Capítulo 23

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Cuando llegué a casa, la mesa estaba puesta y todos sentados a la mesa. Entré en la cocina con la barbilla bien alta, aunque estaba haciendo un esfuerzo enorme por no temblar. Quería pasar desapercibida, pero fue inevitable que todas las miradas se posaran en mí cuando entré en la cocina. Me fue imposible no establecer contacto visual con Franz, que parecía suplicarme algo con la mirada. Yo, se la sostuve altanera, aunque por dentro sentí cómo se me partía el corazón.

Me senté en la única silla libre, al lado del pelirrojo. En frente de mí estaba Emmanuel y a su lado, Franz. Madre presidía la mesa.

-Céline, ¿verdad? -preguntó el SS, que con su chaqueta negra y la banda de su brazo se veía muy intimidante.

-Sí, señor -mi intención de parecer segura se arruinó por completo cuando no pude mirarle a la cara.

Él asintió.

-Reparta, Frau Fournier -su voz era seca, carente de cualquier tipo de calidez.

Madre partió un flammkuchen en cinco pedazos y sirvió uno en cada plato. Me encantaba el plato, pero rara vez lo comíamos, y no me hacía ilusión que lo hubiera hecho porque teníamos invitados de aquel tipo. Me fijé también en que había puesto la vajilla cara, la de porcelana china, y la cubertería de plata.

-Está buena -el acento de nuestro invitado era distinto al de Franz, mucho más característico-. En mi Friburgo natal la comemos con champiñones, pero me gusta. ¿La habías probado, Holzmann?

-No es típica de Berlín -era extraño que hablaran en francés entre ellos pero imaginé que querían que todos entendiéramos lo que decían.

Eché un vistazo rápido al resto de los comensales, todos, incluso Franz, estaban visiblemente incómodos menos el pelirrojo, que comía despreocupado.

-Por cierto -se dirigió a Holzmann de nuevo-. ¿cómo está tu padre?

Holzmann lo fulminó con la mirada, aunque el otro no se inquietó.

-Perfectamente. Bebe mucho champagne y fuma mucho tabaco caro, como todos los altos cargos. También está orgulloso de mí, me trata excepcionalmente bien desde que soy capitán.

-Hay que servir a la patria de una manera u otra -en su rostro se dibujó una sonrisa artificial que me resultó sobrecogedora. Me di cuenta de que no conocía su nombre, aunque no me importó.

Al darse cuenta de que lo estaba mirando, clavó sus ojos verdes y vacíos en mí. Bajé la mirada.

-¿Y tú, a qué te dedicas, Céline? Tu hermano ya me ha dicho que estudiaba medicina antes de la guerra.

-Yo quiero empezar a estudiar...

-¿Qué?

-No lo se todavía... -realmente no lo sabía, y según lo que había dicho Richard, temía darle una respuesta que no le gustara.

Le miré de nuevo, esperando una respuesta, y por un momento me pareció ver emoción en su rostro, aunque desapareció muy rápido.

-No tengas prisa, y decide correctamente. Las malas decisiones pueden perseguirte hasta acabar contigo -por como lo decía, lo interpreté como una amenaza-. Me han contado que eres sospechosa de disparar a un soldado.

Miré a todos de nuevo. Mi hermano, que no lo sabia, tenía los ojos abiertos de par en par y me miraba acusador; Madre y Franz se miraron preocupados.

Iba a decir algo pero Franz se me adelantó.

-Se hizo lo que se debía hacer y se declaró que no era culpable, te pido por favor que no cuestiones mi autoridad constantemente, me considero un soldado competente -siseó, amenazante también.

El pelirrojo suspiró.

-He de creer a mi conciudadano. Pero... dígame, Frau Fournier, usted se dedicaba a la política.

-Sí, señor -madre también parecía tener miedo.

-Sé que es una mujer inquieta, ¿qué hace ahora para ocupar su tiempo?

-Voy a la parroquia.

Se me cayó el tenedor y al agacharme para recogerlo, vi cómo apuntaba "parroquia" en una libreta diminuta por debajo de la mesa. Dado que tenía una caligrafía legible, intenté leer otras anotaciones que había hecho y contemplé con horror que básicamente había escrito todo lo que había pasado desde su llegada.

-¿Y qué hace en la parroquia?

-Paso tiempo con la gente de la comunidad, tenemos un taller de costura, de cocina, cine...

Él rió.

-Interesante... -anotó en la libreta las palabras "comunidad católica"-. ¿No lleva a cabo ninguna actividad política?

-Ninguna, señor. Prefiero ser una buena ciudadana.

-¿Le importa que luego revise su casa? Acostumbramos a hacerlo allá a donde vamos.

-Claro que no, señor.

-¿Wird jemand bestraft? -preguntó Holzmann.

-Das geht dich nichts an -respondió el SS.

Comenzaron a hablar entre ellos, esta vez en alemán. Lo que había dicho Richard era verdad, sonaban como si hablaran idiomas diferentes, aunque parecían entenderse. Primero parecían calmados, pero pronto comenzaron a levantar la voz.

La tensión era tal que casi podía respirarse en el ambiente. La mirada de nuestro invitado, que parecía el más tranquilo de todos, alternaba entre la comida y cada uno de nosotros. Le vi apuntar "silencio, tensión" en el cuaderno. Sentía mis músculos rígidos y una opresión en el estómago que hacía que uno de mis platos favoritos me resultase inapetente. Observé a mi hermano juguetear con su comida, sin poder acabársela mientras yo forzaba un bocado tras otro hasta que sentí que iba a vomitar.

Todos lo agradecimos cuando mi madre dijo que estaba listo el postre.

-Disculpenme por lo que acaba de suceder -murmuró el pelirrojo, que había recuperado la calma automáticamente-. Herr Holzmann y yo discrepamos en algunas cosas, pero está todo bien, ¿verdad, Holzmann?

-En efecto, Ziegler -aquel debía de ser su apellido-. No ha pasado absolutamente nada.

Todos apuramos la crème bruleé que teníamos para postre rápido, como si coincidiéramos en que queríamos que aquello acabara lo antes posible.

-Veamos entonces la casa -sentenció Ziegler, levantándose.

Madre y Franz lo imitaron.

-Recoged la mesa, por favor -nos dijo Madre a Emmanuel y a mí.

Mi hermano y yo tratamos de concentrarnos en fregar y recoger la vajilla, aunque yo moría de ganas por saber qué sucedía en el piso de arriba. Me había encargado de quemar el vestido y las medias que llevaba cuando había tenido el incidente con Hirsch, pero tenía miedo igualmente.

-Y yo pensaba que Holzmann era malo... -murmuró mi hermano en voz muy baja-. Este tipo parece un psicópata.

-Es mejor que no nos escuche, Richard me ha dicho que son letales -llamé su atención.

Les escuchamos bajar las escaleras.

-Está todo en orden -escuché decir a Ziegler-. Disculpen las molestias que les haya podido ocasionar mi visita, pero cualquier precaución es poca.

Nos acercamos a la entrada. Holzmann me miró de nuevo, pero yo le ignoré.

-Céline -el extraño invitado besó mis dos mejillas y yo sentí un desagradable escalofrío- te deseo lo mejor en tus estudios-. A ti también, Emmanuel -dijo, sacudiéndole la mano-. Y nos vemos luego, Holzmann, ya sabes.

Abandonó la casa y los cuatro suspiramos, aliviados.

Hola de nuevo,

Este capítulo es un poco raro, pero he intentado describir de la mejor manera posible la sensación que alguien tendría si un SS decidiera de un momento para otro comer en su casa porque tiene sospechas. Menos mal que eso ya no sucede!

hasta la próxima,

S v H

El abismo que nos separa | Segunda Guerra MundialWhere stories live. Discover now