París, febrero de 1944.
Pedaleaba despacio, dejando que el fresco aire de invierno acariciara mi rostro. Jamás iba rápido, llevaba ya tres años viviendo en parís y cada vez que salía a la calle, quedaba impresionada por la belleza del Sena y de los edificios parisinos, por lo que siempre me tomaba mi tiempo para apreciarlos.
Me había mudado a París en 1941 para estudiar filosofía en la Sorbona, y, aunque los alemanes mantenían su presencia en la ciudad, esta mantenía su encanto. Crucé el río y me adentré en la isla. Emmanuel me había pedido que le trajera un disco de jazz parisino cuando fuera a visitar a la familia y me habían recomendado una pequeña tienda cerca de la Sainte-Chapelle. No tardé en encontrarla, tenía un bonito escaparate con el nombre de la tienda "Delarme", en dorado sobre el cristal y unas adorables figuras de una orquesta negra de jazz como decoración.
Aparqué mi bicicleta y entré para encontrar cientos de vinilos agrupados por género y autor. Miré al dependiente para que me recomendara algo, pero, parecía tan inmerso en el tebeo que estaba leyendo que decidí mirar sola.
Mis manos pronto se toparon con un disco de portada sencilla que decía "Grands hits du jazz parisien 1935-1941", una recopilación de las mejores canciones francesas de los últimos años. Tambien encontré uno de un grupo americano del que jamás había oído hablar y que tenían una versión de Bei mir bist du schön. Entré en la cabina y me puse a escuchar. Ambos me gustaron, así que me dirigí al mostrador.
-Buenas tardes -dije en voz alta para traer al dependiente de vuelta al planeta tierra.
-B... Buenas tardes, lo siento de veras, mademoiselle -mis ojos se toparon con los suyos, negros. Sorprendida, me fijé en él. Era la viva imagen de Franz, aunque este joven no daba la misma impresión de pulcritud y formalidad. Tomó los discos que tenía en la mano y les echó un vistazo-. Veo que tiene usted buen gusto... la versión que han hecho de Bei mir bist du schön es maravillosa, aunque... ¿Me permite una sugerencia?
Asentí y me indicó con la mano que lo siguiera hasta una sección en la que no había mirado.
-Bei mir bist du schön es mi cancion preferida -murmuré en voz baja, casi para mí, recordando con nostalgia a Franz. Muchas veces me había reprochado el haberle dejado marchar, pero luego pensaba en donde me encontraba ahora y la parte más sensata de mí sabía que había sido lo mejor.
-¡También la mía! -exclamó él mientras sacaba cuidadosamente un disco del final de la estantería. Me lo enseñó. La portada era negra y únicamente ponía "Brevis Galeuse – Histoires interdites" en letras rojas.
-Hay una canción que realmente no es jazz pero que creo que te gustará -añadió.
Ambos nos introdujimos en la cabina y él puso una melodía lenta que no supe calificar de alegre o triste, pues confería muchos sentimientos a la vez. Era maravillosa, como él había dicho. Cerré los ojos y sentí como las notas me trasladaban a Gérardmer, a la oscura noche en la que el abismo entre Franz y yo se abrió hasta que fue imposible trazar un puente. Era la pieza más hermosa que había escuchado jamás. Yo adoraba la música y había escuchado muchas, pero aquello se sentía como más que una simple partitura escrita por alguien. Me producía una sensación de familiaridad que me ponía los pelos de punta.
Finalmente, el sonido se apagó y yo me sequé las lágrimas, emocionada. Sin palabras, miré al dependiente, que aguardaba expectante mi respuesta con una sonrisa.
-¿Qué ha sido eso? -me daba rabia que algo como aquello estuviera en un disco como ese.
-El nuevo disco del nuevo fenómeno musical de París, Brevis Galeuse. Cada canción está inspirada por un libro clandestino. Esta se llama "Cécile ou les yeux marrons de Longemer". La compuso mi colega, inspirado por un libro insual escrito por un autor igualmente inusual. Era un oficial alemán conocido únicamente como Franz, que le entregó el manuscrito a su amigo antes de partir hacia el frente oriental. Yo soy el pianista del grupo, toco en locales y cuando tengo tiempo ayudo en la tienda o leo tebeos -se sonrojó-. Desde luego, mis colegas y yo hacemos cosas muy raras, somos ovejas negras de verdad.
Lo reconocí. Le había visto alguna vez de fiesta, su grupo era relativamente conocido en la región. Me había fijado alguna vez en él, pero había sido incapaz de hablarle, el fantasma de Holzmann todavía me lastraba.
Corrió hacia el otro extremo de la tienda y sacó un libro de un viejo arcón junto al mostrador. Me lo tendió y lo observé con curiosidad. La portada decía Abismo. Comprendí que se trataba del manuscrito de Franz que no me dejó leer aquel día.
-Trata sobre un soldado alemán llamado Frank, uno diferente, que se enamora de una chica francesa, Cécile. ¿Te apetece leerla? Te la presto si quieres.
Negué con la cabeza.
-No, no hace falta, conozco la historia -preferí no averiguar cómo vivió Franz nuestra historia, arruinaría la mía tal como la conocía yo.
Me eché a llorar de nuevo al pensar que aquella canción realmente estaba conectada con él. Por supuesto, me daba vergüenza, pero era inevitable. El joven, desconcertado, me tendió un pañuelo, señal que interpreté como que debía parar.
-Perdón -me excusé-. Es que es hermosa y me ha traído muchos recuerdos. Quiero comprar el disco.
El dependiente suavizó la expresión y me condujo de vuelta al mostrador.
-¿Te interesan mucho los libros clandestinos? -pregunté, casualmente.
-Me apasionan. Muestran partes de la historia que no nos permiten conocer de otra manera. Mis colegas de la banda y yo los coleccionamos. Los leemos y los revendemos. Puedo enseñarte alguno, si te interesa. Por cierto, ¿cómo te llamas?
-Céline -respondí, con una sonrisa traviesa-. Me encantaría que me enseñases los libros.
Él me devolvió la sonrisa, y el pequeño hoyuelo de su mejilla me hizo volver a pensar en él, que estaría muerto, o luchando en algún lugar de la fría Rusia. Desde mis adentros, le deseé lo mejor.
-Yo soy Émile -me entregó una bolsa de papel con los tres vinilos y yo le entregué el dinero-. Te regalo el de mi grupo.
-Muchas gracias -me sonrojé, hacía mucho tiempo que no me regalaban nada.
-No hay de qué -me tendió la mano-. Encantado, Céline. Si alguna vez deseas escuchar música rara o comprar un libro secreto, me encontrarás aquí-. Me guiñó un ojo y yo sentí una pequeña punzada de algo que hacía mucho que no sentía. Me agradaba aquel muchacho.
-¡Lo tendré en cuenta Émile! -exclamé antes de irme- ¡Nos vemos!
Retiré el candado de mi bicicleta y me dirigí hacia el barrio latino a través de un maravilloso París bañado por la luz dorada del atardecer. Me sentía bien, despejada, aunque en aquel momento mi cabeza soñaba con el hoyuelo de Émile. En mi mente, no dejaba de sonar la melodía del abismo. Y, aunque en algún momento le quise mucho, comprendí que tenía que dejar atrás a Franz. Aquella tarde, mientras me alejaba de la isla y me precipitaba por las estrechas callejuelas del que era mi barrio, comprendí que la vida es como un enorme portal: decides tomar ciertas oportunidades y a otras, sin embargo, dejarlas marchar.
Pero siempre, siempre, siempre, hay que tener la puerta abierta, porque uno nunca sabe cuando va a llegar ese momento que tanto ansía, y que puede llegar cuando uno menos lo espera. Porque la vida es una caja de sorpresas, muchas veces desagradables y unas pocas agradables, que nos ofrece infinitud de momentos. Y solo nosotros podemos estar en control de cómo los afrontamos. Cuando un buen momento acaba, otro llegará eventualmente, porque pase lo que pase, la vida continúa.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...