura.
-No abandonen sus trabajos. Retomen sus vidas tal y como lo habían sido hasta ahora. Sí, mandarán ellos, pero no tienen que percibir que les han coartado. Si algo tiene que primar por encima de todo, es nuestra dignidad.
Mi madre siempre había sido como una heroína para mí, pero en aquel momento me sorprendió. Nunca la había visto ejercer la política y aunque nunca había dudado de su fortaleza, cada palabra estaba cargada de valor.
Sentí una lágrima descender por mi rostro, estaba siendo un momento casi mágico, hasta que una voz a mis espaldas lo arruinó.
-¿De veras te parece hermoso haber tenido que llegar a ese punto? Porque asumo que, por la sonrisa en tu boca, no estás triste. -Me giré, era Richard, aunque estaba empleando el mismo tono que Emmanuel.
Estaba claro que sabía algo más que todos nosotros, y tenía que llegar al fondo del asunto. Iba a responder, pero la voz de Lafitte me interrumpió.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...