Capítulo 3

1.1K 67 0
                                    

─Ese no es mi problema, ve y arréglate a menos que quieras que te deje sin ir a la gala de hoy ─hay momentos en los que me preocupo más que mi mejor amiga por el trabajo; lo que alivia mis cargas es saber que ella nunca me presiona en cuanto a laborar se trata, y siempre invierte tiempo en mí y en mis problemas, odia verme sumergida en los vacíos emocionales o laborales.

─Sólo iré por un buen café ─arrastro mis pies hasta el baño, y me dispongo a hacer lo pensado. Loaiza y Hellen son muy parecidas en el tema de la moda; aman ir de compras y por supuesto, eso no es lo mío, aunque mi vida laboral y social gire en torno a ello.

─Te pondrás este vestido, combina muy bien con los tacones negros que compramos hace un mes ─típica Loaiza, siempre combinando cosas.

─No me pondré ese vestido, es muy corto y odio los escotes.

─Ya entiendo por qué no tengo cuñado ─gruñe Hellen. Camino hacia las maletas, cojo un par de medias y la ropa interior que voy a usar.

─Ambas están locas si creen que me pondré ese vestido solo para ir de compras; no quiero que miren lo que no deben.

─Eres muy... ¡¿sabes qué?! ,mejor vístete rápido que se nos hará tarde ─resopla Loaiza. Como soy el problema, me toca agilizar el paso; busqué un vestido algo formal, tomé un saco y los tacones beige. Terminamos de desayunar. Caminamos hasta la entrada del hotel; uno de los botones nos indicó los lugares turísticos y algunos centros comerciales para visitar.

─Estoy exhausta, hemos caminado más de diez cuadras visitando tiendas, ya no puedo con mis pies ─reprocho casi al tiempo que me abstengo momentáneamente de caminar.

─Siempre chilla por todo, te falta gimnasio...

─ ¡Calla, Hellen! Siempre andas criticando, pero nada que aportas una solución ─suelto obstinada.

─ ¡Ay, pero qué niñas parecen!, mejor Hellen y yo seguimos comprando y tú nos esperas en el café que nos recomendó el chofer.

─ ¡Off!, magnífica idea. Las espero allí ─camino en dirección al café con un mapa en mano para no perderme; «seguro hago evidente mi extranjería».

La franquicia es de buena apariencia, todo es tan delicado y formal que no produce mala impresión.

─ ¡Oh!, ¡¿Pero por qué será que no me sorprende que seas una engreída sin causa!? Eres peor que cualquier cliente sin propina ─el bullicio se hace cada vez más audible. «¿Qué pasará allí dentro?»

─Es mejor que te marches, harás que los clientes presentes se vayan. Fuiste un pésimo trabajador y por esa sencilla razón no te daré la paga ─el escándalo estremeció a los pocos comensales del lugar; de un momento a otro salió una mujer rubia bien perfilada y por su idioma deduje que era norteamericana; y un hombre con voz conocida, muy molesto de una pequeña puerta que conduce creo que a una oficina.

─Vendré con la policía a este local y haré que paguen cada moneda debida ─amenaza la figura varonil que se muestra reacio al comportamiento de la rubia.

─ ¡Anda, marcha rumbo a donde quieras!, no pagaremos por un mal trabajo... ─espeta la rubia. «Odio la gente que humilla a otro por dinero. Quizá no tolere este tipo de situaciones; pobre hombre».

─ ¡Disculpe! ─interrumpo la discusión. «No pienso retractarme» ─; ¿usted es la dueña del lugar?

─Sí ─espeta la mujer.

─Mucho gusto, me llamo Alondra ─extiendo mi mano hacia ella; algo desconcertada me sigue el gesto ─. Le daré un corto consejo. Éste hombre quizá no se esforzó como debió, pero trabajó hasta donde se le permitió, y aunque fue un mal servicio prestado, debe remunerar su tiempo laborado. Primero somos seres racionales antes que ignorantes ─miro al hombre y... «Rayos! ¡Es el patán de anoche!»

Una semana en París © TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora