Di un fuerte golpe contra el suelo, para hacer notar mi presencia. Madre y Franz se volvieron hacia mí. En el rostro de mi madre había miedo y vergüenza, sin embargo, el capitán sonreía feliz, como siempre. Nos quedamos todos en silencio, parecía que mi madre quería hablar, pero la verguenza la había paralizado. Franz también quería hablar, se notaba en su cara, pero probablemente no encontrase las palabras para explicar semejante atrocidad. Él, que tan elocuente era siempre.
-¿Qué está pasando? -terminé por pronunciar, moría por recibir una explicación.
Mi madre rompió a llorar.
-Pensarás que os fallado, a mi propia familia, pero soy tan débil...
Por muy enfadada que estuviera porque me hubiera mentido, corrí a abrazar a mi madre.
-Solo quiero una explicación -dije en voz calmada, sin soltarla.
-Hace unos días me preguntó por los libros de Jean... -respondió entre sollozos- se parece tanto a él... míralo, tiene su carita. Comenzamos a hablar regularmente y ahora es como mi hijo.
Franz se levantó y colocó las manos sobre los hombros de mi madre.
-Es como mi madre, es tan dulce y amable conmigo... Jamás pensé que volvería a sentirme tan en casa como con ella.
Me quedé sin palabras, aquello era algo que definitivamente no esperaba. Todo lo que estaba sucediendo estaba afectando terriblemente no solo a mi cordura sino a la de todos. De pronto a mi madre le daba por amar a un oficial alemán como si fuera su hijo desaparecido, aquello sí que era de locos.
-Llámame loca -continuó mi madre, como si me leyera el pensamiento- pero yo no veo en él al enemigo, veo un muchacho amable e inteligente que me necesita.
-Necesito un tiempo para procesar esto... -respondí secamente- ¿qué ha sido de la muchacha?
-Físicamente está bien, la han revisado y está ya en casa -respondió Franz- lo duro será vivir con el recuerdo. Pero compréndelo, Céline, tu madre y yo somos dos personas a las que les faltaba algo que nos podemos dar mutuamente. Deberías alegrarte, al menos por ella.
Me alegré ligeramente por Océane, pero en aquel momento no era capaz de sentir otra cosa que rabia.
-¿Sabéis que no podéis jugar a la familia feliz delante de Emmanuel, no?
-Lo sabemos y lo tenemos en cuenta.
Me encerré en mi habitación para no tener que verles más. Hubiera salido pero después de lo que había pasado me daba miedo. Me pregunté si Richard estaría allí y me di cuenta de que necesitaba contarle aquello a alguien. Y entonces tuve la idea, se lo contaría a Jean.
Cogí el diario y me dio un pequeño vuelco al corazón cuando recordé aquel momento a principios de verano cuando sentí por primera vez algo por Franz.
Miré la foto de mi hermano, que había robado de su habitación allá por octubre. Me alegraba tenerla, había muy pocas fotos de él. Tan misterioso y reservado era que detestaba la idea de que su alma quedase capturada en un papel para siempre. Sin embargo, en aquella había sido atrapada por completo. Sonreía orgulloso, pero en sus ojos oscuros, que miraban directamente a la cámara faltaba algo, como siempre.
-¡Sinceridad! -exclamé para mí misma casi sin darme cuenta. Lo que a mi me sobraba, a él le faltaba.
Intentaba no aparentar nada delante de la cámara, pero justo eso era lo que más le caracterizaba y lo que la cámara había captado, estar siempre tan cerrado al mundo.
Era verdad que físicamente se parecía mucho a Franz, sus rasgos eran casi iguales y diferían solo en la estructura ósea, pero sus personalidades eran totalmente opuestas. Tal vez aquello era lo que le había gustado a Madre, encontrar de pronto una versión abierta y cariñosa de su hijo. Comenzaba a tener sentido, pero yo me negaba a aceptarlo, no podíamos estar tan rotos como para consentir algo así.
Me sinceré sobre el papel, y descubrí lo relajante que era aquello. Escribí todo lo que había pasado, lo que había sentido y todas las preguntas que me había hecho a lo largo de lo que llevaba de verano, las palabras salían solas, como si alguien moviese mi mano. Me costaba hablar de mis sentimientos en voz alta y siempre acababa llorando, pero escribir era mucho mas fácil y lo haría todos los días a partir de entonces.
Escribir me sirvió para darme cuenta de cosas sobre las que jamás había pensado, como que quería ir a la universidad. Me negaba a ser una ama de casa, quería aprender y ganarme mi propio pan con lo que había aprendido. El problema era que todavía no sabía qué quería estudiar exactamente.
Una mano sobre mi hombro interrumpió de pronto el torrente de pensamientos que cruzaba mi mente. Me giré, era Franz. La sensacion de calma que escribir me había otorgado desapareció por completo. Cerré de golpe el cuaderno.
Le miré con el ceño fruncido.
-¿Qué quieres ahora?
-Hablar contigo, no se de qué, pero quiero hablar contigo.
-¿Tienes algo que decir? Porque yo no -me seguía sorprendiendo lo insolente que podía llegar a ser con él.
Se fijó en el cuaderno y me lo arrebató. Me levanté para quitárselo, derribando la silla, pero él me esquivó.
-Es Jean-Jacques... -murmuró y después sonrió de la misma manera que siempre, que en ocasiones encontraba atractiva y en otras, como esta, extremadamente irritante.
-Estaba hablando con él, con el de verdad...
Colocó una mano en mi hombro, provocando que una sensación de calor se extendiera por mi brazo, y retrocedí torpemente.
-No sé por qué exactamente se ha acabado llegando a esta situación, pero no quiero reemplazar a tu hermano, Ce. Y tu madre tampoco.
Le respondí con mi silencio.
-Llegamos a estar bien en algún momento, ¿qué pasó?
-Que por fin abrí los ojos, Holzmann. ¿No te das cuenta de que de que tu clase y la mía jamás podrán mezclarse? Además... ¿qué es lo que quieres?
Bajó la cabeza y suspiró, y tuve la certeza de que me iba a decir algo que pondría las cosas incluso peor.
Y no me equivocaba.
-Céline -pronunció mi nombre entero con voz temblorosa- llámame loco, pero creo que me he enamorado de ti.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Ficción históricaPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...