Capítulo XL

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  Lo vi cuando estaba sacando la basura.

  Había sido un día perfecto hasta ese momento. Charlie y yo, tras hacer la compra por la mañana, habíamos ido a patinar al lago que había a apenas un kilómetro y luego nos habíamos pasado por la biblioteca a saludar a nada más y nada menos que la señora Pritchart, la bibliotecaria del pueblo y también la única bruja sin contarnos a nosotros. Yo le había llevado unas cuantas galletas como modesto agradecimiento por haberle echado el ojo a nuestra madre, y habíamos charlado un poco. Hasta le había regalado al despedirnos un sello a Charlie, que se había encaprichado con él. A veces era como un niño pequeño.

  Y por la tarde había estado mamá. Habíamos jugado a las cartas, y también a los gobstones con ella. Perdí, pero al menos lo hice con dignidad. La cena de Nochebuena había sido modesta, pero aún así, me había sentido totalmente llena, en un sentido que nada tenía que ver con la comida. La tarta, según me habían felicitado Charlie y mamá, tenía la cantidad de fresas y frambuesas justas: ni pocas, ni demasiadas.

  Me había sentido tan feliz. Un día tan estupendo, tan maravilloso, tan perfecto...Parecía irreal.

  Y lo era. En cierto modo.

  Alegre y de buen humor como estaba, me había ofrecido voluntaria para tirar la basura mientras Charlie fregaba los platos y mi madre se tomaba una merecida cerveza de mantequilla tumbada en el sofá. Me puse un abrigo largo de color chocolate puro, unas orejeras, y aferré las bolsas de basura hasta el contenedor de enfrente que se alzaba junto a la biblioteca.

  Me paré un momento para mirar hacia arriba. Los copos de nieve caían plácidamente sobre la calzada, que se hallaba vacía. Al alrededor de la casa de mi madre había unas cien más, y todas tenían las ventanas luminosas. Si me asomara a ellas, solo encontraría rostros felices. Aunque se trataba de un barrio poco acomodado, por no decir pobre, los vecinos eran capaces de conformarse y disfrutar al máximo de lo poco que poseían. Era un buen lugar para crecer.

  Oteé al cielo, cuajado de estrellas. En mi pecho descubrí la auténtica paz.

  Y entonces lo vi.

  Se podría decir que primero lo escuché, por sus pasos crujientes en la nieve caída. De manera instintiva me eché hacia atrás, amparándome en la enorme pared del edificio de la biblioteca.

  Allí, caminando en ese mismo momento por la acera en la que se ubicaba mi casa, estaba Wallace.

  Le golpeaba la luz de la luna, y por eso pude reconocerlo tan bien. Su pelo rubio, al que tanto se asemejaba el de Charlie (y, por ende, también el mío), estaba cuajado de copos de nieve, pero a él no parecía importarle. Se había refugiado en una chaqueta oscura y arrastraba tras de sí un enorme objeto envuelto en papel.

  La pieza era mucho más alta que el hombre, aunque no tan ancha, y dejaba un amplio surco tras de sí en la nieve. Wallace tiraba de él como podía, con unos guantes que se le resbalaban constantemente. El muy estúpido no se los quitaba por miedo a pasar un poco de frío.

  De seguro estaba recogiendo algún objeto mágico por su trabajo, por encargo del Ministerio. ¿Y ésa era su idea de una velada navideña de calidad?

  Se secó el sudor de la frente y entonces miró su reloj. Se detuvo y yo contuve la respiración, echándome más hacia atrás.

  Él levantó la vista.

  Por fortuna no me vio, ya que yo estaba sumergida en las sombras que proyectaba la enorme biblioteca.

  Wallace estaba apostado justo de espaldas a la casa de mi madre.

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora