c i n c o

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El pequeño Park se encontraba comiendo un trozo de carne con unos palillos. La señora tenía unos dones culinarios impresionantes, cocinaba tan maravilloso que hacía sentir al menor en el cielo.

— Parece que te gusta mucho, corazón — habló sonriente la mayor.

Asintió metiendo la última porción de arroz en su boquita. Cerró la charola y lambió sus voluminosos labios sonriente.

— Me tengo que ir, cariño — avisó triste la anciana. Agarró el plato, se levantó con algo de dificultad y se fue despidiéndose con una sonrisa del pequeño.

Balanceó sus piernas de enfrente hacia atrás en la banca, no ponía mucha atención a lo que pasaba a su alrededor, ya en realidad no era mucho de su importancia, pues nadie notaba su existencia.

Una pequeña niña de unos cuatro o cinco años se recargó en sus flaca has piernas. Le sonrió y él le sonrió de vuelta, la pequeña lo jaló de un dedo hasta el columpio más cercano y se subió riendo.

— ¡Empuja, empuja! — gritó eufórica.

Sonrió sin poder creer que al fin alguien quería jugar con él.

Empujó despacio a la niña para que no se fuera a caer, pero la pequeña gritaba que quería más y más fuerte. En un mal calculo de sus empujones, tumbó a la pequeña en la parte de arena, justa en la que él había caído días antes. Comenzó a llorar y él no sabía que hacer, estaba asustado, ¿le había hecho daño?, puso sus manos a los lados de su cabeza y miraba a todos lados temblando. Tenía tanto miedo.

Miró a una joven caminar hacia la pequeña, la levantó y la sacudió preguntando desesperadamente qué le había pasado. Ella sólo volteó a verlo con los ojos llorosos.

— ¿Tú golpeaste a mi hija, estúpido?  — preguntó más que enojada.

Él negaba asustado sin dejar de verla.

La joven se acercó a él, le dio una cachetada en su moflete izquierdo y después un golpe en el mismo lado pero en su cabecita.

— Imbécil — tomó a su hija en brazos y se fue.

Ahora él era quien lloraba, sobaba su mejilla con su manita y sollozaba mientras las lágrimas comenzaban a salir de sus ojitos. Caminó a la banca y se sentó pegando sus piernas a su pechito, escondiendo ahí su rostro para que nadie lo viese llorar.

Yoon Gi.

Estaba harto, había llevado unas siete veces el mismo informe y a su jefe no le parecía. Váyase mucho a la mierda, pensó molesto mientras jugaba al buscaminas en su ordenador.

— Joven, Min — habló la secretaria entrando.

— ¿Qué? — contestó sin voltear a verla.

— El Joven Kim le manda esto — avisó dejando un folder café sobre su escritorio.

— Ah, gracias.

— Y..., ¿pensó en lo que le propuse? — preguntó sonriente.

— Si.

— ¿y bien?

— No.

— P-pero...

— Pero nada, no me interesas, adiós.

— Ush.

La secretaria salió echando humo por las orejas.

Pasó el tiempo y era su hora de comida, sacó su botella de sumo sabor naranja y lo bebió mientras veía a famosos caerse en conciertos, lo divertía un poco.

— Si ya saben que tienen que bailar y es difícil, ¿para qué putas llevan tacones de aguja? — preguntó a la nada rodando los ojos e introduciendo una oreo a su boca — estúpidas.

— Min, deja de ver porno — dijo riendo su compañero mientras caminaba hasta si escritorio.

— Disculpa, pero ese eres tú, Kim — aclaró apuntándole con una galleta.

— Claro, cómo sea. Hoy es Viernes, así que, ¿quieres ir de fiesta?, irán los del bloque uno y tres — sugirió el menor.

— Bien sabes que no, Nam Joon — respondió indiferente comiendo la última galleta.

— Uhg, Min, por eso no tienes novia.

— Sabes perfectamente que me importa una mierda. Además traigo a la secretaria estúpida, cada que puede me invita a cenar.

— ¿Cuál?

— Park.

— ¿Qué Park?, hay como siete.

— La única maldita secretaria que entra aquí, Nam, joder.

— ¿Ji hyo?

— Si.

— Serás estúpido. Yo ya me la hubiera follado.

— Asqueroso..., largo de aquí.

— Oh, vamos, Yoon..., ven, aunque sea una hora, nunca vienes, sirve que te diviertes y buscas alguna puta.

  — No, largo de aquí. Lo único que quiero es llegar a casa y dormir.

  — Uhg, por eso no coges.

Nam salió de la oficina de Yoon Gi algo molesto, éste último bufó y se recargó en su silla.

Al pasar las horas, se oscureció, siendo tiempo de regresar a casa. Se levantó, agarró su mochila colgándola en su hombro derecho, apagó el pc y se fue de su oficina yendo directo al elevador, ya que se encontraba en el tercer piso. Al bajar, unos intendentes se despidieron de él pues era su último día de trabajo, al fin tendría sus muy merecidas vacaciones. Caminaba tranquilo a casa, al llegar a la banqueta del parque se detuvo, se pensaba si pasar o no por ahí, se sentiría mal por ver al niño ahí y no poder quedarse, ya podía imaginar su cara de tristeza.

— Al carajo...­— murmuró y comenzó a caminar a paso calmado. A un par de metros observó al pequeño mirando al oscuro cielo con un pequeño vaso entre sus manos que estaban cubiertas por las mangas de su azul sudadera. Siguió su camino y cuando estaba a menos de un metro paró de nuevo, el menor lo observo con curiosidad — Hola...

Sólo le sonrió, vaya que estaba alegre por ver al pálido chico. Extendió el vaso en sus manos ofreciéndole de su bebida.

— No, no..., quédatela — rechazó ya que sabía que seguro el niño seguro lo necesitaba más.

Él insistió y agitó levemente el vaso, quería que tomara de su vasito.

— Niño, no insistas...

Hizo un puchero y frunció el ceño, lo miró alejando el vaso de él, le sacó la lengua y volteó hacia otro lado.

Acarició su cabeza encima del gorro anaranjado y  comenzó a caminar a casa.

Chim!; 윤민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora