48. FINAL.

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«Un año después »

— Para, por favor — pedí por decimoctava vez y resoplé cansado como un niño pequeño.

— Un minuto más, Harry. Tienes aquí un mechón de pelo rizado que no quiere ajustarse al peinado y se queda como le da la gana. ¿Qué pensara Louis si te ve con esta locura de cabellera?

Ella no paraba de poner gel fijador en ese mechón de pelo para luego presionarlo fuertemente contra mi cabeza y así intentar dejarlo lo más estable posible.

— Pues...— pensé—, ¿que tiene el esposo más hermoso del mundo?

— No. Pensará que estás loco como una cabra— concluyó—. ¡Gemma! Necesito que me traigas la pajarita. Es lo único que me queda por ponerle.

Gemma se fue en busca de la pajarita rechistando y suspirando como si estuviera demasiado cansada, cuando en realidad no había hecho nada en todo el día, solo vestirse, peinarse y maquillarse.

— Mamá, puedo ponerme la pajarita yo solo...

— ¡No!— me cortó—. Deja que por un día me sienta bien conmigo misma, por favor — pidió con ojos de cachorro y yo no pude aguantar una carcajada suave.

— Está bien, está bien.

Gemma apareció con mi pajarita negra, y se la entregó a mi madre. Esta tenía una sonrisa resplandeciente en su rostro, y no quería dejar de ayudarme, incluso si ya llevaba dos horas o más con su costoso vestido y su extravagante peinado.

— Creo que esto ya está listo — murmuró mi madre con los ojos entrecerrados y asegurándose de que la pajarita estaba puesta perfectamente al rededor de mi cuello—. ¿Qué hora es hija?

— Quedan diez minutos— contestó Gemma sentada en el sofá de la sala ojeando su teléfono.

— ¡Oh dios mío! No puede ser — gritó entrando en pánico y moviéndose de un lado para otro, cogiendo miles de cosas—. Gemma, ve al jardín a asegurarte de que todo el mundo ha llegado. Yo tengo que acompañar a Harry.

Gemma asintió y se marchó.
Mi madre se echó una última mirada en el espejo, roció laca en su cabello una vez más, y retocó su pintalabios rosado en menos de dos minutos.

— Vale — finalizó con la respiración agitada —. Agárrate a mi brazo y vamos al salón.

Mi madre y yo comenzamos a andar por un camino secundario para no encontrarnos con invitados por el camino.
Todo el mundo estaba en el hall principal esperando para poder entrar en el salón de ceremonias, pero ella y yo iríamos por un pasillo interior.
Al llegar al salón (y por suerte no nos cruzamos con nadie) mi madre me acompañó hasta el altar agarrando mi mano con fuerza, como si tuviera miedo de dejarme ir.

Ambos detuvimos nuestros pasos cuando llegamos al lugar, y mi madre suspiró derrotada.
Me miró a los ojos y sonrió con nostalgia, tratando de aguantar las lágrimas. Con una de sus manos alisó las solapas de la chaqueta de mi traje negro.

— Te ves... Oh— tapó su boca un momento para no llorar —. Te ves hermoso... Mi niño.

Sonreí al oír aquello. Hacía mucho que no me decía algo así como "mi niño" o "mi hijo".
Anhelaba el calor de una madre, a pesar de todo lo que había ocurrido en un pasado.

— Estoy tan feliz de que seas feliz al fin... Louis es muy afortunado, cielo.

Acarició mi mejilla en un suave movimiento, y luego intentó limpiar una lágrima de manera disimulada. Rió dulcemente y luego suspiró.

— Voy a ver que todo esté en orden para que la gente comience a entrar. Mantente tranquilo, ¿vale? Te quiero.

Se alejó lentamente y la vi desaparecer por la puerta.
Suspiré nervioso y me di la vuelta para mirar bien el altar y las decoraciones del salón de ceremonias.
Había una gran mesa con varias velas, una pequeña almohada con dos anillos, y varios documentos que debíamos firmar judicialmente. Tras la mesa, y con un micro, estaba la jueza que llevaría a cabo los trámites necesarios.

In My BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora