Capítulo 29

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Sin llevar un conteo de los brindis, me he llegado a tomar más de diez copas de champán y no me siento totalmente en mis cabales.

─Chicas, me estoy poniendo un poco ansiosa, será mejor que coma algo o salga de aquí antes de caer ─mis manos están frías y la ansiedad por apostar me invade. Lo peor es que estoy parcialmente ebria y eso no ayuda.

─Spencer, te quedas con Harry aquí mientras voy con Alondra a la mesa de bocadillos ─avisa Cassidy de forma disimulada y confidencial.

─Necesito un poco de vino o algo de chocolate para quitar la ansiedad ─expreso mientras caminamos entre la multitud para llegar a la mesa.

Noél

─Iré por unos bocadillos, ¿quieren que les traiga? ─le ofrezco a las bellas damas que no han dejado de hablar. Algo natural en ellas.

─A mí me traes una copa más de Champán. Te lo agradezco ─puntualiza Andana, Loaiza por su parte sólo me da las gracias.

Estando en la mesa de los aperitivos, comienzo a seleccionar los que probaré. Justo cuando me dirijo a agarrar una copa de champán, tropiezo sin querer con alguien.

─ ¡No te fijas para caminar! ─reprocha una mujer, a la que sin querer tiré al suelo. Avergonzado, me sirvo en ayudarla, pero la mujer con su orgullo intacto se empeña en levantarse sola.

Hasta donde ha llegado el feminismo, todas ostentando autosuficiencia.

─Lo siento, venía distraído ─me excuso en un intento por mirarla a los ojos, pero su cabello alborotado no me permite detallarla.

─ ¿Noél? ─susurra la mujer segundos después.

─Disculpa, ¿nos conocemos? ─pregunto curioso.

Esa voz delicada me recuerda a una sola persona, Alondra.

─No puede ser... ─niega, con sus manos aparta las mechas de cabello que están sobre su cara.

─ ¿Alondra? ─ «es ella» No, debo estar soñando. Inclino mi rostro y cierro mis ojos por un momento.
Me niego a creer que el mundo es un pañuelo. De tantas fiestas que pueden darse en esta ciudad, una misma noche ella tenía que aparecerse aquí, donde los sapos se convierten en príncipes. Y no lo digo por los ricachones de esmoquin, sino por mí, que ahora ando más interesante que nunca.
Por suerte ha sido una metáfora, de no ser así andaría saltando tras qué rana iba saber. Menos mal lo cuentos de hadas no existían. O lo que era lo mismo, la gente había dejado de darles importancia.

─ ¿Tan malos recuerdos te traigo al verme? ─dice Alondra en un tono melancólico, casi no pudiendo sostener los finales de las frases.

─N-no claro que no ─balbuceo. Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que la vi ─, estoy...

─No lo puedes creer, ¿verdad?, yo tampoco ─confiesa, luego su mirada no miente, es sombría y desnuda, expuesta al punto de no ocultar las pupilas dilatadas ─; no puedo creer que estés aquí y que me desconozcas ─sus ojos están nublados de lágrimas retenidas, y su mandíbula está tensa al igual que sus puños.

─ ¿Quién es él, Alondra? ─pregunta la mujer que la sujeta por los hombros a sus espaldas.

─Dile Alondra, dile quién soy ─demando colérico, lleno de dolor e importancia.

─Este hombre Cassidy, este que ves aquí... ─me señala con su dedo índice ─, fue de los más lindos recuerdos de París, pero sabes qué, sólo fue eso, un recuerdo.

─Estás ebria, será mejor que te lleve al baño para que te laves la cara ─persuade la mujer.

Estupefacto, así me encuentro con lo que acabo de presenciar. Esa no es la Alondra que conocí.
Camino en la misma dirección por donde caminaron ellas, al llegar encuentro un letrero que distingue entre el baño de damas y el de caballeros.

Una semana en París © TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora