-¿Tiene usted melones? -un soldado alemán de brillante pelo castaño me sonreía pícaro desde el otro lado del mostrador.
-Sí -respondí, fingiendo que no sabía que quería exactamente- los tenemos en el escaparate. Los hay lisos y piel de sapo.
Él dejó escapar una fuerte carcajada y me guiño el ojo. Yo miré a mi alrededor en busca de alguien a quien acudir si las cosas se complicaban y me tranquilicé al ver a Madame Delphine en el almacén. No era más alto que yo, pero me daba miedo.
-No, yo no me refería a eso. Me refería a... ¡melones! -Exclamó, agarrandose el pecho-. ¿Puedo verlos?
Se rió de nuevo y yo, mortificada, comencé a abotonarme la chaqueta.
-¡Pero no te la ates! -exclamó. En su rostro veía que estaba realmente disfrutando de aquella situación- las francesas sois las más bonitas -se acercó peligrosamente a mí y yo retrocedí hasta chocar con la pared-. Hay algo especial en vosotras -cada vez estaba más cerca de mí y yo no podía moverme- pero sois las más recatadas.
Levanto su mano cuando una voz firme lo detuvo.
-¡Hirsch! Lass die Mädchen alleine, sie soll arbeiten und auch du -miré en dirección a la puerta, Holzmann acababa de entrar y miraba al tal Müller con cara de pocos amigos.
No entendía que había dicho y temí que él se uniera, pero lo que ocurrió fue lo contrario. El soldado se apartó de mí con la cabeza baja; el otro me miró preocupado y yo, todavía temblando, asentí para indicar que todo iba bien.
-Entschuldigung, Herr -Murmuró Hirsch avergonzado.
-Es ist nicht lustig -interrumpió el capitán. Un du sollst nicht mit mir dich entschuldigen.
El soldado se giró para mirarme, de nuevo afectado por las palabras del capitán; murmuró un perdón casi imperceptible y salió.
-No se comportan como seres cívicos... -Comentó Holzmann.
-Tú me besaste... -me limité a responder.
Clavó sus ojos oscuros en mí y comencé a sentir una leve sensación de mareo.
-Te recomiendo que no les des conversación o sucederá lo que acaba de pasarte. -Cambió de tema-. Son como animales, siempre molestando a las chicas bonitas.
-¿Por qué lo hiciste?
-Te vi entre la multitud y llamaste mi atención. Lo siento si te molestó. Tampoco soy la mejor persona del mundo. No te preocupes, no te robaré otro, no quiero ser como ellos. -Agachó la cabeza para evitar tener que mirarme a los ojos.
-Ya lo eres -reparé en que una lágrima fría descendía lentamente por mi mejilla.
-Ya... lo soy. -Respondió con un hilo de voz, apretando con manos temblorosas el borde de su chaqueta de soldado.
Acto seguido desapareció.
Decidí echar la siesta al llegar a casa, si dormía al menos no pensaría tanto y no me volvería loca. Sin embargo, unos toques en la puerta me despertaron de mi ligero sueño. Me acerqué, era Holzmann, en su rostro la misma sonrisa de siempre.
-¿Qué haces aquí? -lo arrastré al interior de la habitación y cerré la puerta. Si alguien me veía con él, me cargaría la convivencia en la casa.
Su mirada se desvió a mi pecho y sonrió divertido. Furiosa, miré hacia abajo para ver qué era eso que tanta gracia le hacía y ví que llevaba la blusa semidesabrochada y se podía ver mi sostén de abuela, tan cómodo y a la vez tan feo. Me la abotoné, mortificada y me quedé con la cabeza agachada. Él tomó mi barbilla y me obligó a darle la cara. Reí histéricamente y él me miró con ternura. Estaba haciendo el ridículo de la peor manera pero a él no parecía importarle.
-Bueno, parece que al final sí que me ha visto los pechos un alemán -murmuré, tratando de quitarle hierro al asunto aunque por dentro solo quisiera que me tragase la tierra.
-Olvídate de eso -me tendió un cuaderno con la foto de Jean-Jacques pegada a la tapa. Mi diario. Emmanuel me lo había quitado hacía tiempo y ya me había olvidado de su existencia-. Solo venía a darte esto, estaba en mi habitación. ¿Es tu diario, verdad?
-¿Has leído algo? -que yo recordase, no había nada especialmente personal, pero me preguntaba cuánto sabría ya de mí.
-No. Ví que era privado y no quise entrometerme... Por cierto, ¿quién es el hombre de la portada? ¿Es el Jean-Jacques al que dedicas cada escrito?- ¿Con que no quería entrometerse?
Nunca antes había escrito nada, la idea de llevar un diario no me gustaba, pero cuando mi hermano se marchó, decidí contarle mi día a día como jamás lo había hecho dirigiéndome a él cada día.
-Es mi hermano mayor, llevamos meses sin tener noticias de él.
Holzmann tomó de nuevo el cuaderno de entre mis manos y se quedó en silencio, observando la foto. Me coloqué a su lado para mirar a mi hermano yo también. Era la foto que le habían tomado al alistarse, y vestido con el uniforme tenía un aire al capitán.
-¿Es muy joven?
-En agosto cumplirá veinticuatro años.
-Entonces no tanto -suspiró- yo tenía veintiuno recién cumplidos cuando me uní al ejército, hace ya algunos años. A decir verdad, lo hice para agradar a mi padre, que es muy nacionalsocialista. Él, a cambio, me dejó seguir estudiando, aunque fuera a distancia. Ascendí rápido a cabo y a sargento, no era difícil porque era de los pocos que sabían escribir sin faltas de ortografía. Ya te lo dije, iba ser profesor en una academia militar justo antes de esto -sonrió al infinito. Después me miró y nos quedamos en silencio durante unos segundos, en una especie de trance, conectados a través de algo que no podía ver y que me hacía olvidar que éramos enemigos.
-Tu hermano me recuerda a mí al principio -prosiguió-. Mira como sonríe, su rostro está lleno de determinación, cree que saldrá al frente de batalla y se comerá el mundo. Cree que es el futuro de Francia, y no le culpo porque yo era igual. Luego sales ahí fuera y la realidad te golpea como un puño en la cara. Hace mucho frío y escuchas todo estallar a tu alrededor, ves a tus amigos morir y te das cuenta de que da igual eso por lo que se está luchando, que no merece la pena en comparación con los horrores que estás obligado a presenciar.
Su voz se rompió, había empezado a llorar.
-Estoy muy agradecido por mi ascenso. A veces pienso que es injusto que yo esté aquí y otros estén muriendo pero me consuelo pensando que casi nada tiene sentido en este mundo. -Esbozó una sonrisa triste y revolvió mi cabello-. En fin... no te mereces tener que escuchar mis lamentos.
Yo, movida por esa extraña fuerza que no creía haber sentido antes, envolví su torso con mis brazos y recosté mi cabeza en la curva de su cuello. Él me devolvió el abrazo y enterró su rostro en mi pelo. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero pese al abrasador calor de verano, ninguno de los dos parecía querer despegar su cuerpo del otro. Fue el sonido de la puerta principal cerrándose lo que nos hizo separarnos.
-Gracias Céline, y lamento el espectáculo, simplemente necesitaba una muestra de... afecto, o algo parecido.
-Herr Holzmann... -fue lo único que pude articular.
-Llámame Franz, por favor -susurró mientras abría la puerta, y abandonó la habitación.
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El abismo que nos separa | Segunda Guerra Mundial
Ficción históricaPrimero nos invadieron. Ocuparon nuestra hermosa patria como si tuvieran el derecho a ello, solo por el prestigio que creían que unos cuantos kilómetros de tierra les otorgarían. Se instalaron en nuestros hogares como su fueran los suyos, pues técni...