Querido Jean-Jacques,
No puedes ni hacerte a la idea de lo felices que nos ha hecho tu carta. Hace tiempo nos llegó una carta del ministerio que nos dijo que habías desaparecido en combate, y desde entonces no ha habido día en el que no nos preguntásemos dónde estarías. Nos gustaría que estuvieras con nosotros, pero dado que eso es imposible, al menos nos alegra que te encuentres bien. No sabemos cuánto durará la guerra, pero te pedimos por favor que resistas en ese lugar para que puedas volver con nosotros.
En casa, las cosas no van tan bien como nos gustaría. Un oficial alemán, Herr Holzmann, se ha instalado en tu habitación, y estamos obligados a convivir con él. Es bastante decente, pero hay una notoria falta de libertad en casa desde que está él. Además, asesinaron a Lafitte, y Madre ha perdido la cabeza desde entonces y se ha involucrado con la comunidad parroquial como nunca antes. Nos han pasado cosas muy extrañas en estos meses. Un agente de las SS comió con nosotros un día; también arrestaron a Ce, culpada de herir de gravedad a un soldado; vimos a los soldados de la Wehrmacht bailar swing en una fiesta, y, además, creo que Ce se ha enamorado...
La máquina de escribir se detuvo.
-¡Céline! ¿Qué más puedo escribir? -preguntó mi hermano, que nada más leer la carta de Jean, se había puesto a redactar una respuesta. Teníamos tanto que contar que no esperaríamos a que Madre volviera de Burdeos, ella podía escribirle lo que quisiera más adelante.
-¡Creo que deberías decirle que enfermaste de tuberculosis y por eso estás en casa! -exclamé, concentrada en el atlas que estaba ojeando y en los cálculos matemáticos que estaba haciendo.
-¡¿Cómo voy a decirle eso?! ¡Se preocuparía!
Yo reí.
-¡Ya le has dicho muchas cosas bastante preocupantes como que madre está loca, a mí me arrestaron y Ziegler estuvo comiendo con nosotros!
-Cierto... -murmuró, y continuó tecleando a toda velocidad.
Yo me maldije a mí misma por no haber estado interesada en las clases de aritmética de la escuela. Jamás pensé que me serían útiles en la vida, pero en aquel momento, deseaba más que nunca ser buena en matemáticas.
-¡Manuuuu! -grité emocionada, una vez tuve el resultado del cálculo-. ¡He buscado el Stalag en el mapa y Jean está como a seis horas en coche de aquí! ¡Podemos ir a hacerle una visita!
-Suena tentador... pero no lo haría. No quiero acabar en la cárcel, bastante me ha costado ser libre.
-Es verdad... -murmuré, apenada. No pudiendo hacer nada por verle, ya no estaba segura de que saber lo cerca que estaba Jean de nosotros fuera una buena idea.
Corrí hasta donde estaba mi hermano y rodeé sus hombros con mis brazos mientras leía la carta que había escrito. Se le daba bien, yo no lo hubiera hecho mejor. Le besé la mejilla.
-Tuvimos algunos problemas en primavera, pero me alegro mucho de que estés aquí.
Él recostó su cabeza contra la mía.
-Yo también. Gracias por soportarme, pequeñaja, te quiero.
Escuchamos la puerta principal abrirse. Holzmann venía a comer.
-Viene el susodicho... -murmuró Emmanuel-. Y con la emoción se nos ha olvidado preparar la comida.
Subí al primer piso y encontré la puerta de Holzmann abierta. Me asomé, estaba desabrochándose la chaqueta. Me apoyé contra el marco y él reparó en mi presencia. Me desabroché el primer botón de la blusa, tratando de parecer seductora, y él sonrió pícaro. En ocasiones, me sorprendía mi atrevimiento.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Historical FictionPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...