Capítulo 30

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«─ ¿Qué sientes?, dime, ¿qué hay en ese corazón de piedra? ─lanzo con mirada sombría. No puedo reír ¿o sí?, me queda más que claro lo que siente por mí. Su deber de ciudadano solidario lo instó a ayudarme, pero de ahí a otra cosa, no hay nada más.

Mi abuela siempre me decía: mascar chicle te lleva a dos conclusiones. Si los sigues disfrutando pronto acabará por hacerte doler la quijada, y si lo disfrutas tanto que el dolor de quijada pasa por desapercibido llegará a un punto donde no tenga sabor. Así que si o si terminarás por desecharlos ─Luego decía ─ lo mismo pasa con los hombres, si o si terminan por aguarte el disfrute, ya sea porque te hacen sufrir o porque dejan de ponerle sabor a la relación.
Y ella sí que tenía razón.

─Siento rabia, pero eso es lo de menos. No es momento para hablar qué siento o las razones por las que estoy aquí ─se levanta de la silla y camina hacia la puerta para salir.

─Es así como acostumbras a hacer frente a tus problemas.

─No quiero hablar de eso ─se gira en un intento por ignorarme, razón por la que me levanto de la cama y él de inmediato voltea para verme.

─Bien, entiendo que no quieras saber nada de mí, entiendo que tu orgullo es más valioso que cualquier palabra que salga de mi boca para disculparme, por lo dura que he sido ─me tambaleo un poco.

─Será mejor que te acuestes ─se acerca a mí para tomarme por las manos y llevarme nuevamente a la cama.

─ ¡No estoy enferma, puedo sola! ─alejo mis manos de las suyas y me mira fijamente ─. Dime, ¿tan mal recuerdo soy?, ¿fui muy dura contigo al querer tomarme un tiempo para pensar las cosas?, ¿qué hice mal para que ahora estés tan indiferente?, te envíe varios emails y nunca te dio la gana de responderme. ¿Creéis que soy de hierro?

─ ¡Eres de acero Alondra!, eso eres, una mujer con corazón de acero ─siento rabia al mirar sus ojos. Me molesta saber que aquella mirada que me cautivó, de un momento a otro me desafía como si yo fuera su rival.

─Y tu eres un imbécil... ─mis palabras se ahogan en un llanto ─. Lo sé, soy dura hasta conmigo, pero no soy una lata. Yo tengo sentimientos y lo sabes ─me mira fijamente mientras mis lágrimas se deslizan por mi rostro.

─No sé, no tengo idea de quién eres. ¡Mírate, ya no eres aquella mujer esforzada y espontánea que un día conocí! ─reprocha envalentonado. Mis puños cerrados me incitan a que golpee algo.

─No, no lo soy ─me siento indefensa. Sin argumentos para contrarrestar sus críticas ─, pero me empeño en reanudar mi verdadera vida.»
Fin del sueño.

─ ¡Ya despierta!

Abro mis ojos y lo primero que veo son las iris color miel de Loaiza.

─Tenías una pesadilla ─me abraza ─, debiste soñar algo muy feo para llorar mientras dormías.

─ ¿Estaba soñando? ─pero si yo lo sentí tan real.

─Sí, me asusté cuando te vi llorar ─me toma las manos y se sienta en el borde de la cama mirándome de frente ─. ¿Puedo saber qué soñabas?

─ ¿Dónde está Noél? ─estoy segura que no era un simple sueño.

─ ¿De él se trataba tu sueño, verdad?

─Quiero saber si fue un sueño. Yo estoy segura que él estaba aquí conmigo y... ─sopeso con acelere a un punto imperdonable de ansiedad.

─ ¡No fue un sueño! ─suprime mis manos con fuerza, y me mira furiosa ─; no has respondido a mi pregunta. ¿Soñabas con él?

Una semana en París © TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora