1.

3.2K 239 129
                                    

Harry.

Nunca pensé que mi vida llegaría a ese punto.

Nunca pensé que todo podía acabarse así de rápido, de un plumazo.

Pensar en la muerte nunca me había dado miedo porque sabía a ciencia cierta que todo el mundo moría en algún momento, y yo no iba a ser la excepción.

Cada persona muere de algo distinto, a una edad distinta, en unas circunstancias distintas.

Unos mueren de enfermedades, otros mueren en accidentes, otros mueren asesinados.

Y algunos mueren por elección propia.

Deciden tomar sus vidas y acabarlas, cuando el destino deja de tener un sentido y un rumbo fijos.

Siempre pensé que quitarse la vida era de cobardes, de personas asustadas por las responsabilidades de la vida.

Pero no era así.

Porque ahora lo entendía todo.

Mi cuenta bancaria tenía números rojos.
Mi casa se caía a pedazos.
Mi familia no me dirigía la palabra.
Las drogas se habían apoderado de mi existencia.

Y fue en ese punto donde decidí que lo más sensato era ponerle fin a mi triste y amargada vida.

No lo hacía por cobardía, no lo hacía por miedo, no lo hacía por egoísmo.

Lo hacía por vacío, por sensatez, por que sabía que la mía era una vida inservible entre otras muchas que aspiraban a dejar una huella en la historia de otras personas.

La vida había dejado de ser bonita cuando me había visto solo en la soledad de mi habitación.

Es en ese instante justo,

cuando te das cuenta realmente de que estas solo como una jodida mierda, de que tu vida no tiene valor para algo o para alguien.

Notaba como las pastillas mezcladas con el alcohol barato se hacían con mi cuerpo; habían comenzado a pasar por mi corazón y mis pulmones a través de la sangre, podía notarlo bombeando contra mis venas el dulce sabor del veneno.

Acto seguido, una oleada de recuerdos se apoderó de mí: mi primer beso, mi primera calada a un cigarrillo, mi primera fiesta con alcohol, mi primera vez teniendo sexo...
Y comencé a reirme porque estaba feliz, y me parecía gracioso como las cosas cambiaban de la noche a la mañana como si el mundo fuese a dejar de girar de un momento a otro.

El frío en mis piernas dejó de molestar y había comenzado a flotar sobre el congelado suelo del cuarto de baño.

Mi risa se contagió entre aquellas cuatro paredes,
hasta que el silencio llegó sin avisar.

Apoyé mi cabeza en la pared donde mi espalda descansaba, y dejé que el sueño y el vaivén llegasen a mí como una oleada cálida, como un abrazo añil en invierno; aunque mi mente trataba de mantener los ojos abiertos, era prácticamente imposible.

Todo estaba en calma.

Como yo quería.

El sabor amargo del alcohol en mi boca ya no existía.

En mis oídos solo se escuchaba el sonido sordo.

Mi respiración se había calmado tanto, que temía dejar de respirar de un momento a otro.
Mi pecho subida y bajaba tan lentamente que era inapreciable.

Aunque realmente no lo temía.
Solo lo deseaba.

Los fuertes latidos que notaba en mis sienes tensas, habían disminuido drásticamente.
Ya no podía escuchaba el pum de mi corazón bombeándole sangre a todo mi cuerpo.

Ya no me podía notar vivo.

Luché y traté de que mis ojos vieran por última vez mi lecho de muerte, el cuarto de baño de mi hogar roto.
Aquello más bien era una cueva asquerosa.

Pero me estaba muriendo.

Ya no me tenía que preocupar por limpiar esas cuatro paredes de mierda.

Cerré los ojos de nuevo, y noté el frío llevarse la vida de mis manos, que estaban moradas y muertas.

Cuando a lo lejos, muy al fondo de mi mente trastornada y perdida, pude oír la puerta de mi casa abrirse, y los pasos aproximarse a mi punto de encuentro.
Los golpes en la puerta no tardaron en llegar.

— ¿Harry?— gritó al otro lado de la puerta—. ¿Donde están las llaves del estudio?

No pude responderle. Lo deseaba. Quería decirle que estaban en la mesa de la cocina, pero no podía.

— ¿Amigo?— volvió a gritar—. Harry, mierda.

Los golpes en la puerta volvieron, esta vez más fuertes, cada vez más, pero aquel trozo de madera era demasiado débil y se podía derribar incluso con la mirada, así que no tardé en sentir unos brazos zarandeándome.
Pude ver a Zayn arrodillado ante mí, con lágrimas en los ojos y expresión de agobio, como si todo se le fuese de las manos.

— Harry responde, por favor — dijo dándome pequeños golpes en las mejillas—. No te vayas, quédate conmigo.

Posicionó sus brazos bajo el doblez de mi rodilla y en mi espalda baja, me cargó hacia el exterior del cuarto de baño.

— ¿Qué mierda has hecho Harry? — gritó el moreno, asustado —. ¿Qué cojones has hecho?

Quería contestarle con todas mis fuerzas a mi mejor amigo, pero era imposible para mí apenas mantener los ojos abiertos.

— Zayn...— traté de murmurar.

Me tumbó en el sofá, y sacó nervioso el teléfono de su bolsillo trasero, pulsando rápido los botones táctiles.

— ¿Si? Sí por favor, en la calle paralela a la entrada de la autopista... P-por favor, edificio nu-número 56. Es urgente... Sobredosis, creo... ¡No lo sé! ¡Dense prisa! ¡Muevan su jodido culo hasta aquí ya!

Las voces se distorsionaban al fondo de mi conciencia. Quería levantarme y abrazar a Zayn con todas mis fuerzas.

Me acariciaba la frente y el pelo con las manos temblorosas, al borde del ataque de pánico, tratando de respirar y mantener la calma.

— Todo va a estar bien amigo, no te rindas, por favor. Quédate conmigo Harry, quédate aquí, ¡demonios! — repetía, una y otra vez, más para autoconvencerse.

Los médicos llegaron pocos minutos después, y lo único que recordaba era que no paraban de tocarme, y que acabé con mis huesos dentro de la ambulancia donde, finalmente, tratando de luchar con mi conciencia, perdí el conocimiento.

In My BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora