42.

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Él tenía los ojos cerrados con mucha fuerza, las lágrimas corrían por sus mejillas y las manos no se apartaban ni un milímetro de sus orejas. El bote de pastillas estaba sobre la mesa de la cocina y, no fue hasta ese momento, cuando me di cuenta de que yo también estaba llorando e hiperventilando.

— M-mierda Louis — lloriqueé —. No quise...

Me acerqué a él lentamente.
Traté de tocar uno de sus brazos, pero él se apartó bruscamente con decepción.

—¡Déjame!— gritó y abrió sus ojos con rabia, derramando muchísimas lágrimas —. ¡No me toques!

Oh mierda, la he liado, pensé.

— Louis, l-lo siento, de verdad— susurré asustado hasta la mierda—. No quería... Ogh, no quería decir eso, te lo prometo. Escúchame, por favor.

Él seguía sin quitar sus manos de su cabeza, así que me aproximé para quitárselas, pero una vez más se apartó de mi toque.
Perdí los nervios de nuevo.
No podía seguir aguantando sus tonterías y su manera de ser tan orgulloso y vulnerable a la vez.

— ¡Mierda Louis!— grité.

Enfadado fui al salón, dejando al ojiazul allí en la misma posición, llorando e intentando no escucharme.
Tomé las llaves y tiré con desprecio el paquete de cigarrillos que le había comprado sobre la mesa del salón.

Salí de allí dando un fuerte portazo y bajé las escaleras lo más rápido que mi cuerpo me permitió.

Era consciente de que lo había estropeado todo y no iba a haber manera de repararlo.

Siempre tenía que estropearlo todo, claro, sino yo no podía ser Harry Styles.

No entendía como las cosas podían torcerse tanto en tan pocas horas. Por la mañana nos amábamos y por la tarde nos gritábamos como personas sin razón.

Me odiaba por haber asustado a Louis. Haberlo visto vulnerable y pequeño ante mí me había hecho un nudo en las entrañas. Me sentía como una mierda de persona, sentía que
no me merecía a Louis.

Obviamente no lo hacía. Él merecía a alguien mejor que yo. A pesar de ser yo más alto que él, yo no le llegaba ni a la suela de los zapatos. Nunca iba a ser suficiente para esa persona de la que, sin un por qué, me había enamorado perdidamente. Él merecía a alguien que estuviera bien de la cabeza, al contrario que yo. Él necesitaba a alguien con autocontrol y sin ansiedad, alguien que fuese capaz de calmarlo cuando se asustaba o cuando tenía alguna pequeña pesadilla en la noche y despertaba empapado en sudor frío. Él merecía a alguien que le comprara cigarrillos y flores, alguien que pudiera llevarlo de la mano por la calle y pudiera permitirse la boda más bonita y costosa de la historia.

Él se merecía, en resumen, las cosas bonitas de la vida, no las feas e inservibles como yo.

Cuando salí al exterior me di cuenta de que no sabía a donde ir, así que sin mucho preámbulo le di la vuelta al edificio y me senté en un banco frente a una cancha de baloncesto donde normalmente jugaban los adolescentes y jóvenes que no tenían hogar o recursos para jugar en un equipo de verdad.
Decía normalmente porque, en días como ese de invierno, no salían a jugar.

Estaba yo solo sentado en ese banco, tiritando de frío.
Apenas sentía los dedos de mis manos y mis mejillas cada vez dolían más al contacto con el aire congelado.

Sin un por qué, comencé a llorar otra vez.
Me di cuenta de que no quería perder a Louis, deseaba que no se fuera, pero sabía que iba a hacerlo, y yo era la causa.

Se dice que si amas algo, debes dejarlo ir.
Yo estaba dejando ir a Louis como quien deja morir a alguien.
Nos estaba dejando morir.
Era consciente de que estaba dejando ir a la única cosa que me quedaba en la vida, el único atisbo de "familia" desde que se fue Zayn.

Oh Zayn, cómo lo echaba de menos.
En momentos así necesitaba tener un mejor amigo tan increíble como él.
Pero ya no estaba.
Y la vida seguía para adelante sin pararse.
Era lo que más odiaba de perder a alguien, que el tiempo no espera ni perdona, por desgracia.

Y Louis era tiempo.

No esperaba que viniese a pedirme perdón, ni yo se lo iba a pedir a él porque no deseaba atarlo a mí.
Lo iba a dejar ir libre.
No podía obligarlo a estar junto a una persona tan inestable y enfermiza como yo.
Debía dejarlo en paz de una maldita vez, y lo dejaría marchar si eso es lo que deseaba.

El frío me azotó otra vez y tuve que abrazarme a mí aún más.
Hacía rato que el sol ya se había casi escondido y el cielo se estaba oscureciendo, aunque en realidad no tenía ni idea de cuanto tiempo llevaba allí. Tal vez horas, tal vez minutos.

La temperatura dejó de afectarme cuando su cálida y rasposa voz sonó a mis espaldas.
Me giré con esperanzas, con las expectativas muy altas pensando que vendría con los brazos abiertos y una sonrisa resplandeciente.

No.
Venía con una chaqueta más grande que él mismo, un cigarrillo en su mano izquierda, y las llaves en la mano derecha. Tenía los ojos rojos de tanto llorar y la piel pálida a causa del frío.

— Harry — llamó mi atención.

Me quedé callado esperando alguna palabra más por su parte, pero se quedó callado de pie moviendo su cigarrillo nervioso entre sus dedos.

— Y-yo... Iba a subir ya, estoy bien— intenté sonreír para saciar el ambiente pero no pude.

Todo estaba siendo abrumador y el aire estaba denso, como si ninguno de los dos estuviera en paz.

Pero íbamos a volver a casa y a solucionar las cosas, estaba seguro.

— Oh, bien...— inseguro extendió las llaves hacia mí, y yo fruncí el ceño sin entender qué estaba haciendo—. Las llaves de tu apartamento. Tómalas y entra, yo... Yo me v-voy.

— ¿Qué?— fue lo único que pudo salir de mis labios temblorosos.

El corazón se me había parado por unos segundos y el alma se me había caído al suelo.
Mi mandíbula temblaba, y no sabía asegurarte si era por el frío o por las tremendas ganas de llorar que tenía.

— Que... Que me voy, me voy a mi casa— repitió y esta vez mis oídos decidieron no oír nada porque ya estaban demasiado saturados por la información.

— ¿Vas a volver mañana?— fue lo único que me atreví a preguntar.

Dentro de mí habían esperanzas de que diría que sí.

— No — negó rotundamente y el pecho me dolió en ese instante —. No sé cuando volveré. Pero... Lo haré, ¿si? Tal vez el sábado, o puede que dentro de dos meses. Pero... — su voz se rompió inesperadamente —, yo necesito esto, Harry.

Él seguía con su brazo extendido y las llaves colgado de uno de sus dedos a través de una arandela.
Las tiró hacia mí y chocaron contra mi pecho, así que las agarré como pude.

— Lo siento — murmuró.

Se puso el cigarrillo en los labios, metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones jeans desgastados, y se dio la vuelta para comenzar a andar.

Y lo vi irse.
Lo vi marcharse.

Y nos dejé morir como quien empieza un libro que sabe que no terminará.

In My BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora