44.

1.2K 98 12
                                    

Me dio tiempo a preparar algo de pasta para poder comer con Gemma, me di una ducha (la verdad es que me hacía falta) y me puse algo de ropa limpia.
Me sentía fresco después de mucho tiempo.
Aún tenía la espina de Louis clavada en el corazón, no podía pasar ni un minuto sin recordarlo, y su ausencia se hacia eterna entre las cuatro paredes de mi casa, pero intentaba olvidarlo y sobrellevarlo lo mejor posible.

Justo cuando estaba encendiendo mi segundo cigarrillo de la mañana, un golpeteo provino de la puerta principal de mi casa, y entonces supe que Gemma había llegado.

Estaba nervioso,  no podía negarlo, y de verdad lo sentí cuando, de camino a la maldita puerta, mis piernas casi ceden y me dejan caer al suelo. Estaba temblando como un flan, como un animal asustado, y mi corazón desbocado retumbaba en mis sienes recordándome que la ansiedad nunca me abandonaba, ni siquiera en momentos así de importantes. Tuve que tomar varias respiraciones calmadas para recordarme a mí mismo que esa persona era mi hermana y nadie más, y que no pasaba nada, no me iba a asesinar.

La puerta volvió a sonar y entonces me di más prisa.
Agarré el picaporte, lo giré, y abrí la puerta lentamente sin cambiar la expresión seria de mi rostro.

La respiración se atascó en mi garganta. No podía respirar, no podía moverme, simplemente me quedé ahí frente a ella, aún sujetando el picaporte de la puerta abierta.

Ella era Gemma, mi pequeña Gemma.
Tenía el pelo rubio y liso, muy despeinado y enmarañado. Tenía los labios finos pero rojos e hirritados, con mordeduras de nerviosismo intenso. Su nariz y sus mejillas estaban enrojecidas a causa del frío — y eso en parte me recordó a Louis—. Sus ojos claros como los míos mostraban el fondo de su alma, y no me gustaba para nada lo que estaba siendo capaz de ver a través de ellos: veía dolor y miedo, podía percibir que estaba asustada, que le temía a algo o a alguien, y que estaba huyendo de lo que le causaba esa gran pesadez en el alma.
Estaba muy delgada, y lo pude percibir a pesar del gran abrigo color mostaza que le llegaba casi hasta las rodillas, y el cual conjuntaba con unos pantalones ajustados negros y unas botas negras de un tamaño descomunal.

Volví a mirar su cara después de escanear su cuerpo, y me miró con miedo.
Quise llorar. Quise hacerlo porque no podía creer que ella estuviera delante de mí seis años después de que todo ocurriese. Y lo peor de todo, lo que más daño me hacía, era verla en tan mal estado. Se notaba que estaba pasando por un mal momento, y deseaba abrazarla y reconfortarla, pero aún no podía, no iba a acercarme a alguien que, ahora, era una completa desconocida para mi.

Enarcó las cejas e intentó sonreír para calmar la tensión que se palpaba en el ambiente, pero ese gesto pronto se desvaneció de su cara para volver a mostrar ese miedo y esa inseguridad con la que se había presentado.

Movió la boca para intentar decir algo, pero rápido la cerró.
No podíamos estar todo el rato así, ella callada y yo observando sus facciones, así que sin nada que decir me aparte de la puerta y le dejé espacio para que pasara.

Con paso inseguro y no muy decidido entró y anduvo hasta el salón, donde se paró y se dio la vuelta para ver lo que yo hacía. Sin nada más que decir, cerré la puerta y me metí en la cocina.

Sentía una presión extraña en el pecho, como si la situación fuese demasiado incómoda y arriesgada para mí. Tuve que calmar mi respiración varias veces, y luego tirar mi cigarrillo.

"Harry, deja de comportarte así, solo es tu hermaname repetí a mí mismo.

Tomé los dos platos de pasta que ya había apartado con anterioridad y los saqué al salón.

Gemma ya se había deshecho de su abrigo y ahora llevaba una sudadera negra bastante grande.
En cuanto me asomé por el salón su mirada se dirigió a mí.

In My BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora