Escuché otro grito, era una mujer que pedía socorro, y me escondí detrás de un árbol mientras trataba de averiguar de qué dirección venía. La maleza crujió a mi izquierda, y escuché el forcejeo entre un hombre y una mujer, estaban a muy pocos metros de mi. Tenía miedo, mucho miedo. Me hice un ovillo, esperando a que lo que fuera que estaba sucediendo acabase y se marchasen. Sin embargo, poco después sentí unas manos fuertes agarrarme por detrás.
-Vaya, pero qué tenemos por aquí -reconocí la desagradable voz de Hirsch y sentí ganas de vomitar.
Intentó tumbarme contra el suelo pero haciendo uso de toda mi fuerza me levanté y comencé a golpearle. Él era más fuerte pero yo era más alta, así que no estaba en tanta desventaja. Me intentaba arrastrar hacia el interior del bosque y yo empujaba hacia el camino.
-¿Qué demonios quieres? -logré pronunciar entre dientes mientras sentía mis brazos ceder.
Él no respondió, simplemente clavó sus ojos marrones en los míos. Su mirada no era humana, tenía un brillo animal que puso los pelos de punta, parecía un auténtico depredador.
Me empujó y caí al suelo, él se abalanzó contra mí pero yo fui más rápida y logré colocarme encima. Golpeó mi cara con su puño, haciendo que mi visión quedase borrosa durante unos segundos mientras me retorcía de dolor, pero logré sacar la pistola de su funda y pegué el cañón contra su frente.
Ambos quedamos paralizados por el miedo, yo no había disparado jamás ni sabía cómo hacerlo y él probablemente creía que iba a matarle. Cogí aire y apreté el gatillo con mi mano temblorosa, la resistencia de la pistola me empujó hacia atrás y caí de espaldas contra las maquias, quedando mis piernas, magulladas y sangrantes por los rasguños que me había hecho con la maleza, enredadas en las suyas. Volví a disparar sin mirar a dónde, por si acaso. Me quedé quieta un rato, sin poder reaccionar, él tampoco se movía. Rompí a llorar, pensando que había matado a un hombre, aunque fuera un nazi, y se escucharon pasos en el camino.
-Schüsse...
-Scheisse...
-Du solltest mich früher gewarnt haben -reconocí la voz autoritaria de Holzmann, pero no sabía qué estaba diciendo.
-Entschuldigung, Herr, sie waren nicht hier wenn er mir erzält hat.
-Mein Gott... und was sollen wir jetzt machen?!
Me levanté como pude y observé a Hirsch. Estaba vivo a juzgar por cómo subía y bajaba su pecho, pero tenía una herida en el lado derecho del pecho y otra en la pierna. La sangre había teñido su ropa y encharcado la maleza, haciendo que mi ropa estuviera hecha un desastre. Corrí hacia el camino, con la vista nublada, y choqué contra un cuerpo, cayendo al suelo.
-¡Ce! -escuché a Franz exclamar a mi lado. Miré hacia arriba, allí estaba él, acompañado del tal Adolf Müller. Odiaba a ambos, pero he de confesar que me alegré mucho de que aparecieran. Reparó en toda la sangre y sus ojos se abrieron de par en par-. ¿¡Estas bien!? -se arrodilló a mi lado.
-Hirsch me ha atacado, y le he disparado.
-¡Maldito! ¿Dónde está? -exclamó Müller a nuestras espaldas.
Me levanté con dificultad y los conduje al lugar. Hirsch tenía los ojos abiertos de par en par y luchaba por respirar, haciendo un ruido sobrecogedor, había perdido todavía más sangre. Desde la otra dirección, una muchacha joven caminaba torpemente hacia nosotros, también estaba herida. Se puso lívida con la visión de su atacante desangrándose en el suelo y al ver el uniforme de Müller, retrocedió horrorizada. Por suerte, aquel día Holzmann iba de paisano.
-Tranquila, no vamos a hacerte daño -Franz dio un paso al frente y ella se detuvo.
-¿Qué ha ocurrido? -pregunté yo, que debía de dar mucho miedo a juzgar por como me miraba.
Ella rompió a llorar y se derrumbó. Franz intentó acercarse pero ella lo apartó de un empujón. Hirsch tosió sonoramente, desviando nuestra atención hacia él.
-Ocupaos vosotros de ella -sentenció Müller-. Yo buscaré ayuda para Hirsch.
-¿Puedes caminar? -pregunté. Ella intentó levantarse pero sus piernas temblaron y cayó al suelo. Franz la cogió en brazos y ella se sacudió intentando zafarse sin éxito de su agarre-. No te preocupes, él no es peligroso. Es mi primo François, está aquí para ayudar.
-¿Y su acento? -preguntó con un hilo de voz.
Franz me miró brevemente, guiñándome un ojo.
-Soy alsaciano, me crie hablando alemán, pero soy más francés que la Torre Eiffel. -Lo decía con tal seriedad que hasta yo le hubiera creído.
-Es usted idéntico al jefe de los alemanes -comentó ella-. El que mató a Lafitte -él frunció el ceño.
-He venido a pasar unos días con mi familia más cercana, para desconectar, Estrasburgo es una ciudad agotadora a veces. No sé quién es el jefe de los alemanes, pero en los dos días que llevo aquí, me lo ha dicho más de una persona.
Ella asintió en silencio, probablemente porque no tenía ganas de discutir más, y cerró los ojos. Cuando llegamos a casa no había nadie, cosa que agradecí. La dejamos sobre mi cama y bajamos al salón a discutir qué haríamos.
-Sabes que ha sido atacada de la más sucia de las maneras, ¿verdad? -comprendía el matiz que Holzmann había empleado y asentí, incómoda-. Se sentirá humillada, pero tenemos que llamar a un médico con urgencia.
-Esperemos un rato, tal vez luego esté en mejores condiciones para hablar.
Él asintió y nos sentamos cada uno en un sofá. Intentó hablar conmigo, demostrarme que no era tan malo, pero yo no quería hablar con él después de lo que había hecho. Estuvimos un rato en silencio, pero no se daba por vencido.
-Encontré el paradero de tu hermano... -esta vez sí que le escuché con atención-. Está bien, está preso en un Stammlager, pero su vida no corre peligro.
-¿Qué es un Stammlager?
-Un campo de soldados prisioneros de guerra, pero no tienes de qué preocuparte. Alemania firmó el Tratado de Ginebra tras la Gran Guerra, por lo que los soldados prisioneros reciben el mejor trato. Como tarde, cuando acabe la guerra se negociará su liberación y volverá a casa sano y salvo.
-¿Y cuándo demonios va a acabar? -me alegraba que mi hermano estuviera bien, pero pensar que tal vez tuviéramos que esperarlo durante años me indignaba.
-No lo sé, Ce. Ojalá pronto, ya sabes lo que opino sobre la violencia.
-Eres un hipócrita, Franz Holzmann, y no me cansaré de decírtelo. Condenas la violencia pero no tienes miedo a matar inocentes para dar ejemplo.
-Si hablas de Lafitte, que sepas que está vivito y coleando -apartó la mirada- me encargué de mandarlo a Burdeos en el primer tren que salió tras la invasión. Y de ahí, cogió el primer barco que salió hacia Inglaterra. El que murió fue un vulgar judío que capturé en Colmar ¿Contenta de que te lo diga? Evidentemente me mantengo callado para no meterme en problemas.
Me alegré por Madre, pero no por lo que me había dicho.
-Igualmente, el vulgar judío de Colmar era un inocente que no debía morir por ninguna causa.
Esperé su réplica, ansiosa por saber qué respuesta tenía para aquello, pero la puerta principal abriéndose nos interrumpió. Poco después, se abrió la puerta del salón. Emmanuel nos miraba con cara de pocos amigos.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Fiction HistoriquePrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...