Capítulo 42. Hasta que la muerte nos separe.

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Un encaje adornaba la larga falda del vestido blanco, recorría desde la punta de la cola hasta la cintura de la novia, el bordado blanco cubría su espalda dejándola a la vista de todos y la tela satinada se pegaba a su cuerpo haciéndola brillar.

Su cabello estaba recogido en un pequeño rodete que portaba dos simples trenzas a los costados, alrededor se encontraba el velo ajustado con un par de pasadores y este último caía por sus hombros hasta sus caderas.

Las zapatillas blancas la hacían parecer más alta, las medias transparentes se encargaban de cubrir sus piernas. El ramo que portaba entre sus manos estaba hecho de rosas coloreadas de carmín, envueltas por una cinta de color vino y unas cintillas de listón delgado.

Se vió al espejo por última vez para revisar el maquillaje, una sencilla combinación de tonos mate que resaltaban sus ojos volviendolos enormes, un labial sutil que remarcaba la comisura de su boca, una mascarilla que alargaba sus pestañas y un polvo que le otorgaba brillo a sus mejillas.

          —¿Princesa?—llamó el señor Evan.

          —Adelante.

Su padre entró despacio a la habitación para encontrarse con ella y al verla sus ojos se cristalizaron, su pequeña niña estaba a punto de casarse, de dar un gran paso que cambiaría su vida para siempre. Le pareció que fuese ayer cuando apenas la cargaba entre sus brazos y ahora estaba apunto de contraer matrimonio, entonces un cúmulo de sentimientos lo atacó provocando que soltara en llanto, no se podía resistir a expresar lo orgulloso que estaba de llevarla al altar.

          —Papá—dijo Génesis con la voz entrecortada.

Caminó hasta su lado y sin dudar lo abrazó, ambos sumidos en un llanto inevitable, lágrimas que sólo están presentes entre padre e hija y que expresan más que felicidad.

          —Espero que seas muy feliz, te amo princesa—replicó acariciando su cabeza.

          —No importa con quién me casé, tu siempre serás mi primer amor.

La respuesta atacó justo al corazón del señor Evan como un remordimiento por haberla lastimado. Su tesoro más preciado estaba en sus brazos en ese mismo instante, se dió cuenta entonces que ninguna mujer valía tanto como su hija, que nada era más importante que estar a su lado para acompañarla en los momentos más felices de su vida y ayudarle a levantarse en los más agobiantes.

Después de una larga reflexión con su pequeña en brazos se percató del tiempo que habían estado compartiendo juntos y se separó, la hora de la ceremonia estaba cerca y no iba a perdonarse hacerla llegar tarde.

          —¿Lista?

          —Eso creo—sonrió nerviosa.

          —Te ves preciosa, pero te falta algo.

          —¿Qué cosa?—preguntó alarmada.

De su bolsillo sacó una caja roja decorada con un moño plateado. Se la ofreció y espero por su reacción: la inmensa línea curveada que formaban sus labios le decía que el collar de diamantes dorados le había encantado.

          —¿Me permites?

Génesis asintió con la cabeza y giró en su lugar, llevó las manos hasta la tela que colgaba en su espalda para levantarla y darle fácil acceso al señor Evan de ponerle el obsequio.

          —Gracias papá—soltó una vez más viéndolo a los ojos cuando terminó su acción.

          —Anda, que nos esperan allá fuera.

Su padre se posó a su lado ofreciéndole el brazo para que ella lo tomara. Suspiró una vez más cuando se dirigían a la salida del diminuto cuarto donde la habían arreglado y caminó con seguridad al ver al señor dedicarle una inmensa sonrisa.

Los invitados se encontraban sentados esperando al llamado de la música para saber que la novia estaba llegando. El jardín de los Puth era el escenario principal que dió lugar a la boda, se habían arreglado todos los arbustos a manera de que las rosas sobresalieran como arreglos florales, una alfombra de color salmón cubría la entrada hasta el altar, las bancas estaban talladas con madera y se habían colocado una tras otra en los extremos, un marco de metal que también estaba repleto de rosas se situó detrás del pedestal donde el sacerdote dirigiría los votos y el pasillo central por dónde Génesis se encontraría con Charlie estaba acordonado con manta blanca que hacía juego con la madera.

Todo estaba listo, la chica se acercaba con su padre aferrándose de su brazo y agachando la mirada.

          —No me dejes caer—suplicó.

          —Eso jamás.

El señor Evan apretó sus nudillos para tratar de transmitirle tranquilidad, pero todo intento fue en vano. Apesar de que sabía que amaba a Charlie lo suficiente como para pasar el resto de su vida junto a él sintió los nervios recorrerle cada rincón del cuerpo estremeciendola, su respiración se dificultó a medida que se acercaba al evento y estrujo aún más la mano de su padre, cada paso le hizo sentir que las piernas le flaqueaban, inhaló un sin fin de veces y se paralizó al notar la música sonar, con las miradas de todos encima clavadas como agujas.

Intento controlar sus impulsos, vió por última vez a todos los presentes y cerró los ojos, soltando aire de sus pulmones.

Cuando volvió a la vista lo vió, parado junto al pedestal portando un elegante traje de gala, acompañado de un corbatín que rodeaba su cuello, al establecer la conexión entre miradas le dedicó una sonrisa que le quitó el aliento. Entonces todo se detuvo como si alguien hubiese puesto pausa, se perdió en sus verdosas pupilas que irradiaban brillo, olvidando a todos los que estaban de pie, su figura era lo único que lograba distinguir entre el tumulto de gente. Inconsientemente sus articulaciones se apresuraron a alcanzar al chico, lo único que le impedía correr hacia sus brazos era la presión de la mano del señor Evan contra la suya.

El pasillo que antes le pareció largo ahora era más corto. Cuando por fin llegó despegó un momento sus ojos de Charlie para ver a su padre, el señor Evan depósito un beso en su frente y tomó su mano para entregársela al muchacho, quién la recibió haciéndole saber que la cuidaría por siempre.

Sin decir nada ella la estrechó, comprendiendo que había aceptado ir de su mano hasta el final de sus días.

El sacerdote hizo una seña para indicarle a todos que tomarán asiento mientras ambos chicos se posaban frente suya.

          —Queridos presentes, estamos reunidos hoy aquí para atestiguar la unión de Génesis Janseen y Charlie Puth. Repitan después de mi; Yo, Charlie Puth.

          —Yo Charlie Puth, te tomo a ti Génesis Janseen para amarte siempre—recitó acomodándose frente a ella y viéndola a los ojos.

          —En las buenas y en las malas—contestó la chica.

          —En la salud y en la enfermedad.

          —En lo próspero y en lo adverso.

          —Cuidarte.

          —Respetarte.

          —Tanto como duren nuestras vidas.

          —Acepto—afirmó la chica al instante.

          —Acepto—respondió Charlie sin quitarle los ojos de encima.

Al escuchar su dulce voz entendió que había ganado, trato de digerir el hecho de que una persona tan increíble como Charlie fuera suyo, para el resto de su vida y reprimió las lágrimas que amenazaban con salir, llanto de felicidad, de estar viviendo un sueño.

Él llevó sus manos hasta su rostro para acariciarlo y se acerco para besarla, con ternura, con amor, con adoración. Ella arrojó sus brazos por encima de su cabeza para unirse más y ladeó su cara pretendiendo disfrutar de cada una de las caricias que dejaba marcadas sobre sus labios.

Después de unos minutos Charlie dió fin a la exhibición, admirando sus ojos cafés hipnotizantes.

          —Te amo.

          —Te amo—sonrió.

Charlie Puth. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora