22.

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[…]

Cuando entré en la habitación de la que provenían los gritos ahogados y frustrados, encontré al pequeño retorciéndose en la cama, con una mano en el pecho y otra sobre sus labios, tratando de apagar los alaridos de dolor y espanto.
Sentí un pinchazo en el pecho, un atisbo de ansiedad y me di cuenta de que no tenía ni idea de qué le pasaba, o de lo que debía hacer.
Nunca antes le había pasado algo así .

Roger, ¿qué te pasa, pequeño? ¿Q-qué te o-ocurre?— mi voz salió en un susurro ahogado, pero el niño no lograba contestar.

Me tiré en la cama junto al niño que lloraba desconsolado.
Sus ojos estaban casi fuera de sus órbitas y su cara estaba pálida, tornándose a roja.
Sus manos temblaban agarradas a su camiseta del pijama haciendo un puño. Tenía miedo, estaba asustado.

como el niño trataba de toser y de respirar, pero no podía.
Necesitaba saber qué le pasaba.

— ¡Mamá! — grité horrorizado — ¡MAMÁ!

Pero mi madre no venía, no estaba en casa.
Busqué mi teléfono móvil por todos lados pero no estaba, y no quería ir a buscarlo porque eso significaba dejar solo a Roger.

Comencé a llorar sin consuelo.
No sabía qué más hacer, las manos me temblaban y el pánico se había apoderado de .
El pequeño seguía tocando su pecho sin parar, frustrado, aterrado.

In My BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora