Capítulo 26

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-Creo que ha llegado un punto en el que siento que te necesito, Ce -murmuró Franz al separarse de mí, asustándome-. Así que lo mejor será que me distancie un tiempo.

Asentí en silencio mientras digería lo que me acababa de decir. Yo también parecía haber llegado a ese punto, pues sentía una sensación extraña cuando no me hacía caso, como si me faltara algo. Me dolía un poco pensar que iba a tener que renunciar a esos encuentros furtivos que tanto me gustaban en el fondo, pero coincidía en que era lo mejor para ambos. A veces lo olvidaba, pero al fin y al cabo Franz era el enemigo.

-Sinceramente no sé qué me está pasando. Soy un hombre adulto, pero me estoy comportando como un adolescente -continuó-. Debería ignorar mis sentimientos y volver a mis obligaciones. Tú misma dijiste que esto era imposible.

Me dieron ganas de decirle que sus sentimientos no tenían por qué interferir con sus obligaciones, y que los hombres adultos no tenían prohibido sentir cosas, pero preferí callarme. En aquel caso, lo más sensato era olvidarlo todo y que cada uno continuase con su vida como si nunca hubiera pasado nada.

-Es verdad -murmuré, luchando conmigo misma para decir lo más adecuado-. Me duele admitirlo, pero esto no puede seguir pasando. Comportémonos como lo que cada uno es en realidad.

Lo miré, para intentar leer en su rostro algo que no me estuviera diciendo con palabras. Había aprendido a leerlo muy bien. Le temblaba el labio inferior, como cada vez que estaba nervioso, y su mirada perdida reflejaba tristeza.

-¿Puedo hacer una tontería antes de acabar con esto para siempre? -se acercó peligrosamente y me miró directamente a los ojos con una intensidad arrolladora. En el pequeño espacio que había entre nosotros casi podía sentir una corriente magnética que me empujaba hacia él.

Y entonces sucedió. De pronto sus labios encontraron los míos. Nos besamos durante un rato largo, como si no fuera a haber una próxima vez, y aunque me sentí culpable por ello, disfruté de cada segundo.

Cuando paramos y sentí su mirada atenta sobre mí otra vez, se me aceleró el corazón y mis piernas comenzaron a temblar. Me quedé en silencio sin poder encararle e incapaz de decir nada. Finalmente, fue él quien habló.

-Creo que hemos hecho las cosas todavía más difíciles -murmuró. Intentaba sonar alegre pero fue incapaz de disimular su tristeza-. Buenas noches, Céline.

-Buenas noches, Franz -respondí sin levantar la mirada.

Le observé marcharse desde el sillón, paralizada por la impotencia.

Los días transcurrían relativamente deprisa. Salía con Richard o con Océane, que se encontraba mejor y parecía tener confianza conmigo, trabajaba y el poco rato que estaba en casa trataba de mantenerme ocupada leyendo o escribiendo. Sin embargo, todas las tardes veía o escuchaba a Franz entrar en casa al volver del cuartel. Ya no me buscaba, ni me miraba, aunque era de esperar después de lo que habíamos hablado.

Y aun asi, sentía que me faltaba algo muy importante.

El tiempo durante el que no estaba distraída lo pasaba pensando en Franz, tratando de aceptar mis sentimientos para así poder olvidarlo, aunque con el tan cerca era casi imposible. Ahora era yo la que lo observaba furtivamente, y, si él me veía, parecía ignorarlo por completo. Me preguntaba si él se sentiría así cuando yo le hacía lo mismo y solo ahora entendía por que había decidido tomar distancias.

En la votación salió que se celebraría la fiesta patronal y se acabó por decidir que ésta tendría lugar el sábado 3 de agosto. No coincidía exactamente con el día del patrón, pero en la tienda escuché a más de un cliente comentar que tenían ganas de pasarlo bien por una vez, con música americana y sin toques de queda, como Holzmann había prometido en su última carta.

Los ánimos se habían calmado en el pueblo. Nadie estaba realmente contento y los maquisards seguían atacando en los bosques, pero al menos en Gérardmer habían dejado de vandalizar las propiedades de la Wehrmacht. Si algo estaba claro, era que lo que quería la gente era estar tranquila, y la fiesta era una manera de hacer las paces con los alemanes. Al menos por un tiempo.

Todo lo que sucedía me recordaba a Holzmann, que aunque no quisiera estar allí, había demostrado ser un buen gobernante. Aunque quisiera sacármelo de la cabeza a toda costa, me alegraba que estuviera él en el pueblo y no cualquier otro. Era un hombre inteligente y sabía que lo mejor era complacer a todos, los suyos y los nuestros.

Finalmente llegó el día de la fiesta. Las heridas de las piernas se me habían curado, así que pude ponerme un vestido. Me gustaba más llevar pantalones, eran estilosos y cómodos, pero había comprado un espectacular vestido rojo en Colmar y me hacía ilusión estrenarlo.

-¿Estás lista? -preguntó Emmanuel mientras me pintaba los labios del mismo color.

-¡Espera! -exclamé, y procedí a recoger mi pelo.

Me miré en el espejo y me vi por primera vez como una mujer adulta. Sonreí a mi reflejo y bajé corriendo las escaleras, mi hermano me esperaba en la puerta.

-¡Vamos! -exclamó contento. Le devolví la sonrisa, últimamente se encontraba mejor, aunque no terminaba de recuperar su alegría contagiosa.

-¿Vas a bailar?

-¡Por supuesto! ¡Estos pulmones van a dar de sí lo que puedan!

-Ten cuidado -reí.

-¿Tu vas a bailar? ¿Tal vez con Richard?

-Tal vez...

Nos dirigimos al salón de ceremonias y una vez estuvimos frente a la puerta tuve una extraña sensación. Presentía que esa noche iban a pasar cosas muy importantes.

El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now